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“Chile era una mierda”
"Cocainómanos Chilenos". de Gonzalo León. Mansalva, 2013. 110 páginas

Por Leticia Martin
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Una mesera escribe notas encerrada en el baño del restaurante chino donde trabaja. Antes tuvo grandes aspiraciones pero ninguna se concretó. Ahora, atrapada en un mueble de cuatro patas, “mesera”, encuentra libertad al expresar sus ideas por escrito en un cuaderno marca Cocainómanos chilenos.  En verdad no, en verdad un chileno abandona Picoroco y viaja a la alocada Buenos Aires. No es una mesera, es un chileno, pero también, apenas unas líneas más adelante, es un sapo.  Enseguida entendemos de qué va este libro, lleno de giros y trampas al lector.  Con la estructura de un diario esporádico Cocainómanos chilenos  cuenta los retazos de una vida afectada por el desarraigo, los ataques de pánico, los excesos y el temor a dejar de existir de un momento a otro.  Seguro de su inminente final, el protagonista sube a un avión con sus amigos Germen y Manzanita; y aterriza en Buenos Aires para asistir al casamiento de su ex novia, Victoria Sicret, que está en pareja con Verónica.

Los recibe en su casa Fernanda Laguna, quien les ofrece un cuarto, vino, asados; y les pide que se cuiden. Por momentos el narrador, construye al personaje de Laguna como si fuera una madre.  “Laguna se emociona al recordar cuando no le renovaron el alquiler a  su boliche Belleza y Excentricidad”.  Ni Victoria es Victoria Sicret, ni Belleza y Excentricidad es aquel conocido espacio de los noventas, en el barrio de Almagro, ni Picoroco es un pueblo cordillerano. Gonzalo León construye sentidos por similaridad y no se priva de agregarles una cuota importante de ironía. De este modo se burla de la realidad y produce una representación corrida.  En boca de su personaje, León desliza ideas que luego, siempre, termina poniendo en duda o desmintiendo. Asegura no entender a quienes sufren por amor y dice que en Buenos Aires habitan todas las posibilidades de una narración.  Todo el diario está sembrado de observaciones e ideas inacabadas, de olvidos, de apariencias que cambian y verdades que se desmienten o se des-forman. Ese lugar desde el que León decide narrar lo ubica en la tradición de los “anti”. Al mejor estilo de Nicanor Parra y su antipoesía, o de Mario Levrero en La novela luminosa  El discurso vacío,  León, a su manera, expresa la desesperante imposibilidad de narrar.

“La realidad es el producto del caos”, asegura, “cuando uno intenta escribir la realidad lo que hace es describir el caos de manera subjetiva”. De alguna manera este texto señala que escribir es no poder hacerlo, reconocerse imposibilitado de asir lo real, lo que pasó, lo que pasa, lo que es. Escribir es formar parte del gran equívoco de la comunicación. Es confundir, olvidar, tergiversar. Es no poder dar cuenta de algo que, nunca, dos personas ven del mismo modo. Esta decisión a la hora de narrar explica la forma en que se hilvanan las escenas del devenir que es este libro. El narrador se deja llevar por divagaciones o derivas del pensamiento, en algunos momentos se contradice, en otros se confunde; y el lector con él.  En una escena Manzanita le habla desde un almohadón, por ejemplo, o en otro momento, más adelante, el protagonista confunde a su psicóloga con Victoria Sicret, aquella ex novia lesbiana que lo participa de su casamiento en Buenos Aires.  Su narración resulta así un tejido agujereado, un rompecabezas inconcluso que el lector va completando en su lectura. Pero, pese a estar ubicado tan al borde de ciertos límites, el texto no distancia al lector, ni lo hace perder el hilo de la narración. Por el contrario, lo mantienen en vilo, atento, intentando adivinar qué es eso que el narrador esconde, o elige no contar.

Cocainómanos chilenos  está atravesada, también, por la postergación. No sólo la muerte inminente se va pateando para adelante a lo largo de 109 páginas, sino que, sobre todo, se posterga la vuelta a Picoroco, en Chile. ¿Qué implica que el lugar del que se parte y al que no se quiere volver, a la vez, sea representado con el nombre de un marisco?  El Picoroco es un crustáceo comestible de las costas de Chile que se metamorfosea mientras es una larva y que, más tarde, en su vida adulta, se adhiere a una piedra en la que queda fijado de modo inamovible.  ¿Es Picoroco esa adhesión a lo establecido que por el contrario no representa  Buenos Aires? Dice el narrador: “me preguntó qué era lo que más me gustaba de Chile. Le contesté que Chile era una mierda, que la gente moría como moscas y que la que sobrevivía tenía una vida miserable”.  Las elipsis del texto, muchas y variadas, posibilitan cierta agilidad de la narración que por momentos avanza a los saltos, y por momentos, incluso, se permite narrar desde atrás hacia adelante. Los “cuelgues” del personaje no son caprichosos sino que están fundamentados en el consumo de alcohol, drogas, e incluso en el padecimiento de ese gran pánico que el tipo experimenta frente a la sola idea de la muerte.  Como puntos débiles hay que señalar que algunos fragmentos se distancian demasiado de las líneas centrales de acción, ocupando el lugar de “notas de color” que no le suman a la historia. También podría discutirse la elección del título que, si bien es llamativo, subraya en demasía el contenido del diario.



 

 


 

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"Cocainómanos Chilenos". de Gonzalo León.
Mansalva, 2013. 110 páginas.
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