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La desconocida muerte de Juan-Agustín Palazuelos
Publicado en el libro de crónicas Pornografíapura (La Calabaza del Diablo, 2004)

Por Gonzalo León
http://gozaloleon.blogspot.com.ar/

 



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Palazuelos, megalómano, pedante, culto, brillante, yonqui, escritor, falleció un día de julio de 1969, a los treinta y tres años, de un coma diabético.

Se había ganado –gracias a la presta gestión de José Donoso– una beca para estudiar Literatura en la Universidad de Iowa y había regresado hacía tan sólo unos días a su hogar de Guayacán, en el Cajón del Maipo. En los Estados Unidos, aparte de escribir, había cambiado su adicción al LSD por la marihuana. Y, bueno, se supone que al momento de venirle el coma aquel, Palazuelos cometía alguna clase de excesos, como hubiera dicho su amigo Mauricio Wacquez. De inmediato fue trasladado a la Posta 4, pero como no contaban con el instrumental necesario, lo llevaron a la Posta Central, donde finalmente falleció. Moría así el novelista más importante de la NOVÍSIMA generación.

–El joven recluta Palazuelos,
el que quería saberlo todo,
el que quería oírlo todo,
el que quería sentirlo todo,
el que quería escribirlo todo,
ya lo sabe todo, ya lo siente todo, ya lo escribe todo...

Con estas póstumas palabras lo despidió el presidente de la Sociedad de Escritores de Chile de la época, Luis Sánchez Latorre.

Sin embargo, al momento de su muerte, Palazuelos era un desconocido, aun para muchos escritores. Esto se debe a que cuando un escritor deja de escribir repentinamente se tiende a olvidar, a pensar que ha muerto o, sencillamente, que nunca existió. Recuerdo una discusión entre Darío Oses y José María Memet, en la Fundación Neruda. Yo preguntaba por Luis Alberto Acuña, el “Loco” Acuña. Darío Oses sentenció:

–El “Loco” Acuña murió hace tiempo.
–Oye, pero yo lo acabo de ver hace un mes en la Sech –replicó Memet.
–¿Hace cuánto murió? –le pregunté a Darío.
–Por lo menos hace unos diez años. Si el “Loco” Acuña, que a todo esto era un profesor de Química, estudió con mi padre, así es que... está muerto como mi padre. Escribió un libro de cuentos, La noche larga.

Enseguida recordé la película de Gonzalo Justiniano, El Leyton, basada en un cuento de Acuña, La red, y la vez que fue a la productora que realizaría la película. Acuña, sentado frente a Justiniano y con las manos temblorosas, no cesaba de preguntar:

–¿Pero por qué yo?

Sólo gracias al testimonio del poeta Guillermo Valenzuela, pariente político de Acuña, me enteré que efectivamente estaba vivo, que iba a la Sech y que, de vez en cuando, se emborrachaba. Al menos en Chile, esto es lo que sucede con los escritores que dejan de escribir repentinamente.

Juan-Agustín Palazuelos se educó de una manera bastante particular. Primero en los Padres Franceses, luego entró a la Escuela Militar y finalmente, a Derecho y Filosofía y Lenguas Clásicas en la Universidad de Chile, llegando a ser profesor ayudante de Griego.

En sus inicios, Palazuelos fue todo un freak. Caminaba por Santiago con capa y pelo largo, discutía con todos y de todo. Pero también era un galán. Condición que cambió cuando se casó con Josefina, una atractiva uruguaya. Según Antonio Skármeta, su matrimonio con Josefina “mitigó en algo el desorden con que vivía”. Y desde ese momento se cortó el pelo y se vistió un poco más normal, aunque mantuvo su díscola personalidad.

El escritor y crítico literario Antonio Avaria nos cuenta la importancia de Palazuelos para la época: “Con su primera novela, Según el orden del tiempo (Zig-Zag, Santiago, 1962), tuvo tanto éxito entre la crítica y los mismos escritores, que ahora sería totalmente impensado un éxito de esas dimensiones. En primer lugar, Juan-Agustín publicó en Zig-Zag, una editorial grande, que hasta esa época no publicaba a desconocidos ni menos a jóvenes”.

Palazuelos publicó su primera novela a los veintiséis años y desde ese momento no se paró de hablar de él. Junto a Mauricio Wacquez se instalaron como los estandartes de esta nueva generación que Armando Cassigoli supo anticipar en 1959, gracias a una antología que incluía a autores de escasos veinte años y universitarios, como Antonio Skármeta, Poli Délano y Carlos Morand.

Tiempo después, Juan-Agustín Palazuelos incluso llegaría a prologar la edición argentina de La cueca larga, de Nicanor Parra. Su ópera prima abordaba el mito de Teseo. Teseo, ahora un adolescente, penetra en el mundo (laberinto) marcado por dos guerras mundiales y la amenaza de otra (el Minotauro de Creta), la Tercera Guerra Mundial.

Palazuelos era franco y muy directo. Ante un comentario de Enrique Lafourcade que lo trataba de bufón, respondió que no polemizaba “con empleados subalternos de mi editorial”. Y desde luego, por esos años, Lafourcade trabajaba en Zig-Zag. Palazuelos acababa de publicar su primera novela, por lo que se creía dueño del mundo. Y de la editorial, por supuesto.

Otra disputa, pero no tan seria, ya que ambos simpatizaban, la tuvo con José Donoso. Donoso le dice por ese entonces a Palazuelos que tenía que calmar su ego, ya que después de todo “a tu edad, Rimbaud había cambiado la poesía”.

–Sí –le contesta el aludido con sagacidad–; pero a tu edad Camus había obtenido el Premio Nobel.

A Palazuelos se le consideraba un admirador de la literatura francesa: Rimbaud, Proust; sobre todo Proust. De hecho el título de su primera novela, Según el orden del tiempo, hace directa alusión a la obra del escritor galo.

Para determinar la real importancia de Juan-Agustín Palazuelos en la literatura chilena hay que precisar ciertas cosas. Muchos creen que la NOVÍSIMA, como solía escribir insistentemente Palazuelos, empieza con El entusiasmo, el volumen de cuentos publicado por Antonio Skármeta en 1967. Reproduzcamos las palabras de José Donoso publicadas en forma de crónica en la revista Ercilla en 1962: “... en muchos sentidos, la aparición de Palazuelos representaría la avanzada de una nueva hornada de escritores jóvenes, aquellos que ahora luchan, con estudio, actitudes polémicas, búsqueda en lo vital y en lo intelectual...” En esa misma crónica es el mismo Juan-Agustín Palazuelos, el que se encarga de decir quiénes son aquellos jóvenes y es así como nombra a Wacquez, Avaria, Délano...

Como muestra, un botón del talento de Palazuelos en Según el orden del tiempo: “Golpes en la puerta. Despertar horroroso. Es como una escena del burlesque, pero en serio. Dramática. Los golpes continúan. Vestirse un poco. Tengo miedo. Un miedo mortal. Un miedo como ninguno de los sentidos hasta el momento...

“–No entres todavía, ya voy –suplica ella.
“La puerta se abre de un golpe. Pésima cerradura. Un simple picaporte. Debería haber colocado una silla para trancarla.
“Estoy sentado en la cama. En calzoncillos. Y con calcetines. ¿Por qué me habré puesto los calcetines? El marido me mira horrorizado. Incapaz de darme una bofetada”.

Sin embargo, la segunda novela de Palazuelos, Muy temprano para Santiago, no fue juzgada con el mismo entusiasmo por los críticos.

Pese a ello, Palazuelos se mantuvo consciente de que su obra, a no ser por la aparición de Rayuela un año después de Según el orden del tiempo, habría sido considerada de vanguardia y no sólo en Chile, sino que en todo el mundo. Grínor Rojo, profesor de Literatura Hispanoamericana durante una época en la Universidad de Iowa, explicó que a Palazuelos le molestaba Cortázar, pues consideraba que éste se le había adelantado.

Pero si Estados Unidos tenía a William Burroughs, Chile –por así decirlo– tenía a Juan-Agustín Palazuelos. El mito dice que una tropa de escritores iba a Isla Negra a visitar a Pablo Neruda. El mito continúa diciéndonos que Palazuelos agarraba una jeringa con LSD y se la inyectaba. El mito es insistente y nos dice que Palazuelos se ponía a morder cuanto encontraba; entraba en una especie de frenesí y Mauricio Wacquez tenía que ir junto a Josefina en su citroneta a San Antonio para comprar unos calmantes, también inyectables.

Palazuelos cometía excesos y, según muchos, eso lo acabó. Pero ese persistente sentimiento de fiesta fue también el que lo catapultó a la categoría de mito.




 



 

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