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Yo al Premio Nacional
Por Gonzalo León
En el último tiempo me han llegado correos proselitísticos relacionados con premios y literatura. El primero lo firmaba la poeta Malú Urriola y abogaba por Eugenia Brito al Premio Nacional de Literatura, y el otro lo firmaba Héctor Hernández Montecinos y proponía a Carmen Berenguer al mismo reconocimiento. Me enteré después que David Bustos, poeta y uno de los guionistas de El señor de la Querencia, estaba haciendo campaña por el ex poeta José Ángel Cuevas. Pero más allá de mis propias consideraciones sobre quién deba ganárselo, pienso que siempre este premio, que entrega cada dos años el ministerio de Educación, confunde tal vez deliberadamente calidad literaria con literatura. En otras palabras, se pretende hacer creer que el mejor poeta, narrador o ensayista es merecedor(a) del Premio Nacional de Literatura. Debo aclarar que esto es falso desde los inicios de este reconocimiento, en 1942. Ese año autoridades políticas preocupadas por el pasar de Augusto D’Halmar decidieron crear el premio especialmente para beneficiarlo.
Con el tiempo el Premio Nacional empezó a cobrar notoriedad y prestigio, aunque cuando las autoridades y jurados de los años 40 se saltaron a Gabriela Mistral, este reconocimiento dejó en claro que la Premio Nóbel era la mejor poeta en el mundo menos en Chile, vale decir en ese momento se estableció que el mejor poeta, narrador o ensayista no necesariamente obtendrían este premio. De esta forma, apelar a la calidad literaria para ganarlo constituye el peor de los argumentos, aunque Joseph Conrad señaló en relación a los argumentos: “Quien desee persuadir ha de confiarse no al argumento adecuado, sino a la palabra idónea”.
Todos los premios, hasta el más “piñufla”, excluyen a la calidad literaria como argumento. El Premio Nóbel del año pasado, por ejemplo, sirvió para reconocer a una desconocida escritora feminista como Doris Lessing, quien declaró que el galardón fue “una catástrofe” para su vida literaria, ya que ahora se la pasa dando entrevistas en vez de escribir.
Todo premio es político y quien no lo entienda cae en la candidez. En otras palabras, cada institución se reconoce a sí misma cuando entrega un premio. Nicanor Parra, ya sabemos, nunca se ganará el Nóbel, simplemente porque en plena época de la Upé se le ocurrió tomar tecito con la señora de Richard Nixon. En esta misma línea, ni Mariana Callejas ni Miguel Serrano ni José Luis Rosasco obtendrán el Premio Nacional de Literatura, porque apoyaron de una u otra forma a la dictadura. ¿O es que alguien se imagina a la ministra de Educación llamando a don Miguel o a la señora Callejas para avisarles la buena nueva?
En todo caso, hoy las argumentaciones para proponer a tal o cual al Premio Nacional no van por el lado de la calidad literaria. Ninguno de los mails que me han llegado abogaban por la calidad de la obra de Eugenia Brito o de Carmen Berenguer. Sólo se trataba de reclutar a la mayor cantidad de personas, fueran escritores o no, y el motivo para convencer o motivar era el simple “porque sí”.
Operar de este modo, en todo caso, resulta menos ingenuo que apelar a la calidad literaria, pero igualmente desconoce el hecho de que, pese a las campañas, el premio siempre será político, es decir reflejará a la institución que lo da, en este caso al gobierno de Chile. Y aquí vale la pena preguntarse si una Presidenta en el poder, es razón suficiente para premiar a una mujer. Superficialmente deberíamos responder que sí, pero el gobierno de Michelle Bachelet no es un gobierno de y para las mujeres. Es más, todavía nadie entiende bien a lo que se refirió la Presidenta con esto de hacer un “gobierno ciudadano”. Si desconocemos lo que es la institución, mal podríamos prever lo que le gustaría reconocer o premiar este año, ni menos qué autor estaría en esa línea. Y ante este desconocimiento, yo me propongo al Premio Nacional de Literatura. Soy un muerto de hambre como D’Halmar, he escrito algunos libros y, lo más importante, prometo repartir la plata entre mis adherentes. Interesados inscribirse aquí.