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Fernanda Laguna: "Todo, mientras escribo, es poético"
Por Gonzalo León
Publicado en https://www.eternacadencia.com.ar/ 6 de Julio de 2018
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Fernanda Laguna (Buenos Aires, 1972) es artista por formación, poeta por inspiración, gestora porque no lo puede evitar. Creó junto a Cecilia Pavón el espacio de arte Belleza y Felicidad, que funcionó entre 1998 y 2007 y después del 2001 fue una de las fundadoras de Eloísa Cartonera al lado de Cucurto y Javier Barilaro. No contenta con eso, fundó Belleza Fiorito, en la villa del mismo nombre, hasta donde va todas las semanas.
Laguna expone en ArteBa, sus cuadros los compran coleccionistas y galerías extranjeras, y "todo lo que hace lo hace bien", como dijo en su momento el crítico de arte Daniel Molina. También ha escrito nouvelles y novelas bajo el heterónimo de Dalia Rosetti.
Hace cinco años publicó parte de su poesía reunida en Editorial Mansalva con el título Control o no control, y hoy publica la primera parte de su obra poética en la editorial rosarina Iván Rosado. La princesa de mis sueños, se llama, y ya desde la tapa se aprecian el trabajo y la reflexión artística a la que ha llegado con este libro. Algunos hablarían de madurez, si no fuera porque lo que publica lo escribió entre los veintidós y los treinta años.
Tal vez la principal gracia de La princesa de mis sueños sea que da cuenta de la evolución en su manera de escribir: al principio los poemas y versos eran más breves y se quedaban más en la imagen, y lentamente se fue soltando y yendo a poemas y versos más largos donde la retórica bien entendida destaca, es la Laguna que vendrá después en permanente diálogo con ella misma. Este libro contiene casi veinte libritos, la mayoría de ellos aparecidos por el sello Belleza y Felicidad, que eran unos pequeños objetos fotocopiados que valían un peso. Otros, como en la primera parte, también eran fotocopias pero de un tiraje ínfimo (diez ejemplares). Hace un mes publicó su último libro, al que la poeta llama “el libro nuevo”. Los grandes proyectos salió en la colección 8M de Página/12, lo que constituye un gran tiraje para ella, la masividad por primera vez. Es precisamente en otro de sus proyectos, en El Universo, un espacio para artistas y el arte, ubicado en plena Villa Crespo, donde se realiza esta entrevista.
— ¿Por qué reunir estos poemas ahora en este libro y por qué no los incluiste en Control o no control?
— No sé, lo de no incluirlo creo que fue una decisión editorial, como que quedaba para otro libro y también este grupo de poemas forma una especie de momento que después es diferente. Hay un poema, por ejemplo, que dice Este es mi cuento más hermoso, mi poema más largo, mi consagración, y ahí como que en estos poemas arengaba para que vinieran otros poemas, porque nunca había escrito un poema largo, y mi primer poema largo fue en realidad afirmarme en que iba a escribir ese poema largo.
— El quiebre parece que se produce a fines de los 90 y se da precisamente por el uso de la retórica que dices, es la retórica lo que alarga el poema y en tu caso funciona muy bien.
— Concibo la poesía como decir todo lo que se me pasa por mi mente, entonces es como si lo retórico y lo visual estuvieran al mismo nivel, por eso cuando escribo y pasa un gato pongo que pasó el gato y todo lo que se me va ocurriendo. No hay una lengua poética, sino que todo, mientras escribo, es poético.
— Oscar Masotta definió el arte pop como aquel arte que apelaba a los otros lenguajes: al cine, a las artes visuales, al sicoanálisis, etcétera. Si se aplica la definición de Masotta a tu poesía, calzaría perfecto y sería pop; por ejemplo en ‘Bernie and Clyde’ hay una apelación a la música, a las artes visuales…
— Claro, como a lenguajes poéticos y no poéticos, como esto de hablar de la poesía es lo mismo que hablar de unas estrellas, o como no me anda el enter es lo mismo que hablar de una galaxia, como si todo estuviera en el mismo nivel de registro.
— ¿Es deliberada esta apelación a esos otros lenguajes?
— Nada es deliberado. Es todo deliberante, se va haciendo deliberado a medida que lo voy escribiendo, pero no es que hay algo previsto, ¡jamás! Por eso hay poema de la toallita que dice Se me ocurrió un poema, espero que no se me olvide mientras voy al baño. No es que hay un proyecto de un poema, es como en el momento y se me puede olvidar.
— Pensé que era un truco…
— No, es la verdad. Se me había ocurrido un poema, pero tenía que ir al baño y tenía miedo que se me olvidara, entonces es tan importante ese momento en que se me olvida el poema que escribirlo. Porque mientras se me puede olvidar el poema estoy haciendo pis, que eso también es algo importante.
— ¿Escribes para no olvidar, para registrar lo poético?
— Sí, y el poema empieza cuando se me ocurrió, pero ahí es una idea muy leve, no tengo grandes ideas, nunca proyecto un poema; no porque sea ni bueno ni malo, sino por mi forma de ser.
— Hay una pulsión que te lleva a escribir entonces.
— Sí. Y siempre tiene que ver con escribir algo de las emociones reales de la vida, no tengo como un ejercicio de la poesía. Es algo que necesito hacerlo, es medio clásico o no sé, pero no me pondría a escribir un libro sobre algo.
— Sin embargo, hay muchas cosas que están en este libro y que abarca el periodo 1994-2003, y que están en sintonía con lo que está pasando ahora. Lo de las amas de casa, las inmigrantes, el feminismo. De hecho hay poemas, por la contingencia que tienen, que parecen escritos la semana pasada.
— Sí, a mí lo del feminismo y de tantas cosas me sorprendió porque no me acordaba: hay muchos poemas que los tenía en cuadernos y me sorprendió, porque yo escribía desde el lugar de no sentirme feminista, de un lugar de alguien medio perdido en ese sentido. Pero, como te decía antes, afirmando cosas en el poema me convierto en eso que afirmo. En un punto son poemas que me construyen, pero no como poeta, sino como persona; me transforman, de hecho a veces hablo de cosas que a veces ni siquiera siento, pero son las que quiero sentir, es lo que yo quiero ser o reírme de lo que soy para ser otra cosa.
— No eras feminista pero querías serlo. Y al escribir el poema te transformabas, ¿eso quieres decir?
— No era feminista en el sentido de estar militando en alguna cosa y mis prácticas eran cualquier cosa, siempre fueron medio inseguras, como que yo quería precisamente ser alguien segura, una mujer fuerte, entonces en los poemas ahí lo lograba. Es como una forma de autorrealización personal, en el poema me realizo como persona.
— Hoy no es raro encontrar libros de poesía que podrían ser catalogados de feminista, ¿a ti qué te pasa con el rótulo de poesía feminista?
— A mí me parece bien, yo no lo usaría, pero es porque no me tomo muy en serio los rótulos. No me gusta cuando un rótulo cambia la mirada de la gente, como para decir Esto es poesía feminista, esto es bueno. Me parece más interesante pensar en eso, ¿qué es lo que uno está diciendo bajo ese título? Porque el título puede significar ocho mil quinientas millones de cosas, entonces me fijaría más en que se llame de esa forma en cómo es el libro, cuál es el sentido que le da a esas palabras, que por ahí parecen una porquería.
— De todos modos tú pusiste el término en juego en los 90 y eso se ve en La princesa…
— En ese sentido si dicen que el libro es feminista me gusta, porque la verdad es como una muestra que hicimos con una amiga (Cecilia Palmeiro en galería Nora Fisch) llamada Mareadas en la marea, como que la marea es la marea feminista, pero que en un punto ser feminista es estar mareado en el feminismo, porque el feminismo es una construcción para algunas personas, pero por ejemplo para mí, está precisamente en construcción y no están definidos los lugares adonde se quiere llegar. Es la construcción de una forma nueva de hacer política. Pero de nuevo, cuando un título como ‘poesía feminista’ condensa la poesía en algo cerrado, no me parece. Por ahí mis poemas, que son un delirio y que algunos no son ni feministas sino lo contrario, entonces por ahí sí que va el rótulo. Quiero decir el feminismo nunca tiene que encajar con algo.
— Ahora, ¿por qué incluir la parte de tu obra gráfica?
— Pero qué es obra gráfica. Para mí son carteles de mi diario íntimo, y obvio, después como soy artista plástica se convierte en obra gráfica; pero para mí son latidos de mi corazón, son cosas que las hacía como para eso, para afirmarme en esos significados: “Soy feliz”. Es casi medio ridículo si lo ves. Soy feliz, soy feliz, y no era feliz. Ahora para mí mis poemas son íntimos, muchas cosas las escribí en cuadernos que después no… ¡No me siento poeta! Por ahí en el último libro, Los grandes proyectos, sí, pero esto era como algo desesperado, como algo enloquecido, casi un chiste.
— Retomando la definición de Masotta, me parece que esa obra gráfica es poesía, poesía que apela a las artes visuales o al diseño.
— Bueno, pero a los que se les ocurrió eso en realidad fue a los hermanos Alemian cuando estaban en Spiral Jetty, ellos habían hecho un librito con esos poemas. Y también las tapas de los libros las incluí al final, porque esas tapas y ese formato en esos libritos eran lo que terminaba de constituir esa poesía. No sé, llegar en esa época y comprarte un librito de un peso que se llama La ama de casa, y que tiene un dibujito en la tapa y que es una fotocopia le daba al poema una dimensión de Esto es de verdad o es de mentira. Por ahí en esto que dice Alejandro Rubio (en la contratapa de Control o no control), es tonta o se hace, esto es de verdad o de mentira, es real o un chiste, más que ser boluda o no boluda. Yo tengo como una situación con la realidad, en un ir y venir, en un control o no control, entre lo que es real y lo que está casi fuera.
— Martín Gambarotta, un poeta de tu generación, dijo que en los 90 fuiste la fiesta, pero al mismo tiempo fuiste más que la fiesta, construiste una obra. ¿Estás de acuerdo con esa afirmación?
— Sí. ¿Viste que yo escribí un poema en el último libro, que se llama ‘Terminaron los 90’, y habla de que al final triunfó la fiesta? Y con el fin de la fiesta se termina un poco la tiranía de los varones, que eran los que decidían quién leía, quién no leía. En cambio ahora había ganado la fiesta sin ser mejores, porque ni siquiera es importante ser mejor para triunfar
“Hoy terminó la poesía de los 90
con los pactos de los poetas que se cubrían.
Algunos de esos poetas que nos trataban de putas
de idiotas
Y otros que nos permitían o no participar.
¿Era la época?,
¿Qué era?
Son ellos los que deben pensar…
Hoy acabó esa generación
y sin ser mejores sobrevivimos.
Ellos quedaron con sus castillos
y nosotras comandamos la libertad de la fiesta por sobre lo bueno…”.
— Hace seis años fuiste la única mujer incluida en La tendencia materialista: antología crítica de la poesía de los 90. Mirándolo en retrospectiva, ¿qué te pasa con haber sido la única mujer de esa antología?
— Nada. Lo que sí me parece es que si yo me pongo a decidir el arte, te elijo todo rosa, ¿entendés? Las cosas que les gustan a los varones son determinadas cosas y las cosas que hacían las mujeres no les interesaban, por eso les parecían que eran malas. Ahora sí creo que algo cambió y que tiene que ver justamente con que a veces hay una especie de calidad y la calidad es lo que a uno le gusta; entonces no hay que elegir con el gusto, hay que elegir con la locura. En la antología esa estaba yo, bueno me parece que podrían haber habido otras poetas…
— Como por ejemplo…
— Cuqui, y bueno… Gabriela (Bejerman), Cecilia (Pavón), María Medrano, todas tenían algo para estar, pero eso no importa, lo importante es que ahora las cosas cambiaron.
— Hoy Silvina Giaganti, por ejemplo, vende dos mil ejemplares de su libro...
— No lo conozco, soy una analfabeta… Pero lo que pasa es que la voz es masculina. Y la voz femenina siempre tiene que ver con un nicho que son las mujeres, entonces hay que apropiarse de nuestra voz para que sea una voz igual que la masculina. ¿Viste que los dibujitos animados que más venden, o los que son para dos sexos, son donde los personajes son varones? Y cuando hay un dibujito con un personaje femenino es sólo para las niñas. Los niños no se identifican con una voz femenina. Lo que nos pasa a nosotras es que muchas veces los varones no se identifican con nuestra voz, entonces no lo compran y tenés siempre mitad del mercado, o menos. Los superhéroes cuando son femeninos van menos los varones. Y cuando hay una, como la Mujer Maravilla, es una sola como para meter ahí a alguien, y no se veía tanto como Superman y los otros. Cualquier mujer puede llorar a través de los ojos de un hombre, sintiendo empatía, y el hombre no, no siente, está muy atascado en las características que lo constituyen.
— ¿Estás atenta a las nuevas generaciones de poetas varones o mujeres?
— No, pero los veo, me encuentro y sé cómo son, pero yo tengo ochenta mil personalidades y soy muy sensible de copiarme de la gente. De hecho podría copiar exactamente la voz de alguien y no tendría ningún problema, pero no me da la energía ahora.
— No te expones a lecturas para no influenciarte, ¿eso dices?
— No me molesta influenciarme, ¡para nada!, aparte yo me influencio y empiezo un poema influenciada y lo termino sola porque me aburrí por ahí.
— ¿Y en qué momento descubriste que eras influenciable y que no te molestaba serlo?
— En la Escuela de Bellas Artes me copiaba los cuadros de todo el mundo, porque como no se me ocurría nada les copiaba a otros compañeros las ideas y después me di cuenta de eso en la voz: por ejemplo, en algunas palabras que me vienen y que son de alguien, por ahí no es todo un poema, ciertos rulos en las palabras… Pero bueno, la poesía es libertad.
— ¿De qué modo ha dialogado el arte y la poesía en tu caso?
— Bien, se llevan muy bien. Son como paralelos y simultáneos, yo hago mil cosas, no es sólo la poesía y el arte; es además lo que hago en Fiorito, gestión, muestras, eventos pelotudos; hago de todo un poco. Pero si las pensás con todas las demás cosas te das cuenta de que en realidad es una bolsa de basura con cosas diferentes. Es como si todo lo hicieras bajo este sistema artístico: desde conocer personas hasta vivir. Lo que pasa es que el arte para mí es algo sonso.
— Por último, me gustaría que contaras la historia de la tapa, una tapa preciosa por lo demás.
— Es un cuadro más chiquito que la tapa del libro, lo mostré en el Centro Cultural Rojas y en un momento se me ocurrió ponerle al libro La princesa de mis sueños, y tenía ese cuadro que siempre me había encantado. No sé por qué se me ocurrió ese título, y elegí el cuadro porque buscaba algo que fuera un retrato, y que mirara. Tenía varias opciones, pero los chicos de la editorial eligieron ése. Y quedó lindísimo. Y es una copia de un papel de carta modificado un poco.