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                 Escribir 
            leyendo 
            
            Por 
            Gonzalo León 
           
          
            Hacía bastante tiempo que no leía varios libros a la vez. Hoy leo 
            “La pasión del arte”, de Flaubert, “Diario de un mal año”, de Coetzee 
            y “La puerta abierta”, de Peter Brook, además del nuevo libro de poemas 
            de Gladys González. Por suerte no son libros de narrativa, bueno el 
            único es el de Coetzee; pero como mezcla ensayo y novela la cosa se 
            me está haciendo fácil y agradable, y digo esto porque nunca he sido 
            capaz de leer varios libros de narrativa al mismo tiempo. Concentrarme 
            en una historia es demasiado para mí, ya que como he dicho antes siempre 
            me meto en la cabeza del escritor y voy siguiendo las pistas que dejó 
            en el proceso de escritura, que así como los errores de un libro uno 
            siempre encuentra. Creo que a eso se refería Bolaño con lo de “detective 
            salvaje” o “policía de [er]ratas”.
           Leer narrativa siempre ha sido más difícil 
            para mí. De hecho, tengo tres libros de cuentos inéditos de amigos 
            o conocidos que ni siquiera he podido mirar. Pero las ideas (ensayo) 
            y las emociones (poesía) se me entregan a la lectura como la mejor 
            de las putas. Algunos argumentarán que todo buen poema contiene ideas 
            y otros que una novela sin poesía es una sucesión de letras, espacios 
            y puntos. Ambos estarán en lo cierto. “No hay hermoso pensamiento”, 
            escribió Flaubert a los 24 años, “sin forma hermosa y viceversa… Suponer 
            una idea sin forma es imposible; lo mismo que una forma que no exprese 
            una idea. He ahí un montón de tonterías de las que vive la crítica”.
           Flaubert se refería –si cabe aquí la 
            interpretación- a que los críticos de todos los ámbitos se esfuerzan 
            por “admirar lo que les aburre”. Señala el ejemplo de un escultor 
            que esculpe una mujer sensual, con senos “capaces de dar leche y caderas 
            para concebir”. Los críticos tildarán esa obra como carente de ideas. 
            Sin embargo, si el mismo escultor esculpiera una figura chata, carente 
            de sensualidad, de inmediato concluirían que están ante un idealista, 
            un pensador. 
          Desde este punto de vista, Flaubert afirmaría 
            que, al clasificar los géneros literarios como he hecho anteriormente, 
            constituye un error, porque ideas no sólo existen en el ensayo, sino 
            también en la poesía, las artes visuales, el cine. Tanto así que J.M. 
            Coetzee para ejemplificar el origen del estado cita una película de 
            Akira Kurosawa, “Los siete samuráis”. La cinta, según Coetzee, cuenta 
            la historia de una aldea que es asolada por un grupo de bandidos. 
            Sin embargo, tras años de violar a las mujeres y asesinar a los hombres 
            de la aldea, se les ocurre la idea de “sistematizar sus visitas y 
            acudir al pueblo una sola vez al año para exigir o arrancar tributos 
            (impuestos)”. Y todos sabemos la importancia de la recaudación de 
            impuestos en los estados. Sin impuestos –podría decirse-, no existe 
            estado.
          Con esto intento decir algo elemental 
            o básico: si uno es capaz de leer varias cosas a la vez (poesía, ensayo, 
            crónica, novela), por qué no pensar que es posible -y no solamente 
            posible, sino un hecho de la causa-, que al escribir un texto todas 
            esas dimensiones estarán presentes página a página. Sin ir más lejos, 
            “La pasión del arte” es un ensayo construido sobre la base de cartas 
            escritas por Flaubert a diversas personas: desde amigos, amantes, 
            madre, hasta Víctor Hugo, George Sand y Guy de Maupassant.
           Tal vez lo único que deberíamos tener 
            presente a la hora de escribir es que este acto no se hace solamente 
            cuando uno teclea el PC o notebook, sino también a la hora de leer 
            un libro o cuando caminamos por la calles de Santiago de la mano de 
            una mujer con acento extranjero, que sostiene una correa de la cual 
            intenta escaparse una diminuta yorkshire.