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Una idea más fuerte que el tiempo y que los hombres

Por Gonzalo León

“La idea es más fuerte que el tiempo y el tiempo / más fuerte que los hombres”, escribe el poeta argentino Alejandro Rubio, y precisamente en esto pienso cuando contemplo a la derecha entrar a La Moneda como si nada hubiese pasado; como si los muertos, las torturas, las injusticias, todo hubiese sido una ficción, una mentira creada por nuestras caprichosas mentes. Pero como dice Rubio, “el tiempo es más fuerte que los hombres”, es decir por más voluntad que pongan los hombres –me refiero a Sebastián Piñera y a quienes lo rodean, los pinochetistas de siempre– el tiempo transformado en historia se impone, y sobre ella la idea de que todo acto tiene su consecuencia.

No quiero insistir en la idea de que la derecha, y en especial el candidato que lo representa, se enriqueció, a lo menos, de manera sospechosa. Eso lo considero, a estas alturas, inconducente. Lo que me interesa plantear es que si la derecha impulsó un golpe de estado, que incluyó un bombardeo a La Moneda, eso la inhabilita para ingresar al palacio de gobierno y ocuparlo. Alguien estúpidamente alegará que eso lo decide el pueblo o los chilenos. Sin embargo, me niego a esgrimir que la democracia es buena para unas cosas y mala para otras; en otras palabras, si la respeto, es en toda circunstancia, en todo evento, y no sólo cuando me conviene. Por eso soy de la opinión de que la derecha está inhabilitada para entrar a La Moneda, sencillamente porque al bombardearla perdió ese derecho. Cuando los aviones lanzaron sus cohetitos no sólo estaban destruyendo un monumento histórico, sino también la democracia, y como uno debe aceptar las consecuencias de sus actos, la derecha, al igual que los nazis en Alemania, no podrían acceder al poder, por ley, por moral, por decreto, por sentido común, por lo que sea.

Bombardear La Moneda es equivalente a incendiar intencionalmente la casa de un amigo mío con su familia adentro y que después de treinta años esperara poder ingresar a su nueva casa. Lo lógico es que fuera a dar a la cárcel, pero ya sabemos que eso no sucedió con la derecha de este país, y no sólo con sus “crímenes de guerra”, sino tampoco con los otros crímenes, los mal llamados “fraudes” o “enriquecimientos ilícitos”. La derecha, repito, está inhabilitada para ingresar a La Moneda, y esto no lo digo yo, lo dicen las circunstancias, y en este momento sí, parafraseo a Abraham Lincoln: “No soy yo el que actúa, son las circunstancias”.

Por eso creo que eso de la “cruzada progresista” es una idea ridícula, porque esa cruzada no se debió haber planteado nunca; ese dilema nunca debió haber existido, sencillamente porque los “infieles” no debieron estar a un tris de obtener el “cáliz sagrado”. Y si alguien insiste aquí con la idea de los votos y la democracia, yo le respondo que en todo régimen político, incluso en las dictaduras, hay principios. En democracia uno no puede bombardear el emblema republicano sin aguardar consecuencias, saliendo indemne de polvo y paja. Si no ha habido justicia en materia de derechos humanos, a lo menos que haya justicia política, y eso equivale a decir que la opción que levanta Piñera y sus Pinochet Boys no debiera existir. Pero lamentablemente, y a la luz de los hechos, es una realidad.

Recuerdo que a finales de los 80 algunas voces levantaban la idea de una asamblea constituyente. Confieso que en ese momento no logré imaginarme cómo se implementaría esa famosa asamblea. ¿Acaso todos estaríamos en el Estadio Nacional y en vez de caminar hacia la tortura o hacia la muerte, levantaríamos nuestras manos para ir revisando artículo por artículo hasta conformar una nueva constitución política? En ese minuto esa era la única forma que imaginaba y la deseché y abracé la ruta “democrática”. Sin embargo, a los pocos meses sufrí la primera decepción: la votación de la derecha no era tan mala como había pensado, y no sólo eso, la mayoría de ese conglomerado llamado Concertación no conseguía mayoría sustantiva en el Congreso para hacer los cambios que se necesitaban. Recuerdo que escuchamos los resultados con un amigo que hoy es asesor económico de Frei y no podíamos creer lo que había pasado. Para nosotros, la derrota en el plebiscito implicaba una derrota total para la derecha, pero no fue así: la derecha lejos de morir, resucitó y fue creciendo con los años, sin que nadie dijera nada, ni siquiera yo, lo admito.

Hoy cuando ya nada sensato se puede hacer para impedir lo inevitable, salvo hacer esa “cruzada” y enfrentar al “enemigo” con cierta dignidad, sólo me viene a la mente esa idea y la repito para que no se me olvide: la derecha está inhabilitada para entrar a La Moneda. No se trata de un capricho, se trata de justicia política, que obviamente no es una rama de la ciencia política. Hace un tiempo me burlaba de Hugo Chávez, diciendo que un país necesita gobernantes y no poetas; hoy he cambiado de opinión y creo que si poetas como Alejandro Rubio estuviesen en el poder, nada de esto estaría sucediendo. Por eso termino esta columna con unos versos suyos: “Los cánticos / se elevan como exacto reverso / de una plegaria por los muertos: / como acusación a los asesinos /ante una Justicia ni de éste / ni del otro mundo, algo puramente / mental; los carteles y las banderas / y en el centro ellas, las amazonas, / firmes en la desmentida de la idea común / de la vejez como edad de la moderación”.

 

 

 

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