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Porque escriben

Por Gonzalo León
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blicado en Punto Final, N°730, 1 de abril de 2011


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Uno puede dedicarse a escribir seriamente por muchas razones: fama, reconocimiento, dinero, vocación, amor a la literatura, ego. Y todas estas razones son igualmente válidas, pese a que haya personas —críticos, estudiantes de literatura o escritores— que señalen que escribir por dinero sea algo asqueroso y que los Pablo Simonetti o Isabel Allende deberían ser colgados en alguna plaza pública. La fama va de la mano del dinero, porque todas las personas que tienen dinero en esta sociedad son importantes, y por tanto, famosas. La calidad de un escritor —y ojo que hay muchos escritores mejores que los ya nombrados— no tiene nada que ver en esto. Va por otro carril. Pero muchas veces los escritores que aspiran a reconocimiento y que han hecho una carrera hacia allá, se molestan con estos escritores de mercado, que son leídos por grandes masas y admirados, y que —quizá aquí radique la verdadera molestia— poseen dinero.

César Aira cuenta en Fragmentos de un diario en los Alpes que Julio Verne, uno de los primeros escritores masivos de la historia de la literatura, estuvo obsesionado con ser reconocido por "sus méritos literarios... Así fue como abordó temas más de 'adultos' y enfoques menos didácticos". La historia era sobre una mujer invisible. El título de la novela fue El secreto de Wilheim Storitz, y Verne se demoró poco más de dos meses en escribirla, pero la corrección le tomó varios años. Cuando por fin la concluyó, la envió a su editor, pero a los pocos días Julio Verne falleció. Y como la idea del editor era seguir sacándole jugo a Verne, le propuso a Michel, el hijo del escritor algunos cambios; porque "el editor parece haber temido herir susceptibilidades religiosas". Como ven, cuando los escritores de mercado quieren salirse del carril, los editores están ahí para encauzarlos.

Como hay escritores de mercado hay escritores serios, con talento y con una obra desarrollada a lo largo de los años. César Aira es uno, Hemingway fue otro (aunque él también cayó en las tentaciones del dinero al publicar ¿Por quién doblan las campanas?, su primer supertiraje) y Germán Marín, el mejor escritor chileno junto a Diamela Eltit. Hace unos meses me tocó ir a una premiación en la Municipalidad de Santiago. Al lado mío estaba sentado Germán Marín, quien durante toda la ceremonia estuvo pendiente de José Luis Rosasco, el maestro de ceremonias. Yo hablaba con Marín y me sorprendía que le molestara tanto la presencia de Rosasco. Así es que le pregunté a qué se debía eso. "Mira muchacho, huevones como él no habrán matado ni torturado a nadie, pero se beneficiaron de la dictadura", recuerdo que dijo. En ese momento le encontré razón, pero luego pensé, ¿y cuál es el beneficio que se puede tener siendo escritor: dinero, fama, reconocimiento? Observé a Rosasco y me di cuenta de que a lo más tenía un poco de dinero, pero nada más. De hecho, a la semana siguiente me tocó ir a otra ceremonia de entrega de premios, en la que Rosasco y yo éramos jurados, y cuando habló la típica autoridad de gobierno, no supo pronunciar bien el nombre de Rosasco y le dijo "Roscano".

No quiero defender a "Roscano", aunque a decir verdad me da un poco de pena. Sabe que el medio literario le es hostil. El puede ser un mal escritor —de hecho yo creo que lo sabe—, pero no es ningún huevón. "Roscano" es un escritor de derecha, y en un país como éste, esto sólo demuestra su vocación. Pero igual hay otros escritores, no Marín, que lo juzgan y lo señalan diciendo "ese huevón escribe mal". Decir que un escritor de derecha escribe mal no es ningún riesgo, es un lugar común que podemos compartir todos. Pero decir, por ejemplo, que Mariana Callejas es una buena escritora y que debería ser reeditada para recordar desde "el otro lado" lo que significaron la detención arbitraria, la tortura, la desaparición, es otra cosa.

Sin embargo en medio de las críticas a "Roscano", a Callejas y a muchos otros, puedo atisbar de dónde vienen las piedras. Y quienes las lanzan pueden ser aspirantes a escritor, escritores mediocres, escritores buenos: novelistas que, en el fondo, quieren abrirse paso en medio de lo que consideran mal escrito, carente de vuelo, muy chileno, sin lecturas, con poca prosodia.

Aunque muchos no lo crean, hoy el principal requisito para ser narrador no es contar buenas historias, sino contar con buenos codos. La calidad no es un valor. Por ejemplo: a mí me gusta X, lo comentas en una mesa, y no faltará quien te salga con que "sí, pero quién es X". Del mismo modo, un escritor Yes mal criticado, y se te ocurre comentar la crítica al cretino, y te sale con que "bueno, pero tú aún le sigues creyendo a esa crítica". Podrías argumentar que X es bueno por esto, por estoy por lo otro, y el mismo cretino te diría que "el problema es que no vende". Y como ese mismo cretino es el que ataca a los escritores que venden, se lo recordarás y él te dirá que "un escritor no debe vender veinte mil ejemplares, pero debe ser capaz de vender al menos mil ¿o no?". Ante este escenario, quiero anunciar que me margino. No me interesa entrar en discusiones sobre por qué uno sí, y por qué otro no, sino simplemente sugerir que sería mejor dedicarnos a escribir, cosa mucho más difícil y provechosa. Después de todo, de eso se trata el oficio, ¿o no?




 



 

 

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Por Gonzalo León
Publicado en Punto Final, N°730, 1 de abril de 2011