Entrevista a Gonzalo León, autor de "Vida y Muerte del Doctor Martín Gambarotta"
(La Calabaza del Diablo, 2011. 136 páginas)
“El verdadero lector es un imbécil que necesita pistas para entender lo que lee”
Por Luis Cruz
http://www.librosdementira.com/
“Gonzalo León ha desaparecido y este libro deja constancia de eso” señala el poeta Martín Gambarotta en la última página del nuevo libro de León. No disimulé mi sorpresa al enterarme que León había desaparecido de verdad, de Chile, al menos. Hasta Argentina lo seguimos para que nos hablara sobre Vida y Muerte del Doctor Martín Gambarotta, su última novela. Con la acidez que lo caracteriza, Gonzalo León nos cuenta acerca del que es considerado por muchos, su mejor libro hasta la fecha.
- Tus novelas usualmente poseen elementos lúdicos, en el caso de “Vida y Muerte…” existe un flirteo con la numerología, tan en boga por estos días. Al leer este libro tengo la idea de que lo pasaste muy bien escribiéndolo. ¿Es así?
-Esta novela nació como un engendro y los engendros te remiten a muchas cosas. Pero también nació cuando unos chicos de Argentina, de una cartonera, me pidieron un texto. No sé por qué me puse a juntar lo que tenía, lo que me gustaba de lo que había escrito en el último tiempo, pero no sabía cómo mandarlo, me refiero a que no encontraba la forma. No sabía si ponerle “mi narrativa incompleta”, o intentar hacer de eso, que era viejo, algo nuevo. Opté por lo segundo. Pero a medida que le iba dando forma, comencé a reescribir y después a escribir y borrar lo viejo. Fue como levantar un edificio donde antes había escombros. Y como nunca había hecho eso, o sea sí, pero con los textos de otros (como editor de La Calabaza del Diablo) y no a este nivel, resultó ser entretenido y a la vez un aprendizaje, un ejercicio de autoayuda sobre cómo escribir novelas en un sentido más tradicional. Porque antes, mis “novelas” eran un engendro nomás, ésta fue más allá del engendro.
- Existe una clara intención de generar metaliteratura a partir de esta narración, sin embargo, los referentes que utilizas no son los que usualmente se estilan (no sueles referirte a autores canónicos). Quisiera que me contaras acerca de esos autores que te interesan, de los que hablas y conviertes en personajes y de por qué los utilizas en tus ficciones.
- Creo que cuando se habla de metaliteratura en Chile, se refiere a cierto tipo de narrativa. Se piensa en Bolaño y sus epígonos, como si eso fuese nuevo. Pero la metaliteratura es literatura y siempre ha existido, no es algo nuevo ni un fenómeno. En El Quijote se hace referencia a las novelas de caballería, por ejemplo, y a otros quijotes. Si me interesa una línea de narrativa diferente, es porque no creo que hoy tenga límites a la hora de buscar cómo narrar. Tal vez por eso me gusta la literatura argentina. Por eso hay una parte de “Vida y muerte…” que transcurre en Argentina. Pero si digo que me interesa César Aira, que he leído más de quince libros suyos, que hay unos buenos, otros regulares y un par malos, qué estoy diciendo de Aira, realmente, o de mí.
Contestando la otra parte de tu pregunta, convertí a un poeta argentino, que a la vez es amigo mío, en personaje. Pensé: si lo había hecho conmigo, ¿por qué no hacerlo con él? Y funcionó: Martín Gambarotta se despegó del Martín Gambarotta real y se convirtió en un personaje. Cosa que no ocurrió en un principio con el personaje Gonzalo León. Ahora lo que hice tampoco es nada nuevo: se hace siempre para construir personajes. Éstos vienen de amigos, conocidos, parientes, siempre hay una mezcla de todos esos a la hora de construir un personaje. Alguien me dijo una vez que si no cambiaba los nombres de mis personajes, eso no era literatura. Recuerdo que en ese momento le hice caso a esa persona, pero después dije qué idiotez, cómo algo tan bobo puede definir lo que es o no literatura. Nombrar es una elección personal, que debe ser respetada, porque detrás de esa elección hay otra elección y quizá más interesante: qué duda quiero crear. Toda la buena literatura que he leído me genera dudas sobre el mundo que me presentan. Recuerdo “Diario argentino”, de Gombrowicz, y la inquietud que me generó al ver que, claro, el título decía que era un diario, estaba escrito como uno, pero no era un diario, era algo más. O “Evaristo Carriego”, de Borges, que según muchos es un libro de ensayo, y creo que si tomamos los criterios de cuando fue escrito (1930), claro que era un ensayo, pero a mí me parece una novela, la única novela de Borges, en donde el protagonista es un poeta argentino. “Vida y muerte del doctor Martín Gambarotta” tiene mucho de ese libro.
- ¿Te sientes un outsider literario?
- Juan José Saer tiene una definición muy interesante al respecto en “El concepto de ficción”: “El concepto de ‘marginal’ es, como suele decirse, un arma de doble filo y encubre un litigio ideológico. Rara vez un autor se autocalifica como marginal, ya que cada escritor, por la esencia misma del arte literario, postula su propia obra como un intento de englobar la existencia de los demás. En realidad, es la tradición oficial la que crea a los marginales, como la Iglesia crea a los herejes”. Entonces sí, se puede decir que fui excomulgado hace un tiempo, pero básicamente por algunos críticos y editores de secciones o suplementos que piensan que lo hago no es literatura. Hay harto cura en el medio literario, en todo caso. Y mucho hereje también.
- Me gustaría saber qué hay detrás de la mezcla de materiales textuales. Esta novela en particular incluye emails, poesías, relatos paralelos, onomatopeyas. ¿Es una exploración? ¿Un manifiesto? ¿Una búsqueda de nuevos caminos narrativos?
- En realidad es una variante de lo mismo que venía haciendo. En vez de contar un diálogo de manera directa, lo que hago es usar un mail o una carta. Ahora los caminos narrativos son tantos que uno tiene que descubrirlos, trabajarlos y desecharlos. Hace un año tenía toda la intención de hacer una novela epistolar, pero no resultó, porque no se trata tampoco de imponer una forma sin tener en cuenta la historia. Algunos lo hacen, porque se admiran del estilo de tal o cual escritor y quieren escribir a “su” (que es la de otro, no la propia) manera, pero no se dan cuenta de que cada historia pide una forma específica que hay que descubrir. No es fácil, las posibilidades para contar una historia pueden ser infinitas. En cuanto a la poesía, siempre he tratado de meter poemas míos en los textos, sin poner que son míos, quizá porque me avergüenzo de ellos un poco o porque le tengo mucho respeto al oficio de poeta. En lo que estoy haciendo ahora hay un poema y en “Pornografiapura” otro, que muchas personas se lo adjudicaron no sé por qué a Bruno Vidal.
- ¿Asignas entonces a la poesía un carácter más íntimo o sacro que a la narrativa, en cuanto pareces no tener miedo de exponer sucesos y temáticas que, a los ojos del lector, son extremadamente personales (como la muerte de tu madre, algunas adicciones a drogas duras o la relación con tu padre)?
- Si reducimos la poesía a un género, a escribir poemas, pierde buena parte de su significado. En la vida cotidiana de todos hay poesía, yo sólo estoy diciendo que no quiero dármelas de poeta, de escritor de poemas, y quizá por eso no dejo en claro que los escribí yo. En realidad mis poemas, que como todo narrador los tengo escondidos, son francamente malos, execrables y rezo todos los días para evitar la tentación de publicarlos en formato de libro de poemas. Ahora hay otra cosa que es distinta y que yace en tu pregunta: lo personal no necesariamente es poesía. Puede serlo, si nos llega, si nos golpea, si trabajamos eso como material literario. Mi hermano, por ejemplo, no le asigna ningún carácter poético a la muerte de nuestra madre; para él es un asunto del “Señor” y toma un hecho que, para mí y para otros, puede ser material literario, como una decisión divina. Pienso que las historias personales hoy en día se confunden con historias profundas. Creo que ni lo personal es poético ni profundo, necesariamente. Ésa es una confusión que a menudo incurren algunos escritores que encuentran en la vida privada un refugio de lo que es la vida en realidad. Un colega, un poeta de verdad, me dijo que detrás de los libros de cierto narrador estaba la intención de cerrar las ventanas y dejar afuera todo: lo político, lo social, lo real y dejar la cáscara. Hoy ese mismo narrador sacó una novela con un comienzo espantoso, en donde un niño vive el terremoto de 1985 y tiene que pernoctar en una carpa iglú (en la época en que las carpas iglús recién habían llegado a Chile, o algo así escribe). Ese esfuerzo por ser verídico -el de las carpas iglús- me parece espantoso porque detrás de esas carpas estaban y seguirán estando las carpas de los campamentos, de la pobreza y la desigualdad, que en esa época sí que habían llegado a Chile, y para quedarse. Pero bueno, todos tenemos derecho a contar nuestras historias personales. Y eso es lo bueno, porque como toda literatura es política, gracias al texto nos podemos dar cuenta de qué lado estás, de cómo piensas, de quién eres.
- Se ha dicho que “Vida y Muerte…” es tu mejor libro hasta la fecha. Estás de acuerdo con esta aseveración, ¿sientes que alcanzaste una suerte de madurez literaria con este nuevo libro?
- Espero jamás alcanzar la madurez en ningún sentido. Hay algunos que lo creen así, en especial escritores chilenos, que piensan que han llegado a la “cima”, obviando que lo que separa a una cima de una cornisa es un salto.
- En “Vida y Muerte…” vuelves a exponer los mecanismos que operan en la psicología del escritor, tal como lo hiciste en Pendejo. Dejar al descubierto el cúmulo emotivo que opera al momento de escribir puede interpretarse como que estás revelando “los secretos del mago” o que intentas plasmar una verdad, escribir desde la verdad como hacía Miller o Céline. ¿Qué tanto hay de lo uno y de lo otro?
- Es imposible que ciertos estímulos, al momento de escribir, no te afecten, o sencillamente sean el motivo de tu escritura. En “Pendejo” venía de una separación y de la pérdida de un feto de parte de mi ex; en ese libro la separación ni esa pérdida fueron el tema de la novela, o “crónica larga”, como algunos le dicen, sino que el estado de ánimo era tan malo que me hizo evadirme de esa realidad y escribir algo en donde había entusiasmo: mi viaje a Santiago, mi decisión de convertirme en escritor. En “Vida y muerte…”, en cambio, la muerte de mi madre es uno de los temas de la novela. En realidad me di cuenta de que la única manera que tenía de mantener viva a mi madre, y no como recuerdo solamente, era a través de la escritura, que le escritura al parecer extendía sus dominios hasta más allá de la muerte. Para muchos esto puede ser una obviedad, pero para mí, que escribía mi vida, fue una epifanía. Puede decirse que eso me soltó, me liberó literariamente. Abrir tu mente a los cuarenta años merece una nominación, ¿no?
- En esta novela, ficción y realidad están más mezcladas que nunca, sin ir más lejos, desapareciste de Chile, tal cual lo hizo el narrador de “Vida y Muerte…”. ¿Este gesto es parte de la novela misma?
- En un momento pensé: sería inquietante que alguien tomara decisiones personales sobre la base de sus decisiones literarias. Si eso ocurriera, ¿hasta dónde uno podría extender los dominios de la literatura? Durante siete años estuve empeñado en convertir mi vida en literatura. Hace un par de años descubrí que ese esfuerzo era vano, porque no puedes convertir tu vida en literatura, sencillamente porque todo es literatura, hasta la muerte de tu madre. Esto ya lo han dicho otros, que han visto como textos a los refrigeradores y electrodomésticos en general. Entonces si las cosas, los objetos son textos, las personas deberían ser novelas.
- Al incluir tantos elementos autobiográficos, no crees que impones una barrera extra al lector, el que, para entrar en el juego, debe necesariamente tener una idea más o menos clara del ser humano Gonzalo León.
- Es una barrera doble. Por un lado digo: cómo alguien va a creer que el Gonzalo León que escribo soy yo, y por otro hay gente, novias por lo general, que me pregunta por qué no soy como ese personaje.
- ¿Para quién escribes?
- Difícil pregunta. Antes pensaba que para un lector ideal, que lo imaginaba mucho más sensible e inteligente que yo, que tenía más lecturas y que las procesaba mejor. Sin embargo, con el tiempo me he dado cuenta de que ese lector ideal sólo existe en tu cabeza y que sirve para engañar al verdadero lector. El “verdadero” lector –así lo tratan algunos escritores– es un imbécil que necesita pistas, señales luminarias para entender lo que lee y el crítico vendría siendo un sujeto menos imbécil que le da aún más pistas al lector. No sé, tampoco digo que me sienta un incomprendido, sólo constato las reglas del juego. Hay muy pocos lectores críticos. O tal vez se trate de lo que dice Aira: si quieres ser un escritor de vanguardia o nuevo, tienes que crear tu propio público, nuevo, en este caso lector, y hacerlo uno por uno. Creo que hacia allá voy. O al menos eso trato.
- Tu figura suele estar asociada a las nuevas generaciones de escritores, sin ir más lejos, eres editor de La Calabaza del Diablo, editorial que se ha convertido en un espacio para los nuevos talentos de las letras nacionales. ¿Cómo ves la escena literaria actual? (enfatizando en los autores sub 35, claro).
- Mi relación como editor de La Calabaza del Diablo fue increíble, y hablo en pasado porque después de cuatro años y medio y de editar casi veinte libros, creo que ya ha sido suficiente. Es cansador a la vez, porque la industria no está preparada para las editoriales independientes. Claro, aparecemos en prensa de vez en cuando, pero se habla con mucha ignorancia del tema. Es verdad que desde hace tres años le hemos dado espacio como editorial a los jóvenes, pero esa no fue nuestra intención, eso fue lo que nos llegó, y era obvio que así fuera: había una generación de recambio esperando su oportunidad, golpeando puertas o haciendo ring raja, como lo quieras ver.
La escena literaria chilena es indiscutida. Alejandro Zambra es un escritor canonizado por las ventas y por la crítica, Isabel Allende es una basura, Pablo Simonetti el escritor gay del momento, Pedro Lemebel un escritor de izquierda y pasado de moda. Pero esto no lo digo yo, son las etiquetas que pone la gente vinculada a las letras. Y estas etiquetas demuestran que somos una sociedad muy rígida, muy tiesa, que en vez de discutir, nos dedicamos a poner etiquetas, como si fuésemos reponedores de supermercado. Todo en Chile es indiscutido: Zambra, Allende, Simonetti, en fin… Y cuando sucede esto, se elude la discusión, el intercambio de opiniones, de críticas. Cómo puede ser que cuando un libro es bueno en Chile, es bueno en todos lados, para todos los comentaristas. ¿Qué sentido tiene eso? ¿Acaso todos pensamos igual? ¿Acaso los reseñadores leen, piensan y tienen las misma experiencias? Aira tiene una frase muy iluminadora en “Diario de la hepatitis”: “El oro que son Góngora, Racine, Shakespeare, Balzac, se hace con el barro deleznable de García Márquez, Marguerite Yourcenar, Isabel Allende…”.
- Tu trabajo como editor te ha permitido conocer la realidad Argentina. ¿Crees que hoy existe un intercambio cultural entre Chile y el país de Borges que es más horizontal, que los argentinos están más abiertos a conocer lo que se hace acá y viceversa?
- El otro trabajo muy relevante para La Calabaza del Diablo y que ha pasado colado en estos años, porque nadie ha tomado en cuenta, es la publicación de autores y poetas argentinos. Y esto no ha sido menor. Hemos publicado a Martín Gambarotta, Alejandro Rubio, Verónica Viola Fisher, Mario Arteca, Oliverio Coelho, Dalia Rosetti y una antología de narradoras argentinas. Nunca, ningún medio grande ha criticado alguno de esos libros, que no son de desconocidos, ni nada de eso. Gambarotta sale en Ñ, Rubio en Página 12, Coelho en todas partes, y en Chile ni una sola crítica. Raro, ¿no? Creo que en Argentina están más receptivos de lo que sucede en Chile.
- Chile es el país de los poetas y Argentina el de los narradores ¿Es posible mantener esta creencia hoy en día?
- Una falacia muy grande y efectista, que curiosamente hace a los narradores de nuestro país leer poesía argentina y a los poetas argentinos leer narrativa chilena.