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En nombre del seudónimo

Por Gordon Lyon

 

 

Se ha escrito bastante sobre los seudónimos de nuestros nobeles escritores: Lucía Godoy Alcayaga y Neftalí Reyes. Se ha contado en muchas ocasiones a quiénes intentaron homenajear con sus respectivos seudónimos, sin embargo, mi intención aquí es introducir una duda: qué hubiese pasado si Neftalí Reyes hubiera elegido un seudónimo más común, como Zalo Reyes. Pero antes imaginemos al vate quejándose amargamente con su madre no por su apellido, sino por su nombre:

- ¿Quién me tomará en serio con este nombre, mamá?
- Pero Neftalí, no debes hablar así, ya que te bautizamos ante Dios no sólo con ese nombre, sino como Ricardo Eliécer Neftalí.

Al final, nuestro querido Pablo Neruda renunció a todos sus nombres, pero pensemos por un instante que se quedó con Zalo como seudónimo. “20 poemas y una canción desesperada” entonces estaría escrito por Zalo Reyes y sin duda sonaría raro, más aun si esos archiconocidos versos –“Me gustas cuando callas porque estás como ausente, / y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca” – se lo adjudicásemos al mismo Zalo Reyes. Si eso hubiera pasado, el Gorrión de Conchalí, alias Boris Leonardo González Reyes, tal vez hubiera usado el nombre de Neftalí como seudónimo, o quién sabe jamás se hubiera dedicado a la música, sino a la ornitología y sería una persona sana, dedicada a la observación de la naturaleza.

Planteo esta duda, que obviamente no tuvo nuestro Premio Nobel, para explicitar la importancia de los nombres o de nombrar. En otras palabras que Carlos Díaz sea Pablo de Rokha, y Neftalí Reyes Pablo Neruda abre un flanco no menor, y esto es la poca conciencia de clase que estos dos insignes militantes comunistas tenían a la hora de elegir sus sendos seudónimos. No soy quién para juzgar: jamás he militado en algún partido de izquierda, no tengo idea lo que es la izquierda, no poseo educación marxista, y en mi vida política he funcionado gracias a la intuición, la desconfianza y a unas pocas lecturas. Pero salta a la vista que Neruda escogió su seudónimo para hacer carrera literaria, y no sólo en Chilito lindo, sino en el mundo. Esto no tiene nada de malo, aunque en lo personal me hubiera gustado un poco más de consecuencia, compañero. Tampoco estoy diciendo que, para ser consecuente con su militancia, don Neftalí debió haber usado un seudónimo más combativo, como Luis Emilio Díaz en homenaje a Luis Emilio Recabarren y a Carlos Díaz. Si así hubieran sido las cosas, ¿Pablo de Rokha le habría reclamado algo a Luchito Díaz? No, y la respuesta está basada en el nombre, o si quieren en el seudónimo.

Algunos argumentarán aquí que los seudónimos no tienen su explicación en una cuestión de clase, sino en una época en la que los artistas, escritores, poetas preferían esconder su verdadero nombre. Porque, aclaremos, “seudo” significa “falso”. Vale decir, ponerse un seudónimo implica dar un paso en falso. El poeta argentino Martín Gambarotta publicó, sin ir más lejos, un libro que se llama así y que en un poema dice más o menos así: “En la calle Padilla / unos chinos vestidos de pachuchos / se reparten nombres: vos Zhang Kuo / te llamás Francisco, vos Xin Di / te llamás Diego, vos Gong Xi: Pacino; / y yo Bei Dao me llamo Pseudo”. Sin embargo, Gambarotta aclara al final del poema que Pseudo no es ningún nombre.

Si hay un tema tratado hasta la saciedad en los últimos años por la poesía, ese es la anulación del yo o sujeto. En “Poemas de Paco Bazán”, el poeta Sergio Parra (Talcahuano, 1964), quien es conocido como el Huevón Pesado, escribe lo siguiente: “Al centro del comedor / Sergio Parra está sentado en un sillón / destruido”. Es obvio que el Sergio Parra que aparece en el poema no tiene nada que ver con el poeta que lo escribió. El del poema es una imagen literaria y no existe, y el poeta,… bueno hoy es propietario de una librería. Esta diferencia la hago pese a que muchos quisieran ver al poeta sentado en un sillón, destruido.

Y aquí, al final de esta digresión, surge un aspecto que ha venido a reemplazar al seudónimo en los poetas o escritores, y ese es el alias, apodos o chapas. Se escucha a menudo hablar del Guatón Bonito, El Pelado que Silva, El Basurita y otros más con epidermis sensible. Sin ir más lejos, yo mismo cuento con varios apodos: Huevón, Sapo, Chancho, que bien podrían resumirse en el Huevón Sapo o en el Huevón Chancho. A mí no me importa, porque a diferencia de Pablo Neruda, sé cómo me llamo, aunque por esta vez haré una excepción.

 

 

 

 

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