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¡Al ataque!

Por Gonzalo León
Publicado en LA AGENDA, Argentina, 28 de noviembre 2023


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El movimiento infrarrealista hubiera pasado inadvertido si el escritor Roberto Bolaño no hubiera plasmado en su novela Los detectives salvajes (1998) parte de la historia de este movimiento bajo el nombre de real visceralismo; en ella Ulises Lima es Mario Santiago Papasquiaro y Arturo Belano es, por supuesto, Bolaño. A partir de ahí, es decir veinte años más tarde de la disolución del movimiento infrarrealista, se empezó a generar un interés por dicho movimiento: por ver qué poetas además de Bolaño y Santiago lo habían integrado, qué estética propugnaban, etcétera. Y es que en los 70 en México había sido un grupo marginal, que necesitó de Bolaño no para existir, sino para resurgir y contar su historia.

 

 

Con motivo, de los veinte años de la muerte de Bolaño y de los cincuenta del golpe de Estado, la diplomacia cultural de la cancillería de México organizó la muestra Infrarrealistas en Chile: ecos de las imágenes de una vanguardia chilanga, en cuya producción participé y viajé por tanto a Chile. Se trató de una exposición de material de archivo que nunca antes había salido de México, pero también de una instalación en La Perrera Arte, en pleno barrio Yungay de Santiago. En el prólogo del catálogo de la muestra, Juan Patricio Riveroll y Rafael Toriz, de la diplomacia cultural de la cancillería de ese país señalan que Los detectives salvajes es la novela mejor lograda sobre su país y destacan la importancia de un aspecto en el que no mucho se ha reparado: detrás del infrarrealismo hay una situación que se produce por el golpe de Estado y es que varios poetas y artistas chilenos sufren el exilio: Bolaño, Bruno Montané, Victoria Soto y Juan Esteban Harrington son algunos ejemplos. Por eso Riveroll y Toriz consideran que una exposición sobre las aventuras de Bolaño y sus amigos en México “permitirá aquilatar con justicia las victorias y las derrotas de toda una época, que no sólo se atrevió a experimentar con nuevas posibilidades estilísticas, poéticas y narrativas, sino también a jugarse, una vez más, la vida por una utopía”.

Toda esta muestra, con ese material inédito en el país trasandino (libros, fanzines, afiches de lecturas, revistas), comenzó en 2007, cuando el escritor y periodista mexicano Raúl Silva de la Mora visitó Santiago de Chile para presentar un número de su revista Nomedites en el bar Rapa Nui. La visita fue organizada por la extinta editorial Lanzallamas y el número de la revista estaba dedicado a los infrarrealistas. Fue en esa noche, una mezcla de misa negra y última cena (donde se invocó al espíritu de Roberto Bolaño, muerto cuatro años antes), donde nos llegaron las primeras noticias de aquel movimiento mexicano. Algunos habían leído Los detectives salvajes con devoción y casi todos los libros de Bolaño, en cambio yo sólo había leído Los perros románticos y una edición pirata del Gaucho insufrible. Recuerdo que el poema ‘El burro’, incluido en Los perros románticos, me había parecido muy beatnik (por esa moto en la que Mario Santiago pasa a buscar al sujeto del poema y que al enfilar por el desierto se convierte en burro). Varios me hicieron notar que estaba equivocado, porque ese libro, decían, era muy chileno. Gracias a Raúl Silva y al libro que acaba de publicar en Chile, Roberto Bolaño: real infrarrealista (que cuenta con testimonios de los infras y de los que estuvieran cerca del movimiento), me pude dar cuenta de que no había leído mal ese poema, que los infrarrealistas admiraban a los beatniks.

Muchos años después de la visita de Silva de la Mora, Rafael Toriz (quien vivió más de diez años en Buenos Aires y que en ese momento ya estaba de vuelta en México) me preguntó si conocía a algún especialista en infrarrealismo, y esa escena en aquel bar se me vino a la mente y mencioné a Silva de la Mora. “Ah, y es chileno”, recuerdo que me preguntó. Y mi respuesta lo sorprendió. De este modo, Raúl Silva fue una figura clave para el catálogo y para la muestra, porque aportó material de archivo personal, fruto de una investigación que ya lleva dos décadas. De hecho, su libro publicado en Chile es un desprendimiento de otro libro mayor, y que deberá salir este año o el próximo. Por lo que hablé con él, la muestra y el libro (el libro se presentó al final de la muestra) le sirvieron como estímulo para cerrar algo que le estaba costando más de la cuenta cerrar.

En el catálogo, Silva de la Mora recuerda un texto medio desconocido de Bolaño, titulado ‘Manifiesto infrarrealista: las fracturas de la realidad’, escrito en 1977 pero publicado en la revista Granta en español en 2012, donde se refiere al infrarrealismo no como en Los detectives, sino de otra manera: “No nos morimos por publicar. El fin de nuestra poesía no es ver nuestro nombre impreso”. Hay que aclarar que el texto fue escrito a pocos meses de su arribo a España, tras casi nueve años en México, ahí recuerda al infrarrealismo, quizá porque en ese momento se consideraba un poeta. Por eso agrega: “Lo que comemos lo ganamos trabajando con nuestras manos y no especulando sobre ‘el escribo que me escriben que me vieron escribiendo’”. Bolaño no puede dejar de recordar que la élite mexicana trataba a los infrarrealistas de terroristas y los boicoteaban: de este modo editoriales universitarias con libros pactados con poetas de sus filas repentinamente desistían de su publicación.

Aunque, para ser justos, el boicot era mutuo, porque el accionar de los infrarrealistas se parecía mucho a la de algunas vanguardias, como el futurismo ruso de Maiakovski, que al igual que la de los mexicanos, iban a lecturas de otros poetas para sabotearlas. En Roberto Bolaño: real infrarrealista, José Vicente Anaya, cercano a los infras en sus inicios, cuenta que una vez sabotearon una lectura del poeta David Huerta, “donde estuvieron Mario Santiago, Roberto Bolaño, Bruno Montané y no recuerdo quiénes más. Allí, antes de que empezara a leer David Huerta los infras comenzaron a gritar frases sueltas como poemas espontáneos desde el público. La intención era decir que la poesía de David era tan fácil como eso, como gritar frases sueltas”. Eso molestó al poeta, pero no fue el único incidente, fueron varios los boicots de los infras a otros poetas que no pertenecían al movimiento. De hecho, eran expertos en provocar a la élite literaria mexicana, llegando incluso a hacerlo con Octavio Paz, quien ocupaba la centralidad del campo literario. Hasta el grupo de Carlos Monsiváis les causaba tirria a estos jóvenes poetas.

El infrarrealismo tenía, para Rubén Medina (otro infra que consigna el libro de Silva de la Mora), dos vertientes: la de Mario Santiago, para quien “había una sola preocupación: vivir la poesía todos los días, respirar poesía, escribir intensamente en cada momento del día, donde se pudiera”; y la de Roberto que consistía en “escribir, leer, escribir y buscar cómo mantenerse con trabajos temporales para escribir y leer y escribir; pero también escribir alguna novela, mandarla a un concurso, ganar el premio y con ese dinero vivir unos meses”. Sin embargo, esas no eran las únicas vertientes para los infras; para algunos esas “les valían madre”.

¿Pero quién inventó el movimiento infrarrealista? Para otro de los fundadores de este movimiento como Ramón Méndez, ese fue Bolaño, “y lo inventó como una estrategia para perfilarse entre los grandes escritores de la lengua española del siglo XX y del siglo XXI. Él, desde muy joven, tuvo conciencia exacta de la carrera que podía hacer en las letras. No pudo sostenerse como poeta, porque en ese sentido era poeta menor, y su obra poética así lo demuestra”. Méndez destaca, por contraposición, la calidad de las obras poéticas de Mario Santiago, Oscar Altamirano, Pedro Damián o Cuauhtémoc Méndez. Con el tiempo, observa Ramón Méndez, Bolaño no aguantó la convivencia con los “infrarrealistas duros” y emigró a España. Por eso “sólo usa la experiencia con esta poesía rebelde mexicana ya cuando está consolidada su fama y puede funcionar este cuento de los poetas rebeldes en Los detectives salvajes”.

Para Bruno Montané, en cambio, la perspectiva que tiene del infrarrealismo es otra. Para él, el único poeta infrarrealista fue Mario Santiago, “y Roberto su autor intelectual”. Pero a la vez se pregunta de manera retórica: “¿Por qué no admiten de una puñetera vez que el infrarrealismo fue un animal difuso y tentacular, un zorro mojado, en fin, miles de brazos y ojos? Porque si no, no fue nada”. Montané agrega que Los detectives salvajes no fue un homenaje al infrarrealismo, sino un adiós a él, estableció una distancia definitiva con el movimiento, porque entre otras cosas el Roberto famoso o el que los lectores admiran “se ‘formó’ aquí, en la soledad y las estrecheces de Barcelona”.

 

 

Más allá de las discusiones entre infrarrealistas, que ya no existen como tales, la muestra Infrarrealistas en Chile operó como una resurrección no sólo de la historia del movimiento, sino de las discusiones que se han dado a lo largo de una época. También se rescató una estética, esa de vivir en la poesía y, de ser posible, evitar cualquier otro mundo; en ese sentido había en ellos una marginalidad, que coincidió con el lugar elegido: La Perrera Arte, un lugar que fue una perrera, pero que en los últimos veinticinco años se ha sabido constituir como un espacio de arte alternativo. De ahí que se aprovechara la escenografía de una serie televisiva sobre el mundo penitenciario que se grabó hace unos años. La oscuridad hizo otro tanto, aspecto que propició un elemento fundamental de la muestra y muy clásico de México: un altar para los muertos, donde se homenajeó a Mario Santiago.

Si bien había una sala amplia, con fotos, vitrinas y afiches, que funcionaba como bienvenida, la muestra seguía en dos celdas: en una había afiches viejos y nuevos (hechos especialmente) y fotografías de los infrarrealistas y en la otra había una instalación mezcla de altar de los muertos con esas esculturas de perros, por las que el director de La Perrera, el artista Antonio Becerro, se ha hecho conocido en Chile. Más hacia el fondo, después de la barra, había un altar de los muertos más grande donde se homenajeó durante los casi veinte días de la muestra a Mario Santiago. En estos altares se acostumbra tenerlos aprovisionados de flores frescas y comida. Además por toda el lugar había guirnaldas de colores alusivas al Día de los Muertos, porque se inauguró en esa fecha.

Cabe consignar, por último, que esta muestra fue el único homenaje a Roberto Bolaño por los veinte años de su muerte en el país trasandino, cosa curiosa porque fue un homenaje tangencial y a cargo de otro Estado. La diplomacia cultural de la Cancillería de México informó además que el proximo año se presentará una muestra similar en México, pero más enriquecida y tal vez con otro nombre. La buena noticia para los lectores porteños, por otro lado, es que el libro Roberto Bolaño: real infrarrealista podrá encontrarse en algunas librerías a partir de un par de meses.

 

 

 

Infrarrealistas en Chile / Perrera Arte

 

 

Infrarrealistas en Chile / Perrera Arte

 

 


 

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