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Gonzalo León presenta dos libros
Cabeza de chancho
Por Javier García
La Nación / Domingo 8 de noviembre de 2009
El primero es un libro de cuentos y el segundo de crónicas reunidas de su trabajo en prensa. Irreverente, puntudo, León puede estar hablando de Schopenhauer y al minuto de un embutido de grasa, y de eso hacer una ficción o un retrato personal.
El cronista no pasa inadvertido. Es alto, fofo, usa lentes de marco grueso y tiene voz de antiguo locutor radial, si no fuese por su tartamudez. Gonzalo León (1968) puede estar hablando de Schopenhauer o Manuel Rojas y al minuto de chunchules.
Una dispersión que se centra a la hora de escribir, donde sabe que los bordes, lo periférico, son su terreno. Títulos como “Pornografíapura”, “Punga” y “Pendejo” describen su biografía y callejeo, y a su obra ahora se suman dos nuevos libros.
El conjunto de crónicas y columnas salidas de La Nación y de la revista Punto Final arman “La puta que me parió” (LOM Ediciones), y además acaban de aparecer 16 cuentos bajo el nombre de “Un imbécil leyendo a Nietzsche” (Libros La Calabaza del Diablo).
En “La puta que me parió” se explica que el libro es “un ejercicio de montaje”, y que se puede leer como “un diario personal”. León responde que “en muchas crónicas me di cuenta de que había cosas personales, como mi separación de la chica trotskista, la demanda de divorcio de mi padre a mi madre después de treinta años de separación, la posterior enfermedad y muerte de mi madre y entremedio muchas idioteces”.
MADRE HAY UNA SOLA
-En ambos libros aparece tu madre. El de crónicas se lo dedicas. En el cuento hablas del niño que fuiste hasta su funeral.
-Quiero pensar que ambos libros son complementarios. En otras palabras, cuando escribía las crónicas que incluiría en “La puta que...” no sabía que mi madre se moriría, en cambio “Un imbécil...” es parte de un duelo, ya que los comencé a escribir a un mes de su fallecimiento. Reconozco que alguna vez le comenté a mi madre la posibilidad de ponerle a un libro “La puta que me parió”. Recuerdo que se puso seria y luego dijo: “Cuando esté muerta puede hacer lo que quiera, mijito”.
-La muerte y los hospitales se reproducen en algunas historias de “Un imbécil…”. ¿Estás preocupado por tu fin?
-Mi familia tiene un historial con los hospitales, en especial con el Gustavo Fricke de Viña del Mar. Ahí murió mi abuelo atropellado por una ambulancia, luego mi madre producto de una casi negligencia, y yo estuve internado ahí hace treinta años a causa de una bronconeumonía. Más que a la muerte, les temo a los hospitales.
-¿Con qué escritores de la actual narrativa chilena sientes afinidades?
-Me gustan las crónicas de Roberto Merino, las dos novelas de José Leandro Urbina, los libros de cuentos de Luis López-Aliaga y Carlos Tromben, un par de cositas de Diamela “La jefa” Eltit, pero también una narrativa chilena que ha sido olvidada, como la de Luis Cornejo, Alfredo Gómez Morel, Ricardo Puelma. Hoy nadie escribe sobre Chile. En este sentido, todo lo que se está haciendo a grandes rasgos tiene los mismos tintes que los de la “Nueva Narrativa”, vale decir, el eufemismo, el eludir a Chile.
-¿Te gustaría ser un escritor famoso y reconocido?
-En realidad ya soy famoso, pero en la calle, y las cosas no han cambiado para nada. Pero en tu planteamiento hay algo terrible y es que hay muchos escritores que están en el oficio por fama; y no hablo de reconocimiento, que es otra cosa y que llega cuando uno cumple cierta edad y ha acumulado cierta obra. No estoy desestimando al lector, pero uno no puede escribir en función de él. Tampoco en contra, pero la escritura consiste en encontrar una voz propia. Si eso coincide con el público, es otro cuento.