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Un mundo sin arte

Por Gonzalo León
Publicado en revista Punto Final, 21 de junio de 2017



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No es raro leer alguna crítica, ya sea de arte o de literatura, donde se señale el discurso que tiene una obra: habla del Chile oculto, de los postergados; habla del feminismo que dio origen al movimiento de #NiUnaMenos; habla del cuestionamiento al orden neoliberal imperante. No deja de llamar la atención que de contar el argumento, algo muy cuestionable y básico en cualquier ejercicio crítico, se haya pasado a contar el discurso, y llama la atención, porque en ambos casos se trata de un análisis de la retórica, de los que nos quiere decir la obra.

Nadie dice que una obra, literaria, de arte o de cualquier tipo, no pueda o no deba ser abordada desde su retórica, pero debe hacerse el mayor esfuerzo por que ese abordaje incluya el aspecto artístico. En este sentido no deja de ser sintomática esas críticas que sostienen toda la bondad de una obra en su discurso. Digo sintomática porque estos análisis están señalando que la obra carece del suficiente arte como para sostenerse por sí sola y por tanto necesita del discurso. En el fondo más que hablar de la obra hablan de qué tanto representan las ideas del crítico, y eso es inquietante, porque tanto en el circuito del arte como en el de la literatura se está trabajando para los críticos, que exhiben una escasa idea de arte.

Hace unas semanas hablaba de esto con el artista argentino Nahuel Vecino. Él me decía que sabía perfectamente cómo agradar a los críticos y a los curadores, que había ciertos temas que de abordarlos le significarían ventas. Así lo dijo, ventas, y ventas en el mundo del arte implica vivir un año tranquilo, pero él se resistía, y creo que en esa resistencia radicaba su arte. Hay una estética de lo políticamente correcto que atraviesa al arte y a la literatura, y eso hay que entenderlo en el sentido de lo que el ex director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, dijo en una mesa en la que se discutía los 150 años de la publicación de El Capital: Ser políticamente incorrectos hoy es ser de derecha.

Tenemos claras las coordenadas: el mundo del arte y de la literatura aspira a ser de izquierda. Pero una cosa son las coordenadas y otra cosa que los artistas y escritores trabajen para esas coordenadas. Entonces si quieres ser exitoso queda claro el discurso con el que debes trabajar.

En este punto vale la pena preguntarse dónde queda la búsqueda artística; supuestamente el artista y el escritor construyen un camino propio y desde esa construcción se evalúa su real valía. Ese camino algunos lo llaman obra. Entonces dónde queda la obra en este cuadro de coordenadas. ¿Acaso la obra pasó a depender de los discursos? Es decir, ¿se acabó el arte y estamos en un mundo donde todo son discursos y el arte sólo un pretexto para enunciarlos? A muchos críticos, curadores y mercachifles les gustaría que esto fuera así. Porque no hay nada más difícil que vender arte. Pero si el arte pasa a ser un decorado, como un aura leve, los discursos pasan a mandar y los mercachifles ya pueden hacer su trabajo tranquilos.

Nahuel Vecino me contaba que en la escultura había llegado a tal la falta de arte que ahora están de moda las esculturas en cemento. No importaba de qué, pero si hoy haces una obra de cemento, de inmediato tiene otra categoría y la vendes fácilmente. Yo le respondí que me extrañaba la falta de análisis basados exclusivamente en el arte, porque esta debe ser la época en que más se puede estar al tanto de lo que se produce en New York, La Paz o Shanghái. Las redes no sólo han acercado lo que antes era accesible sólo si ibas a los museos o a las galerías del mundo, sino que además han puesto a disposición un montón de conocimiento. Más encima si te interesa un libro, hoy lo puedes comprar en Amazon y te llega a tu casa. Es un mundo con un acceso al arte y a la literatura como nunca hubo antes y sin embargo es un mundo sin arte y un mundo sin arte es un mundo conservador. Y creo que muchos críticos trabajan para esto, porque en ese mundo todos más o menos podemos ser iguales en la mediocridad de evitar analizar el arte de las obras. Pensemos un segundo en lo que digo Ezra Pound: cualquiera puede escribir, pero no cualquiera puede escribir poesía. ¿Por qué? Porque se necesita de un arte para hacerlo.

Pero tampoco puedo ser tan purista como para decir que nunca he hecho un análisis de discurso. ¡Que levante la mano quien esté libre de este pecado! Lo he hecho, de hecho acabo de terminar un libro, donde detecté hacia el final de uno de los relatos el discurso de lo políticamente correcto. Si yo actuara como otros críticos, me basaría en ese relato y construiría mi reseñita en esa dirección, pero ese relato artísticamente es el más débil, por lo que sí, me detengo en el discurso, pero al menos en mi ejercicio prima el arte. He leído con cierta atención reseñas chilenas de un libro de cuentos halagándolo porque es “feminista”. ¡Por favor! Diamela Eltit inauguró ese camino hace más de treinta años. Nadie puede sorprenderse porque un texto en pleno 2017 sea “¡feminista!”. Hacerlo no sólo implica faltarle el respeto a Diamela Eltit –es como decir implícitamente que no se la ha leído–, sino también a cualquier arte, porque en el feminismo de Eltit hay mucho arte.



 

 

 

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Por Gonzalo León
Publicado en revista Punto Final, 21 de junio de 2017