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Camilo Marks,  crítico chileno en estado crítico



Disparos en la oscuridad

Por Gonzalo León
Publicado en Revista Punto Final, marzo 2016



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Disparos en la oscuridad se llama la compilación de crónicas y ensayos que el escritor argentino Edgardo Cozarinsky publicó en Ediciones UDP el año pasado. La reunión contiene un exhaustivo análisis del Borges, de Bioy Casares, una emotiva crónica de la muerte de Silvina Ocampo que culmina con el autor bebiendo una botella de vodka y muchas cosas más. El crítico chileno Camilo Marks comentó, sin embargo, que el estilo de Cozarinsky le parecía “harto enredado, con frases interminables, de ardua comprensión”. Paremos un poco y digamos que Cozarinsky en Argentina y en el mundo no es conocido por tener un estilo de “ardua comprensión”. Sin ir más lejos, la ensayista estadounidense Susan Sontag lo cataloga como un “borgeano tardío”, cuyas referencias literarias pertenecen al francés, al alemán, al ruso, “y que ha llevado aún más lejos el principio de la duplicidad lingüística y el arte del desplazamiento cultural”. Estas palabras corresponden al prólogo de  Vudú urbano, debut literario de Cozarinsky hace ya treinta años. Cuesta creer que un crítico literario de la trayectoria de Camilo Marks no entienda desde dónde habla Cozarinsky, aunque en su caso, y como viene demostrando hace un tiempo, este desconocimiento puede explicarse a la vejez o a la imbecilidad. Tiendo a inclinarme por lo primero, es decir esa vejez que lleva a la imbecilidad.

Pero Marks le gusta disparar en la oscuridad, y de ahí que resulte curioso que no haya reparado más en el título del libro de Cozarinsky, ya que pudo ser un buen momento para reflexionar sobre el desempeño de su oficio. Porque entre sus argumentaciones y juicios hay una que valdría la pena enmarcar como epítome de lo que hay que hacer para caer en el ridículo total: “Queda en evidencia el típico complejo de inferioridad de tantos intelectuales porteños: citas a granel, paralelos muy cultos o lisa y llanamente cursilerías”. En otras palabras, inferioridad que conduce a pretendida elegancia. Hace tiempo que las reseñas de Marks sobre autores argentinos están hechas sin contexto o fuera de lugar. No le pido que se venga a vivir a Argentina, pero por lo menos que se imagine dentro de una tradición, de otra literatura. Es escritor, lo puede hacer. Cuesta, pero no tanto. Vamos, Camilo, dale, un esfuerzo, vamos.

Desde que vivo en Buenos Aires he tratado de comprender ese contexto, esa tradición, porque vivo aquí y siempre he tratado de entender, mal o bien, la cultura en la que estoy. Si estuviera en China, hubiera hecho exactamente lo mismo, con las limitantes del idioma, claro. En los dos últimos años he discutido bastante sobre algunos títulos con la escritora chilena residente Cynthia Rimsky, y debo decir que casi nunca coincidíamos. Después de un tiempo de no coincidir, encontré una explicación: ella leía en ausencia de tradición y yo, por el contrario, había hecho el esfuerzo por entender la tradición y detectar a qué remitían algunos textos. El ejercicio es sencillo y se puede practicar en casa: leen una novela chilena contemporánea y de pronto sienten que remite a  Hijo de ladrón o a  El río. Pero para que eso suceda tienen que haberte leído las novelas que reverberan. Imaginen ahora que buena parte de lo que se publica remita a textos anteriores. ¡Un infierno!

El asunto se complejiza más cuando hay una tradición mucho más pesada que la nuestra y aún más cuando la producción literaria argentina actual se pliega sobre esa tradición, cerrándose a una lectura extranjera. Este pequeño detalle me lo hizo notar el escritor y crítico español Antonio Jiménez Morato, de paso por Buenos Aires. Me dijo que la literatura argentina actual no se entendía en el resto del mundo. Aquí punto para Cynthia Rimsky que, al igual que Cozarinsky, proviene de una familia que emigró de Ucrania. ¿Coincidencia? No creo. Pero no nos desviemos del tema: las novelas o los cuentos argentinos se cierran a una lectura foránea, porque no hay escritor contemporáneo que no se pliegue sobre los textos de Juan José Saer, Osvaldo Lamborghini, Ricardo Güiraldes, la poesía argentina de los 90, etcétera. Dicho de otro modo, la producción actual se niega a ser entendida: está escrita para ser leída por argentinos o por lectores atentos a la tradición. Eso hace que las historias con menor peso aparente en cuanto a tradición sean las mayormente leídas y traducidas en el mundo: César Aira es un buen ejemplo. Aunque no toda su obra, porque hay una parte de ella donde está muy presente la gauchesca:  Ema, la cautiva y  Entre los indios. Las más asequibles son aquellas que pueden leerse como novelas de aventuras.

Tan acertada fue la observación de Jiménez Morato que a Rimsky uno de los escritores que más le gustan es, precisamente, Aira. De ahí que además haya otro punto a observar: quizá sin saberlo, Cynthia había detectado el problema de la narrativa argentina contemporánea. Ningún texto debería pedir pasaporte para ser leído: la lectura no clausura mundos, los abre, y los textos deberían ser permeables a ello. Porque de lo contrario, no sería muy distinto que estuvieran escritos en chino. No sería muy distinto a disparar en la oscuridad.



 



 

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Disparos en la oscuridad.
Por Gonzalo León.
Publicado en Revista Punto Final, marzo 2016