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El limbo de Ignacio Fritz

Por Gonzalo León

 

 

Cuando Ignacio Fritz me pasó “Hotel”, su último libro de cuentos, para escribir esta presentación, me hizo dos advertencias: la primera que su libro se leía en dos horas y la segunda que no escribiera más de cinco minutos. Quiero decir efectivamente que el libro, pese a lo recargado o lo neobarroco que se vuelve a ratos, se lee en dos horas. Sin embargo, como nunca he sabido cuánto es escribir dos, tres o cinco minutos, temo que me alargaré un poco.

Las advertencias que me hizo Fritz tenían que ver con el tiempo. Ya sabemos el trabajo que hizo Jorge Luis Borges en ese sentido o el mismo Peter Brook, dramaturgo y cineasta inglés, quien escribió:“Un suceso de un pasado muy lejano estaba siendo ‘representado’, se estaba convirtiendo en presente; el pasado estaba ocurriendo allí y en ese momento la decisión del héroe se producía. No se estaba describiendo o ilustrando el pasado, se había abolido el tiempo”. Pienso que esta frase de Brook es apropiada para hablar de “Hotel”, ya que en sus diez cuentos lo que hay ahí es precisamente una abolición del tiempo, del tiempo real. En “Hotel” los personajes -Jim Morrison, Sharon Tate, River Phoenix, James Dean, Miguel Serrano y Medusa- conviven en una especie de limbo, que el autor se ha encargado de decorar hábilmente.

En otras palabras, leer el libro de cuentos de Ignacio Fritz implica un paseo por el cementerio, o una estadía en un limbo o purgatorio. Y por cierto esto es lo que inquieta, así es que quienes quieran disfrutar de esta lectura sin reflexionar sobre su futuro o sobre qué hay después de la muerte, me temo que deberán abstenerse de ésta, porque este volumen de cuentos cuestiona al lector, lo hace pensar y pensarse. “Hotel” es el limbo de Ignacio Fritz. “Hotel” es el purgatorio al que pudo llegar este escritor, a quien conocí hace diez años. Pero también por las páginas de este libro se aprecia el intento autodestructivo de todo ser humano. Algunos dirán que será de autoconservación, pero dejémonos con cuentos: el ser humano no se autoconserva, se autodestruye día a día. Y si la humanidad no ha desaparecido, es sencillamente por suerte o, como decimos coloquialmente, por “cueva”: mala o buena, ustedes juzgarán.

Todo esto queda de manifiesto en “El manicomioinfierno de Scooby Doo”, a mi juicio el mejor cuento de todos y que opera como arte poética de este volumen. En él, un policía esquizofrénico y a la ex novia de Henry Miller, ahora convertida en vampiro, enfrentan a una tropa de zombies, mientras el cadáver de Scooby Doo, el dibujo animado llevado al limbo por Fritz, descansa sin vida en el piso de un hotel. “En efecto, señores del jurado”, escribe el autor, “degluté malamente a la novia de Henry Miller, pues la pregunta nunca se hizo, con prolijo empeño, pues todo no era más que una farsa, alabado, pulverizado, y Scooby Doo no existía”. Y unos párrafos más abajo el juez le pregunta a este esquizofrénico policía cómo se declara. “Me declaro inocente, señor juez. Solamente soy un televidente anclado en las Santas Pascuas”.

El hotel de Ignacio Fritz es un limbo, un purgatorio, pero también una cita a “La divina comedia”, y así queda claro en el primer cuento, que da título al libro. Aquí Jim Morrison, Sharon Tate y River Phoenix aguardan a que un demonio los conduzca finalmente al infierno. El hotel, al igual que en la obra de Dante, tiene distintas etapas, pero en esta ocasión son habitaciones, en donde los personajes del “poeta” Fritz permanecen atrapados sin salida. “Llega el Poeta a la puerta del Infierno, y lee sobre ella una inscripción espantosa. Entra precedido del buen maestro, y ve en el vestíbulo el castigo de los indiferentes, que pasaran la vida sin hacer nada en el mundo”. Estas palabras de Dante Alighieri bien podrían ser las de esta Caja de Pandora o libro que hoy presentamos. Una caja que, ineludiblemente, irá abriéndose lentamente, página a página, hasta llegar a la última. Por ahí pasarán los personajes, por este hotel, que es, ahora lo entiendo, la resurrección de un escritor.

Podría continuar y decir que a ratos hay excesivas citas, o una preocupación por demostrar que se ha leído, o agregar incluso que el uso de palabras alambicadas resulta un recurso innecesario porque las historias funcionan igual, o que Fritz posee un manejo innegable para la narración; todo eso se lo dejo a los críticos. En lo personal prefiero volver a la cita de Brook y repetir: “Un suceso de un pasado muy lejano estaba siendo ‘representado’, se estaba convirtiendo en presente; el pasado estaba ocurriendo allí y en ese momento la decisión del héroe se producía. No se estaba describiendo o ilustrando el pasado, se había abolido el tiempo”. Con este libro, Fritz, quizá sin darse cuenta, ha intentado abolir el tiempo, representándose entre nosotros, volviendo al presente, a la realidad. Y lo hace, paradójicamente, con historias que parecen escapar de ella. Por eso digo que “Hotel”, de este nuevo sello llamado ContraCorriente, implica una resurrección, no solamente en términos literarios del autor, sino personales, ya que la temporada en el infierno ha traído buenos frutos.

 

 

 

 

 

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