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México y la narcoliteratura: analizamos la 'violencia de papel' que aterrizó en la
Fería del Libro de Buenos Aires
Por Gonzalo León
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Los pasillos del Predio La Rural, en el barrio de Palermo, llenos de gente -algunos mirando, otros comprando libros- hacen que la crisis que vive Argentina y su industria del libro no se noten. Desde 1975 la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires ha ido creciendo, aunque nació en un momento complejo: cuando Argentina iba en camino a abandonar ese sitial de honor en la compra de libros de lengua castellana. Todo lo que se editaba e imprimía en Argentina tenía una repercusión iberoamericana: "Cien años de soledad", de Gabriel García Márquez, se editó aquí en la segunda mitad de los 60 y fue un éxito inmediato. Otros autores locales, como Germán García, también lograron ese éxito de público, agotando una y dos ediciones rápidamente. Sin embargo, eso empezó a declinar con la violencia política surgida en los 70: ya nada era seguro, incluso el mercado del libro. El inicio de la dictadura en Argentina y el final del franquismo, en España, dieron la oportunidad a este último país para que tomara el lugar que Argentina estaba dejando en la industria del libro en lengua castellana.
Pasaron los años y hoy, si no fuera por la intervención del Estado en el mercado del libro -vía adquisición de ejemplares de parte de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip) y del Ministerio de Educación–, el mercado estaría deprimido. Esta política, entre otras cosa, le ha permitido al Grupo Planeta sostener su crisis a costa del excelente desempeño de sus casas de México, Colombia y Argentina.
Otro factor que ha estimulado la industria del libro en Argentina ha sido la restricción a las importaciones de libros, lo que ha hecho que en los últimos años se impriman más y más libros, superando ya los 90 millones de ejemplares por año. Algunas editoriales extranjeras para poder importar sus títulos, como Anagrama, se han visto obligadas a imprimir localmente. Si bien el ministerio de Cultura entrega muy pocas becas a los autores, el ministerio de Relaciones Exteriores -a través del Programa Sur (Prosur) de apoyo a traducciones de argentinos en el exterior- aprobó 704 traducciones entre 2009 y 2013, beneficiando de este modo a 360 autores.
EL NEGOCIO
Todas estas políticas estatales y la nostalgia de la que vive aún el mercado local han hecho que la Feria del Libro siga siendo apetecible para editoriales, librerías, autores y público general. Cada año, la Fundación El Libro, ente organizador de la feria que agrupa a distintas asociaciones y cámara vinculadas a la industria, elige a una ciudad invitada: en 2013 fue Ámsterdam, en 2014 San Paulo y este año DF México.
Esto hace que los libros de los países a los que pertenece cada una de esas ciudades se vuelva visible y haya interés por el lector. En 2013 y en 2014 Adriana Hidalgo editó libros de autores holandeses y brasileños. Este año ha sido distinto, tal vez porque México es un competidor directo en términos de industria editorial con Argentina y también porque son dos concepciones de institucionalidad cultural: México becando a muchos autores, incluso siendo cooptados por el Estado, y Argentina con escasas becas a autores pero interviniendo en el mercado.
De los choques surge el interés, de ahí que el stand de México sea un polo de atracción en esta feria, ayudado por la generación de actividades: lecturas, mesas de discusión, presentación de libros. Su delegación la conforman casi 50 autores, entre los que se cuentan Margo Glantz, Álvaro Enrigue, Guillermo Fadanelli, Fabio Morábito, Luigi Amara, Luis Felipe Fabre y Fabrizio Mejía Madrid. En este punto no viene mal recordar que las letras mexicanas viven desde hace un tiempo el boom de lo que se ha llamado la narcoliteratura, o la influencia de la violencia desatada por los distintos carteles de narcotráfico en la literatura. Títulos de ficción, no ficción o incluso de poesía han llenado las estanterías de las librerías de México. ¿Son las grandes editoriales mexicanas las que “fogonean” este boom o se ha producido de forma espontánea al sentirse los autores impelidos a dar cuenta de la violencia que vive su país?
EL OTRO NEGOCIO
Fabio Morábito, autor de "El idioma materno" y "Grieta de fatiga", afirma que se está identificando literariamente a México con el narcotráfico, y es más, "el novelista mexicano siente la obligación de tocar ese tema". Morábito no niega que la violencia, el vacío de poder y la corrupción han llevado a México a la peor crisis desde su Independencia, pero cree que esa crisis no hay que traspasarla de manera literal: "Se podría trasladar esa violencia de otro modo; por ejemplo, violentando la sintaxis. Entiendo que un artista siempre vive su tiempo, incluso cuando le da la espalda. En este sentido la poesía, si bien no es inmune, es más evasiva con lo que la rodea y se enmascara más la referencia concreta". Pese a este boom de la novela narco o de la narconovela, el autor de "El idioma materno" estima que, cuando uno espera que esos libros no ocurran, pero de todos modos terminan ocurriendo, ya hay cierto agotamiento en la propuesta, cosa que también ocurre con la novela histórica y "la otra plaga", como Morábito llama a la novela negra. "Hay libros buenos", concluye con cierto optimismo, "pero lo que molesta es la poca variedad".
Al igual que Morábito, Luis Felipe Fabre es poeta y ensayista, uno de los mejores y más reconocidos poetas jóvenes de su país: ha publicado "Cabaret Provenza" y "La sodomía en la Nueva España". Para él, la poesía no ha sido inmune a este boom: "Hay muchísima poesía que se ha hecho cargo de lo que está pasando en México y hay grandísimos libros, como "Estilo", de Dolores Dorantes, y "Antígona González", de Sara Uribe. La diferencia entre narrativa y poesía es que la poesía se ha mostrado más libre para abordar literariamente la violencia generada por el narcotráfico, mientras que "la narrativa se ha convertido en un producto de exportación. ¿Qué se espera de México? Bueno, eso". De hecho, Fabre recuerda que la artista Teresa Margolles en la Bienal de Venecia del 2009 hizo una instalación llamada "De qué otra cosa podríamos hablar", que eran textos bordados con hilos de oro sobre telas impregnadas con sangre de las víctimas del narcotráfico. Este poeta advierte que no todo lo narco es comercial y por eso no se puede descalificar el interés del público por leer estos temas. En otras palabras, si bien las editoriales han puesto el ojo sobre el tema al final es el público quien ha elegido. Luis Felipe Fabre cree, sin embargo, que quienes se han jugado la vida al lidiar con estos temas han sido los periodistas.
LA NO FICCIÓN
Autor de, entre otros títulos, "Nación TV: La novela de Televisa" (que cuenta los vínculos del canal de TV con el poder), Fabrizio Mejía Madrid es uno de los mejores cronistas de su país. Hace más de cinco años en una entrevista decía que "la narcocultura mexicana es, al mismo tiempo, popular y clandestina. Está por todos lados: en canciones, camisetas, cine y tatuajes". Hoy, para explicar el fenómeno de la narcoliteratura, cree que es necesario remitirse a los 80, cuando se planteaba que había dos tipos de literatura, la que se hacía en el DF y la del desierto o de frontera: "Lo que pasó con la narcoliteratura fue que agarraron la literatura de frontera y la reelaboraron, pero además ha habido un asunto editorial, ya que las grandes editoriales, Planeta y Penguim Random House, han contribuido a esto al encargarle novelas y libros de choque sobre el tema a muchos autores". Dentro de la literatura de frontera más pura, aquella que no se ha convertido en narcoliteratura, Mejía Madrid destaca Minutos negros, de Martín Solares: "Él decía que cuando terminó el primer borrador sustituyó el término narco por otra cosa y transformó la novela en policial". También destaca "Mares de cocaína", la excelente investigación de Ana Lilia Pérez, y al novelista Elmer Mendoza, pero advierte que aún no se ha escrito la gran novela narco.
Cecilia González es una periodista mexicana que lleva viviendo trece años en Buenos Aires: en 2013 publicó "Narcosur: la sombra del narcotráfico mexicano en la Argentina". Para González fue muy bueno no "estar allá", ya que sus colegas mexicanos que viven en México son los que lo están pasando mal. Para analizar el fenómeno de la narcoliteratura, esta periodista de investigación cuenta que hasta hace diez años, y a diferencia de países como Colombia y Argentina, "los periodistas teníamos cerradas las puertas de las editoriales y fueron las grandes editoriales las que abrieron esas puertas para que se contara el tema de la violencia y el narcotráfico".
Al igual que sus colegas escritores, coincide con el auge de la narcoliteratura y resalta que el mercado de la ficción está copado por temas como violencia y corrupción, aunque en el último tiempo los temas han ido lentamente variando. Al parecer, como decía Fabio Morábito, ya hay cierto agotamiento con el tema. Con respecto al peligro de que la literatura mexicana se haga conocida en el mundo por esto, señala que al menos en esta Feria del Libro, de todas las mesas en sólo una se ha tocado el tema, "lo que demuestra que hay una producción editorial hermosa con temas variados".
Prueba de ello es que si bien hasta el 11 de mayo permaneció abierta la cuadragésima primera versión de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, en el predio de La Rural, en el stand que armó el DF México sólo había libros en exposición (no a la venta), una barra para tomarse una cerveza o un tequila, donde comer una torta argentinizada, y una sala abierta para sentarse y escuchar a los escritores mexicanos. Así que, como dijo Cecilia González, de narcoliteratura no se habló. ¿Habrá pasado la moda o se habrá dado cuenta el Estado mexicano que, si bien rinde comercialmente, como imagen país no es la mejor idea?