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UN ESCRITOR QUE ENUNCIA LO QUE NO ES

Por Gonzalo León


Los escritores solemos jugar con lo que no son las cosas, sino con lo que nos parecen. Así, una chica gorda y fea puede ser una mujer hermosa y alta, inspiradora de inquietantes historias. Los escritores somos más perversos que los publicistas, porque no vendemos un producto, sino un mundo, o una interpretación de mundo. Alejandro Rubio (Buenos Aires, 1967) pertenece a esta estirpe, pero con el añadido de que incursiona en lo que podríamos llamar publicidad engañosa. Novela elegíaca en cuatro tomos: tomo uno, publicada por Ediciones Vox (2004), no es una novela ni tiene cuatro tomos; Diario (Libros La Calabaza del Diablo, 2009) no es un diario, en el sentido cronológico que los libros de este género poseen; Música mala, el primer libro que leí de Alejandro Rubio, no posee la musicalidad imperfecta que anuncia, sino que más bien una no musicalidad. Y por último, La garchofa esmeralda (Mansalva, 2010), supuestamente la primera novela del autor fue definida por Fogwill, otro publicista, antes de morir como “un mérito del editor haber presentado al libro como lo que es –tres textos en prosa– en un momento en que todo se presenta simulando ser una novela”.

Pero quizá no es publicidad engañosa lo que ofrece Rubio con estos títulos, sino su manera de entender la escritura, esto es tocando géneros, ampliando los recursos. En Música mala, por ejemplo, escribe: “Martes cuatro, la ley nueva / todavía se discute, 99 por ciento / de humedad” o “Mi querido joven artista, dos puntos: / abajo. Acuso recibo /Acuso recibo de vuestro currrrr /rículum vitae y obra nueva intitulada / La Pasión según Ethan Coen”. En Diario uno puede encontrar operaciones similares, en donde la escritura se nutre de apuntes, notas de prensa reales o inventadas, impresiones o destellos, partes o trozos de relatos. En todas ellas, sin embargo, hallaremos poesía. Porque en resumidas cuentas la escritura se trata de eso, de poesía, no importando desde qué lugar, desde qué genero o con qué recursos la hagamos. Bueno, Hemingway tenía claro eso y un profesor de Princeton habló del famoso iceberg de Hemingway, en donde lo invisible era la poesía, lo más potente del escritor de Fiesta.

No sé si Alejandro Rubio sea un escritor de fiesta, aunque confieso que he pasado más de una con él aquí, en Santiago, y también en Buenos Aires desde que nos conocimos en 2005. Rubio –y aquí me permito una intuición–no escribe alimentándose de otras escrituras o textos, pese a que es un gran lector; tampoco escribe creyendo que la escritura es un lugar o un territorio en el que se puede mirar al resto del mundo desde las alturas, como tomando palco para observar las míseras vidas de quienes tienen que trabajar esforzadamente. Rubio es un escritor que entiende la escritura como una intromisión, no en las vidas privadas de las personas, sino en la vida pública de un país, de un mundo. Quiero decir que él tiene una visión política de la escritura, no como militancia (aunque bueno, él se ha encargado de decir que es un poeta peronista), sino como actitud de permanente cuestionamiento del orden social y político que se nos va legando o imponiendo. Rubio resiste de la única manera que entiende: desde la escritura.

Quizá una anécdota o a esta altura una infidencia pueda ayudar a comprender un poco de lo que hablo. Hace casi tres años estábamos en Buenos Aires con Marcelo Montecinos y Martín Gambarotta en la casa de Verónica Viola Fisher, poetas que Libros La Calabaza del Diablo publicó hace un tiempo, y de pronto Martín y Alejandro empezaron a discutir de Malvinas. En un momento Alejandro dijo: “Si ganamos las Malvinas, hubiésemos tenido veinte años más de milicos”. Martín se indignó, pero bueno esa es otra historia. A lo que me refiero es que, aparte de escritor, Rubio es un polemista y un provocador. Discutir con él no es fácil, ya lo sabemos varios. Porque además Rubio, como buen autodidacta, entiende que el oficio de escritor lleva como añadido la profesión de intelectual. Sé que ese término ha sido tan abusado que casi ha extraviado su significado, pero comprendámoslo como es: una visión de mundo en lo que no se escapa nada, y nada es porque sí, y todo tiene una razón, un motivo. Profesión nada de fácil, por lo demás. Y acá Rubio no enuncia lo que no es, sino todo lo contrario.

El modelo –si cabe esta palabra– más aproximado para comprender la escritura y desde dónde escribe Rubio es Fogwill, el autor de Los pichiciegos y de Un guión para Artkino, entre otros libros, polemista, provocador y trotskista en una época. Bueno, Fogwill se encargó de decir lo que le parecía la última producción de Alejandro Rubio, unos días antes de su muerte en la columna que tenía en Perfil: “Es mérito del autor el lucimiento de una imaginación novelística que todos los narradores argentinos que, como él, crecieron en los años 70 tendrían que consultar antes de emprender nuevas trivialidades”. Después de esto, no tengo más que decir. Muchas gracias.

 

 

 

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