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Juegos de posición
Por Gonzalo León
Publicado en Revista Punto Final, 8 de Junio 2016
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Muchas veces me pregunté, aunque más veces me preguntaron, por qué de las guerrillas literarias de los escritores chilenos. Las personas que me interpelaban hacían la salvedad de que curiosamente aquellos colegas que vivían de la venta de sus libros no participaban de estas guerrillas, es más eran verdaderas víctimas de un fuego cruzado. ¡Pobres bestsellers!
La curiosidad por responder esta interrogante fue creciendo a medida que mi estadía en Buenos Aires se fue extendiendo. Cierta vez una escritora me dijo en la terraza de su casa: Che, pero ustedes allá no se pueden soportar. Y es cierto: el medio literario en el que participé por mucho tiempo tendía a las disputas pero también a fijar límites, a categorizar esto sí/esto no, incluso a lo que debía o no publicarse. Para mí los límites los ponía cada autor, no un tercero, y de ahí te podía gustar o no, publicarse o no, y las disputas, para ser sincero, me divertían porque no se explicitaban, uno se enteraba por otros que tal o cual escritor no te soportaba. ¿Pero es la política de una obra lo que está en juego al momento de fijar estos límites en relación con la obra de otro? Política entendida como ideologías enfrentadas.
Claudio Giaconi en Nueva York, foto de Marcelo Montecino
Claudio Giaconi escribió el texto fundacional de la generación del 50 y situó a su generación contra el criollismo. En el programa que expuso en el Segundo Encuentro de Escritores Chilenos en 1958 especificó, entre otros, estos puntos:
“1. Superación definitiva del criollismo.
2. Apertura hacia los grandes problemas contemporáneos: mayor universalidad en concepciones y realizaciones.
3. Superación de los métodos narrativos tradicionales”.
En síntesis Giaconi llamaba a tener mayor audacia. ¿Alguien podría acusar a Giaconi de promotor de la guerrilla literaria? No, básicamente porque en este texto esbozaba lo que debería ser una nueva escritura, más conectada con el mundo y menos con cuestiones vernáculas, sin por eso abandonar la mirada local ni la lengua de la que no se puede salir, en palabras de Enrique Lihn, un compañero de generación de Giaconi.
Jaime Collyer vestido para la guerra.
Distinto es el texto que escribió Jaime Collyer a comienzos de los 90 titulado ‘Casus Belli. Todo el poder para nosotros’ en referencia a la Nueva Narrativa surgida en esos años; allí Collyer traslada la discusión estética o escritural a una mera cuestión de poder: “Estamos ya posicionados en todos los frentes, que hemos copado paso a paso, subrepticiamente. Nos hemos infiltrado en los puestos decisivos de las principales editoriales, en la Sociedad de Escritores, la Cámara del Libro y los medios de comunicación, en las productoras audiovisuales y las agencias de publicidad, en las publicaciones especializadas. Nada podrá ya desalojarnos de las trincheras”. Lo vuelvo a leer y me sigue dando una profunda vergüenza ajena. Es cierto que trae a colación el lenguaje de la guerra, y esto es muy importante para entender la vanguardia o las vanguardias que surgieron a principios del siglo XX, pero no creo que ésa haya sido la intención.
El lenguaje de la guerra en la literatura ha seguido usándose, lo hizo por esos años Ricardo Piglia cuando dio en la Universidad de Buenos Aires su, a esta altura célebre, seminario sobre ‘Las Tres Vanguardias: Saer, Puig, Walsh’, hoy convertido en libro gracias a Editorial Eterna Cadencia. Piglia, además de reivindicar el término vanguardia (podría ser “nueva escritura”, al modo de Héctor Libertella, y el resultado sería el mismo), aborda la obra de esos tres escritores en diálogo con la tradición establecida por Borges en ‘El escritor argentino y la tradición’, esto es con la tradición occidental: por sus páginas pasan Henry James, Walter Benjamin, Baudelaire, Joyce, Kafka. Según Piglia, la obra de Saer por ejemplo está en permanente tensión con muchos autores que sí fueron vanguardistas: “Si ‘La Mayor’ es un texto sobre Proust, ‘Sombras sobre un vidrio esmerilado’ es un texto sobre Joyce”.
Piglia establece que la obra de Saer, Walsh y Puig de algún modo desarrolla la idea de Borges, es decir le da continuidad, sino también plantea la idea de ruptura en la literatura argentina. Las rupturas son producto de confrontaciones, que son requisito previo para ideas o conceptos nuevos, y quizá también expliquen lo que nosotros llamamos “guerrillas literarias”. Dice Piglia que para definir la poética de una obra “hay que tener en cuenta el modo en que el escritor lee la literatura, se coloca en relación con ella, establece sus redes, sus parentescos y sus cortes”, esto implica que “los juicios de valor son juicios de posición”, sobre todo para el escritor de vanguardia, o aquel escritor que se oponga al mercado o a la sociedad, y agrega: “Está claro que es necesario pelear para que el modo en que ese texto sea recibido esté garantizado”. Y ofrece ejemplos de escritores que han dado esa pelea: Gombrowicz, Brecht, Borges. Entonces en la lucha por escribir algo nuevo, además de la propia escritura, está la idea de lucha, pelea, guerra. Esto no debería llamarnos la atención, siempre y cuando no olvidemos de que detrás debería haber una escritura.