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Víctor López, Pablo Paredes, Juan Carlos Urtaza, Angela Barraza y Víctor Hugo Díaz en FILSA 2010

Literatura a la shilena

Por Gonzalo León
La Nación Domingo, 14 de Noviembre de 2010

No es la primera vez que escribo sobre la Feria Internacional del Libro de Santiago, tampoco es la primera vez que firmo libros aquí, pero quizá es la primera vez que atiendo un stand en un pasillo no aislado como lo era el E, un apéndice de la feria real. No estoy diciendo que haya estado ocho horas todos los días en el puesto que Libros La Calabaza del Diablo comparte con varias editoriales independientes o chicas, pero estoy pendiente de él, intentando comportarme como lo que soy hace un tiempo, esto es como editor, productor, escritor, junior, relacionador público, porque en una editorial independiente uno hace de todo. Pero no me quejo y aquí estoy, junto a Edson Pizarro, poeta de “Retiro de televisores” y vendedor titular de nuestra parte del stand. Esa es la otra gracia del stand: aquí atendemos escritores, con o sin libros publicados: Galo Ghigliotto, Elías Hienam, Luz María Astudillo.

Cuando pienso en esto aparece Bernardo Subercaseaux, el crítico y profesor de la Universidad de Chile. Observo los títulos: “Ida”, del argentino Oliverio Coelho; “Hombres maravillosos y vulnerables”, del joven y demencial Pablo Toro; “Alameda tras las rejas”, del volado Rodrigo Olavarría, por nombrar los títulos más recientes y a los cuales pronto se le unirán “El bulto”, del calvo Luis López-Aliaga y “Volveré y seré la misma”, la antología de mujeres narradoras argentinas. Todos esos libros los editamos junto a Marcelo Montecinos y Nicolás Cornejo. Y ahora parte de esos libros están sobre la mesa del stand D51. No soy empresario ni microempresario, no tengo cualidades para la venta, y tal vez por eso no le digo nada a don Bernardo, quien luego de unos minutos se larga sin comprar nada.

Pero en la feria todo va y vuelve, en otras palabras cuando alguien se va, otro llega, aunque también una misma persona a veces vuelve. Ésta no es la ocasión sin embargo, ya que la persona no vuelve, sino que otra llega. Se trata de una colega con su niñita de ocho meses, Laurita. Conversa unas cosas conmigo; en el momento en que se va, llega el poeta José Ángel Cuevas, quien al observar la tez de la niña me pregunta:

-¿Es tuya?

Respondo con tacto.

Hirsch, los ritmos y Oliverio

Desde hace un tiempo la Feria Internacional del Libro de Santiago (Filsa) se ha convertido en una tribuna para los políticos de diversas tendencias, o más bien de todos los partidos. Al lado de nuestro stand está nada menos que Tomás Hirsch, ex candidato presidencial. El stand pertenece a Ediciones del Nuevo Humanismo, o sea a Silo, y Hirsch está porque, según él, hay que estar en todas.

-¿Incluso en el stand? -consulto.

-Incluso acá -contesta serio, como tomándole el pulso a que está hablando con Hoppe y conmigo.

Tal vez para salvarlo se interpone entre nosotros una vendedora para explicar que Tomás, así le dice nomás, tiene un proyecto editorial con ellos llamado Parques de Estudio y Reflexión. Me enseña un libro de fotografías a modo de prueba, y yo estúpidamente le creo y me largo no sólo del stand, sino del pabellón D, que no es un pabellón irrecorrible como los de la Feria del Libro de Argentina, sino un sector de la Estación Mapocho.

Paso por donde están los libros turcos, los musulmanes, los de Librería Shalom, en verdad no sé qué tiene este sector que pusieron a puras religiones. A lo mejor por eso la Cámara del Libro quedó aquí… habrán creído que La Calabaza del Diablo iba a compensar un poco. La llegada a la Plaza del Encuentro, que no es una plaza, sino un lugar donde se ofrecen distintos espectáculos musicales, frena mis divagaciones y me detengo a mirar un espectáculo de samba. Hoppe toma fotos. Pero yo me aburro y justo en ese momento me encuentro con Oliverio Coelho, quien viene llegando de un paseo por Valparaíso.

-¡Hola León! -saluda amable.

-¿Cómo te fue?

-Increíble. Fui a la caleta que me dijiste, ¿El Membrillo?, y en verdad no entiendo por qué la gente no se va a vivir allá.

Le explico que, entre otras cosas, en Valparaíso no hay trabajo ni expectativas ni futuro, sólo pasado y que el presente es sólo una ilusión en forma de botella de vino “picado”.

-Ah, pero es fascinante subir y bajar escaleras por los cerros. ¡Maravilloso!

No entiendo la fascinación de la gente que va a Valparaíso y queda cautivada por esa ciudad que me vio nacer. Cuando fui adulto, lo único que quería era venirme a Santiago. Me parecía y me pareció lo más cuerdo.

-Nos juntamos más tarde -advierte Oliverio y desaparece entre una ruma de libros.

Todo lo borra la lluvia

El pabellón E me trae buenos recuerdos, pero cuando lo vi ayer clausurado y anegado me deprimí. Pensé que pudimos haber estado ahí, salvando los libros, el trabajo no sólo de un año, sino de varios. Pero hoy lo veo limpio, incluso resplandeciente. Quizá y como escribe Luis López-Aliaga, “todo lo borra la lluvia”, incluso el anegamiento de ayer, salvo por la ausencia de la gente del stand de la Cámara Colombiana del Libro. Me acerco a una de las personas que atiende un pequeño café y le pido que me cuente cómo fue lo de la lluvia.

-No se inundaron los stands -aclara ella-. Pero lo que pasó fue que tuvieron que esperar que las autoridades de la Cámara del Libro autorizaran a desmontar. Sólo con esa autorización se pudo salvar los libros.

Por un segundo imagino la situación que nos pudo haber tocado vivir de haber seguido arrendando los puestos más baratos de la Filsa. Suspiro y sigo mi camino, hasta la escalinata central, en donde Vitorio, el locutor oficial de esto, anuncia que José Luis Rosasco se encuentra firmando en el stand D11 y enseguida que hay una lectura de poetas jóvenes en la Sala Pedro Prado. Me inclino por lo segundo.

Después de subir unas escalinatas ingreso a la sala. Allí están Ángela Barraza, Víctor “Escalopa” López, Paul Walls y Juan Carlos Urtaza, “la revelación poética del año”, según algunos. Todo moderado por Víctor Hugo Díaz, a quien conozco de cuando intentó romperme una botella de Martini en La Batuta. Pero después de esa “no acción” uno se vuelve amigo: de la no violencia se pasa al cariño, sin trámites. En realidad con todos ellos he tenido algún tipo de altercado -por Facebook, en vivo, por mail, en fin-, menos con Urtaza. Eso se debe a que no es conveniente pelearse con un boxeador casi profesional como él.

Entre el público escuchan atentos la presentación de Víctor “Jugo”, Carlos Cociña, “Don Chuma”, José Ángel Cuevas, el presidente de la SECh y el premio nacional Raúl Zurita. Me siento al lado de este último, más que nada para que Hoppe tenga una buena foto. Detrás de Raúl está Cuevas, quien le comenta a modo de broma:

-¿Te consigo la droga entonces?

-Ya -responde Zurita.

Ángela Barraza lee un poema asumiendo la voz de un detenido desaparecido. Víctor López, durante su lectura, mira por el rabillo del ojo la reacción que provocan sus versos en el premio nacional. Paul Walls opta por contestarle a Nicolás Palacios y su “raza chilena”. Y Urtaza nos golpea a todos con sus versos: derecha, izquierda, jab, somos su pushing ball. Víctor Hugo, en el suelo, da por finalizado el combate, mientras Raúl Zurita aplaude fuerte. Los peleadores se toman de las manos y agradecen al público.

Collyer & Águila

Vuelvo a escuchar a Vitorio anunciar a José Luis Rosasco firmando en alguna parte, pero esta vez ni siquiera hago el amago de intentar ir donde se encuentra. En vez de eso saludo a Camilo Taufic, quien está firmando ejemplares de su libro de crónicas, “Un extraterrestre en La Moneda”. Me detengo un segundo a contemplar el libro y le consulto a qué inquilino de palacio se refiere.

-Éste lo escribí el año pasado, pos León, si tú sabís -alega el colega, haciéndome entender.

Como no quiero explicarle que últimamente me ando equivocando, sigo de largo. En un mesón de informaciones cojo el programa de la feria y ubico una actividad a la que puedo ir. Se trata de la presentación del libro de cuentos del “Neto” Águila, ex columnista de este diario, hoy columnista de La Tercera.

-… Sala Acario Cotapos -vuelvo escuchar…

Curioso, pero todas las salas de la Estación Mapocho tienen nombre de artistas, escritores o músicos muertos. Acario Cotapos es uno de esos músicos. Nemesio Antúnez, uno de esos pintores. Y Pedro Prado, adivinen.

Cuando llego a la sala en cuestión, todo esto se me olvida y sólo me fijo en la conversación que sostienen el ex ministro Ricardo Solari y Ernesto “Neto” Águila. Saludo al primero, pero al segundo no lo reconozco de inmediato.

-Tú no me conoces, pero yo soy el autor del libro -me dice con educación. Y yo, incómodo, le explico que no lo reconocí porque no se parece en nada a las fotos de La Tercera-. No son fotos -aclara él para más remate-, son dibujos.

Por suerte aparece Jaime Collyer, agitado como si hubiese corrido un maratón. A su lado, el compuesto Arturo Infante, editor de Catalonia, lo disculpa:

-Estaba entre una radio y un canal de televisión...

Trato de pensar qué lugar podría ser ése, pero no lo consigo.

-Necesito un ejemplar -dice Collyer a punto de tirarse al suelo.

Arturo Infante, Ricardo Solari, Jaime Collyer y el autor, a quien no reconocí pero que ahora reconozco por su inconfundible gesto (la mano en la barbilla), comienzan con la presentación de “Conversación al final de la noche”. Infante habla, Solari habla, Collyer habla y habla, pero yo sólo pienso en los libros de Pablo Toro, de Oliverio Coelho,

de Luis López-Aliaga, en fin de todos los que como sello hemos sacado durante la Filsa y, pese a que con mis socios nunca habíamos perdido plata, hoy presiento la catástrofe. Y todo por dárnoslas de emprendedores.


 

 

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