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El antipoeta

Por Gonzalo León
Publicado en http://laagenda.buenosaires.gob.ar/ 2 de Octubre de 2017


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El poeta chileno Nicanor Parra cumplió el mes pasado 103 años, se hizo conocido por inventar el término antipoesía. Entre sus datos biográficos se cuenta que nació en el sureño pueblo de San Fabián de Alico, en 1914, que es hermano de la conocidísima Violeta Parra, de quien este año se cumplieron cincuenta años de su suicidio; pero no sólo de Violeta era hermano, también de Roberto, que junto a Eduardo, Hilda y Violeta se iniciaron tempranamente en el canto popular. Oscar, por otro lado, otro de sus hermanos, fue conocido con el apodo de Tony Canarito y trabajó de payaso en el circo. Todos, a excepción de Violeta, fueron longevos y abordaron las disciplinas artísticas desde lo popular, pero el caso de Nicanor es excepcional en ambos aspectos.

Se ha dicho que la gracia de la (anti)poesía de Parra es, precisamente, su trabajo con el habla popular; sin embargo, con la publicación de Artefactos, en 1972, cruza el lenguaje popular, la poesía y las artes visuales. Desde ahí pasa a hacer como una marca en su trabajo: en Temporal, que estuvo perdido desde mediados de los 80 y que fue recuperado y publicado por Ediciones Universidad Diego Portales para festejar su centenario, se puede leer: “En resumen /En síntesis /En buen romance /Que cada cual se rasque con sus uñas /El 2% no se justifica”. En  Chistes para desorientar a la poesía (1983) se observa aún mejor este trabajo con el lenguaje popular y la décima en particular (estrofa de diez versos octosílabos), a la que califica como una forma compleja y sofisticada, “tanto o más que el soneto”. Aquí vale la pena recordar –gracias a Ezra Pound– que el soneto inglés fue un fracaso que se produjo al tratar de hacer una canzone en este idioma, mientras que la décima se presenta en la poesía popular y rural de muchos países de Latinoamérica. El humor y no el sinsentido son característicos en su antipoesía: “Chile fue primero un país de /gramáticos /un país de historiadores /un país de poetas /ahora es un país de… puntos /suspensivos”.

¿Pero en qué consiste su trabajo? ¿Parra es puramente coloquial o hay algo más allá? Para esto habría primero que remontarse a sus inicios, a los años previos de la publicación de  Cancionero sin nombre (1937), donde afirmaba una tradición basada en la poesía española: Rafael Alberti y Federico García Lorca. Fue un viaje a Estados Unidos en plena Segunda Guerra Mundial y luego a Inglaterra, una vez terminado el conflicto armado, que lo hizo abandonar esa tradición. Puede ser que haya conocido los  limericks  de Edward Lear, que planteaban desopilantes juegos basados en una estructura definida: en el primer verso se definía al protagonista, en el segundo se indicaban sus características, en el tercer y cuarto se contaba algo sobre el personaje y en el quinto se remataba con un epíteto extravagante o la repetición del primer verso. Por ejemplo: “Había un viejo con un atizador, /que se pintaba la cara con ocre rojo; /cuando le decían: ‘¡Qué tipo eres!’ /no respondía nada, /pero los derribaba a todos con el atizador”. César Aira, en su ensayo Edward Lear, hizo un exhaustivo trabajo sobre este poeta y sus limericks. Lear vivió en la Inglaterra del siglo XIX.

No sería inusual que Nicanor Parra hubiera conocido su trabajo, ni mucho menos la investigación que hizo Ezra Pound sobre los poetas provenzales, aún más anteriores a Lear. En este punto habría que estar atentos, ya que en  Conversaciones con Nicanor Parra, de Leónidas Morales, el antipoeta da una pista de por dónde va su camino: “Poesía popular chilena, hispanoamericana y española… Y cuál es el origen de todo eso. Es la poesía juglaresca y trovadoresca, la poesía de los trovadores del siglo XII”. Parra sentía una admiración por esta poesía y consideraba que todo lo que vino después fue una decadencia, por eso después de esa afirmación agregó: “Yo he leído por ahí que el proceso de desarrollo de la cultura occidental propiamente tal, se había suspendido en el siglo XII con los procesos de la Inquisición y con la expulsión de los albigenses”. La cruzada a la que hace referencia la inició el papa Inocencio III sobre territorios feudales de Languedoc, donde se había desarrollado la poesía provenzal, y para Pound es de vital importancia, porque con esta cruzada se puso fin a la relación entre música y poesía, y la melodía de la  canzone, por ejemplo, se convirtió en sonata, o “composición musical sin canto”. Hasta este acontecimiento la poesía se cantaba, tarareaba o entonaba, “desempeñaba un rol vital en las intrigas del amor y los prolegómenos de la guerra”.

La admiración de Pound por la poesía provenzal es conocida y en sus Ensayos literarios  salta a la vista, donde le dedica muchas páginas: plantea que la tradición lírica de la poesía viene de los poetas mélicos y de los provenzales, que eran trovadores. Para él, ni Dante ni Shakespeare pueden explicarse sin Arnaut Daniel y Guido Cavalcanti, dos poetas provenzales. Parra coincide con él, pero va más allá y considera que la poesía “entre el siglo XII y el XX es solamente… basura”. Si bien Pound señala en estos ensayos que en el único siglo donde se escribió mejor prosa que poesía fue en el XIX, no es tan taxativo para evaluar lo ocurrido entre esos siglos.

Parra regresó de Inglaterra a Chile con el término  antipoema bajo el brazo, pero no fue hasta 1954 (fecha de la publicación de los Ensayos literarios, de Pound) cuando lo puso a prueba con el libro Poemas y antipoemas, que se despegaban de su primer libro, Cancionero sin nombre. Aunque para ser más preciso los antipoemas los puso a prueba un poco antes frente al mismísimo Pablo Neruda, quien lo había invitado a leer a su casa. Luego de escuchar esos primeros antipoemas, Parra recuerda que el Premio Nobel le dijo: “Me equivoqué contigo, pensé que no eras poeta, pero sí eres un poeta. Si publicas un libro entero con esos poemas, no vas a dejar títere con cabeza”. De modo que Parra, que cambió la poesía chilena, que ya estaba cansada de la retórica nerudiana, lo hizo con la opinión –si no la venia– de Neruda. Por eso el surgimiento y la instalación de este poeta es mucho más complicada de lo que se cree: sus fuentes, sin ir más lejos, son muchas. Leyó y admiró el  Martín Fierro, de Hernández, y también el Museo de la novela de la eterna, de Macedonio Fernández. En el libro de entrevistas dijo que “hasta el momento en que se escribió ese Museo de la novela de la eterna, de donde desciende toda la literatura contemporánea, se dice, toda la literatura sudamericana, ¿ah?, incluyendo a Borges” y agrega que “por primera vez encontré algo que se podía leer después de Kafka, que se podía leer efectivamente”.

Como Ezra Pound, Parra valoraba a los poetas provenzales.

Parra no sólo leía la poesía del mundo y de otros tiempos, sino también la narrativa de su siglo, de ahí que haya incentivado a su hermana Violeta a que escribiera una novela, inspirada en el  Museo de la novela de la eterna, porque hasta ese momento la novela no había empezado, faltaba “una novela hecha por poetas. Pero una novela, cómo te dijera yo, donde no ocurre nada. Ese es el primer requisito. Porque si ocurre algo, eso es historia”.

Cuando apareció su antología Obra gruesa, a finales de los 60, el crítico chileno Ignacio Valente escribió en El Mercurio: “Parra no es un profeta del absurdo o un adalid del caos, a la manera de otros heraldos decadentes de la filosofía o la literatura actual. Es más humano, como el propio Kafka”. A la comparación de Valente, que también compartió Leónidas Morales (“Los rasgos del personaje de Parra evocan algunos de Charlot de Chaplin, del K. de las novelas de Kafka y de los charlatanes de feria”) habría que sumar la del propio Parra: “En la época en que escribí algunos de los antipoemas más importantes leí con mucha atención a Kafka. Pero no solo a él: leí también a los ingleses. Hay algunos críticos que piensan que Poemas y antipoemas viene directamente de la poesía inglesa”.

En este punto tal vez habría que pensar que la mención del escritor checo se deba a que empleó un “vocabulario empobrecido”, cruzado por el yiddish, el checo, el alemán y el hebreo, todo eso intensificó los sentidos de su obra, tal como señalan Deleuze y Guattari en Kafka: Por una literatura menor. Tal vez la antipoesía de Parra no sea otra cosa que una poesía menor en ese sentido. Pero esta operación, por no ser narrativa-novelística, tiene características diferentes, aunque también el individualismo de Kafka, en tanto experiencia literaria única o singular, es algo difícil de superar: Kafka y sus experiencias como hijo y como agente de seguros, enfrentado a un mundo en guerra no sólo entre naciones, sino con él y en él (la cita religiosa aquí es adrede), como si en su guerra estuviera contenida la guerra mundial. Quizá por eso Raúl Zurita para referirse a Parra lo hiciera de este modo en una entrevista: Su proyecto fue más totalizante que el de Neruda.

En ‘Acta de independencia’, incluido en  La camisa de fuerza  (1968), puede observarse cómo su yo lírico ocupa un lugar central, él es la experiencia del poema: “Independientemente /De los designios de la Iglesia Católica /Me declaro país independiente. //A los cuarentaynueve años de edad /Un ciudadano tiene perfecto derecho /A rebelarse contra la Iglesia Católica. /Que me trague la tierra si miento. //La verdad es que me siento feliz /A la sombra de estos aromos en flor /Hechos a la medida de mi cuerpo. //Extraordinariamente feliz /A la luz de estas mariposas fosforescentes /Que parecen cortadas con tijeras /Hechas a la medida de mi alma. //Que me perdone el Comité Central”. Leyendo con detención, uno podría encontrar cierta reverberancia en algunos trabajos de Enrique Lihn (aunque otros planteen a este poeta por una vía separada) y por supuesto en Bruno Vidal y Rodrigo Lira, entre otros.

Si bien este (anti)poeta tiene 103 años, puede decirse que la primera etapa de su antipoesía dura tan sólo dieciocho años, de 1954 a 1972, hasta la publicación de sus  Artefactos. El origen de este término lo explica así Parra: “Mis artefactos son textos muy breves que se saltan la lógica, porque si se quedan enredados en la lógica no avanzamos, no se produce ese resplandor, esa risa como método de conocimiento, tal vez. Para que funcionen estos artefactos deben referirse a la vida real, no a los espacios literarios, a pesar de que estos últimos también deben incorporarse”. Estos artefactos son visuales y se plantean, como toda su antipoesía (que en un punto artefactos pasó a ser casi sinónimo de antipoesía), como una rebelión contra el modernismo y contra la tradición poética chilena. A partir de aquí su poesía vuelve a dar un giro, aunque en esta etapa se trata de cierto abandono del soporte libro y su traslado al mundo de las exposiciones de arte; lo que continúa en el soporte libro es la saga con la figura del Cristo de Elqui, o más precisamente con la fe y el cristianismo.

En  Sermones y prédicas del Cristo de Elqui  (1977) y  Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui  (1978), Parra personifica en un sujeto lírico a ese Cristo, y podría decirse que, cuando lee, Cristo es él, Parra no solamente como salvador de la poesía chilena sino de una tradición más amplia en lengua castellana. Estos libros fueron abordados por el documental Cachureo. Apuntes sobre Nicanor Parra (1981), de Guillermo Cahn. Aquí el mismo Parra dice que si el elemento religioso está tan presente es porque “pretende dar cuenta de la totalidad de la experiencia humana, aunque más no sea tomando una red de puntos, evidentemente en una empresa de esta naturaleza lo religioso no puede estar ausente, porque la religión y especialmente el cristianismo es una experiencia fundamental para el hombre de occidente, de modo que si yo quiero dar cuenta de la vida espiritual del hombre de occidente, necesariamente tiene que estar allí como columna vertebral”. Sin embargo, en esta etapa, y más allá de las antologías, que han sido varias desde ese tiempo, lo interesante son las muestras de sus artefactos en 2001 en la Fundación Telefónica de España y en 2006 en el Centro Cultural Palacio La Moneda de Chile. Es como si Parra hubiera pretendido dar cuenta de la totalidad de la experiencia humana y, abandonado el trabajo del Cristo de Elqui, se sumergiera de lleno en la experiencia del arte, sin ser artista. Los libros que anteceden a estas exposiciones son obviamente Artefactos y Chistes para desorientar a la poesía. Otros poetas chilenos también incursionaron en el arte: Juan Luis Martínez en su célebre La nueva novela (1977) y Guillermo Deisler.

Es difícil dimensionar la importancia de la poesía de Nicanor Parra, pero tal vez ayude el testimonio del prestigioso crítico Harold Bloom: “Como crítico literario gnóstico, judío y norteamericano, no estoy muy convencido de entender del todo a Nicanor Parra. Pero creo firmemente que, si el poeta más poderoso que hasta ahora ha dado el Nuevo Mundo sigue siendo Walt Whitman, Parra se le une como un poeta esencial de las Tierras del Crepúsculo”. El poeta y editor Gerardo Jorge conceptualizó a Parra dentro de una concepción más cercana y por tanto más real. Para él, la poesía de Leónidas Lamborghini y la poesía concreta que hicieron los hermanos De Campos en Brasil tienen mucho que ver con la antipoesía; en ambas se trata de una búsqueda pero también de una resistencia a lo que se llamó el retorno al orden, que se produjo después de la Segunda Guerra con una “poesía de formas de tinte neoclásico, con temas tradicionales y ligados a lo atemporal o eterno, como forma de reacción contra un mundo que era percibido como caído o en decadencia; estas poéticas tendían a excluir los materiales del presente más urgente, pero también a no preocuparse por el presente como auditorio o lugar de lectura y escucha del poema”. Parra, Lamborghini y los poetas concretos reaccionaron, según él, a estas formas y en su lugar propusieron poéticas que rechazaban la idealización de lo poético “y proponen una poesía que se construye en diálogo explícito con los materiales y la sensibilidad del presente”. Entre la opinión de Bloom y de Jorge, tiendo a quedarme con la de Jorge.

Hace unos meses, y con motivo de estos 103 años, se publicó una nueva antología, El último apaga la luz , por el sello Lumen; son cuatrocientas páginas, que van desde Poemas y antipoemas, que está completo, así como Sermones y prédicas y Hojas de Parra (1985), hasta el discurso de agradecimiento por el Premio Juan Rulfo en la Feria del Libro de Guadalajara (1991); sin embargo, no están los cuadernos donde guarda artefactos y textos inéditos. Tal vez estos quedarán para cuando Parra realmente apague la luz. El compilador fue Matías Rivas, poeta y editor de varios de sus libros en Ediciones Universidad Diego Portales.


 

 

 

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