Proyecto Patrimonio - 2014 | index | Gonzalo León |
Autores
|
Autobiografía, autoficción y literaturas postautónomas
Cuando el yo llama tres veces
Por Gonzalo León
Perfil. Domingo 23 de febrero de 2014
.. .. .. .. .. .
Habitualmente la autobiografía es la que cobija a todas las escrituras del yo, asociándosele al mundo exterior, al realismo sin apellidos, a una acumulación de anécdotas, al individualismo (cuando no malditismo). Esta asociación ha sido alimentada por, entre otros, el diccionario de la Real Academia Española, que aún señala que autobiografía es “la vida de una persona escrita por ella misma”.
Sin embargo, el concepto de autobiografía ha evolucionado. Para el escritor Mario Levrero, la autobiografía se refería a cosas vividas, “pero no vividas en ese plano con el que se construyen habitualmente las biografías”. Aquí Levrero plantea que la autobiografía no es una biografía del yo, ya que lo autobiográfico lo entiende como esas “cosas que escribo las vivo interiormente”, dicho de otro modo sus libros tienen que ver con “una literatura simbólica que mediante ciertos juegos intenta reproducir o traducir cierto tipo de movimientos interiores”.
LA AUTOBIOGRAFÍA MODERNA
El concepto de Levrero se basa en la autobiografía moderna. Pero cómo y cuándo surge. Los historiadores Richard L. Kagan y Abigail Dyer en su libro Vidas infames: herejes y criptojudíos ante la Inquisición cuenta que hasta el siglo SXVI “las primeras autobiografías eran intentos sobre todo confesionales, documentos destinados a preparar las almas de hombres y mujeres para la vida futura”. Estas autobiografías se basaban en el modelo del Nuevo Testamento, principalmente en la labor del apóstol Pablo, y posteriormente en Las Confesiones, de San Agustín, por lo que mayoritariamente eran hagiografías; sin embargo, con la influencia de la Inquisición todo comenzó a cambiar. Y si bien aún tenían un carácter colectivo (no las escribía una sola persona) y conservaban su carácter confesional, estas autobiografías inquisitoriales fueron especiales: “La mayoría comenzaban más o menos de forma espontánea, como relatos orales en primera persona que eran trascritos, aunque no necesariamente de forma literal, por los escribanos inquisitoriales”, pero esta espontaneidad se diluía a lo largo de un juicio en donde los imputados no sabían de qué se les acusaba: “Por tanto, todos los autores produjeron sus autobiografías inquisitoriales bajo coacción, y dentro de los límites de un ambiente judicial coercitivo”.
Si no se tiene en cuenta el origen de la autobiografía moderna, se cae en serio riesgo de catalogarla como un ejercicio narcisista y apolítico. Estas primeras autobiografías modernas entonces no eran el gesto obsceno por contarlo todo, sino que provenían de un juicio, que contemplaba la tortura si el relato entregado no era una “confesión completa y exhaustiva”; de ahí entonces contar tu vida significaba estar en problemas. Este estar en problemas se ha conservado a lo largo del tiempo en obras como Diario de un ladrón, de Jean Genet, o El río, de Alfredo Gómez Morel. Pese a ello cierta crítica literaria ha considerado que todo lo absolutamente autobiográfico tiene una categoría inferior o a veces extraliterario al perder la escritura su autonomía. Cartas, diarios, actas, crónicas han sido, por así decirlo, incomprendidas. Pero al parecer algo está cambiando.
Es común que existan novelas que, sin ser absolutamente autobiográficas, están dotadas de este componente. Fiesta, de Ernest Hemingway, cuenta las peripecias de un grupo de amigos durante la festividad de San Fermín; París era una fiesta, en cambio, pretende ser absolutamente autobiográfica y aparecen nombres reales (Ezra Pound y Scott Fitzgerald) y, según muchos entendidos, trató de ser lo más fiable que su memoria (que ya fallaba) le permitía. Aquí hay un punto a destacar: más que un intento deliberado por producir textos autobiográficos, muchos autores han usado la memoria como motor de sus relatos; memoria que tenía relación con la experiencia y que, ante la imposibilidad de una memoria perfecta, tergiversaba.
AUTOFICCIÓN
La autoficción, por otro lado, es un neologismo, como bien describe Enrique Vila-Matas en su libro de breves ensayos Y Pasavento ya no estaba, “creado por el profesor y novelista francés Serge Doubrovsky en 1977. Designa una variante moderna de la autobiografía novelada”. Vila-Matas, un exponente de la autoficción, explica que en inglés, el mismo género literario se llama faction y surge de la unión de las palabras fact y fiction. Pese a que el neologismo es relativamente reciente, el género es antiguo.
Para Doubrovsky, la autoficción “tenía lugar cuando el autor se convierte a sí mismo en sujeto y objeto de su relato”. Desde este punto de vista hay muchas obras que podrían considerarse autoficción: de partida Vila-Matas incluye aquí a Diario (1953-1969), de Witold Gombrowicz, en el que aparte de la descripción minuciosa de hechos aparecen “en igualdad de condiciones fragmentos con carácter de ensayo filosófico, brillantes polémicas, partes líricas, bromas grotescas, y también abiertamente ficción literaria”. De hecho las primeras cien páginas de este diario son un ensayo de literatura polaca, otras son crónicas de aventura por el interior de Argentina y otras tantas cuentan chismes de la escena literaria. Pero quizá lo más asombroso es su ejercicio de autocreación: Gombrowicz de la nada se autocrea como escritor y va explicando no sólo cómo deben leerse sus libros, sino que también su ideología de lo inferior o inmaduro. En una carta confiesa que su diario no es más que “un treinta por ciento de lo que debería ser” y enseguida agrega que “todo este conjunto de cuestiones, así como esta creación de mí mismo a los ojos del público, requiere una actitud más extremista y una manera más radical de desmarcarme del proceso normal de la creación literaria”.
La autoficción supone entonces una autocreación. En esta categoría podría caer Autobiografía de Alice B. Toklas, de Gertrude Stein, en donde la autora renuncia a su yo para apoderarse del de su pareja. Una autocreación a partir del otro. Vila-Matas cree que la autoficción como “supuesto nuevo género” es viejo, y lo habrían practicado mucho antes autores como Dante o Rousseau. “Mucho me temo que la autoficción la inventó Dante”, afirma. Sin duda a lo que se refiere es a que la autoficción es ficción a secas y, si se quiere buscar un patentador del supuesto nuevo género, ése no fue Doubrovsky.
POSTAUTÓNOMÍA
Josefina Ludmer escribió hace unos años un paper llamado Literaturas postautónomas –desarrollado e incluido en Aquí América Latina–, en donde postulaba la existencia de una clase de textos literarios que se sitúan en la era del fin de la autonomía del arte, “y por lo tanto no se dejan leer estéticamente. Aparecen como literatura pero no se las puede leer con criterios o con categorías literarias (específicas de la literatura) como autor, obra, estilo, escritura, texto, y sentido. Y por lo tanto es imposible darles un ‘valor literario’”. Este tipo de obra son y no son literatura, son al mismo tiempo ficción y realidad, entendiendo por esto que la ficción es la realidad y la realidad una ficción. Estas obras, para Ludmer, salen de la literatura y entran a la realidad, tomando formas de escritura de lo real. Así el testimonio, la autobiografía, el reportaje periodístico, la crónica, el diario íntimo, la crónica y la etnografía van generando historias que no se sabe si ocurrieron o no, personajes que tampoco se sabe si son reales, y lo más inquietante: estos textos generan la incógnita si son ensayos o novelas, biografías o diarios. Es el estigma del mundo actual: el bombardeo de imágenes e informaciones, el cruce o la promiscuidad de los lenguajes.
Lo que dice en el fondo Josefina Ludmer –si se permite la exégesis– es que continuar hablando de categorías, como autobiografía o autoficción, resulta un poco anacrónico, sobre todo cuando el avance o retroceso del mundo ha hecho que la literatura cambie sus paradigmas y se encuentre ya no con la crisis de la novela o del cuento, sino con la crisis de un aparato de representación mucho mayor, que involucra también al espectador, al crítico, porque cómo juzgar en este nuevo paradigma que se está construyendo, un paradigma en estado presente puro.
Más allá de estas disquisiciones entre lo que es autobiografía, autoficción o lo que sea, la literatura se está alimentando de nuevos soportes, en donde el límite entre ficción y realidad se ha vuelto aún más difuso. Yo, el más inteligente de Facebook, de Aboud Saeed, publicado hace unos meses por Mardulce, es un diario escrito cuando estalla la revuelta siria, ocupa todos los requisitos de esa red social con un tono similar al de Gombrowicz, es decir mezcla cuestiones cotidianos con reflexiones más profundas. La revuelta está de fondo en sus posteos: “Libertad a todos aquellos que aún no hayan sido tomados prisioneros” o “¡Vamos todos de una buena vez a perder la vergüenza! / A escribir lo que ocultamos y tememos”.