Me sigue sorprendiendo que en nuestra literatura conceptos como tradición y canon sean tan poco visitados y discutidos, o derechamente ignorados. En literaturas como la francesa o la argentina esos conceptos son claros. y nadie podría hacerse el tonto. Y uso el coloquial aquí porque me parece adecuado: hacerse el tonto como construir una tontera entre críticos, académicos y también nosotros los escritores. Cuando Borges escribió El escritor argentino y la tradición más que definir taxativamente que toda la literatura occidental era la tradición del escritor argentino, lo que hizo fue obligar a los autores a pensar toda la producción contemporánea trasandina en términos de sus predecesores. Para Borges no importaba tanto cuál tradición del país definía al escritor, como que ese concepto se metiera a modo de chip. Entendía que ese modo de pensar haría crecer a la literatura argentina. y no se equivocó.
Los conceptos de tradición y canon se fueron desarrollando a tal nivel que fue imposible ignorarlos para determinar la importancia de tal o cual escritor. En un artículo periodístico sobre Copi, Daniel Link escribió: "En el contexto de la literatura argentina, cada movimiento estético supone necesariamente dos pasos: ignorar el escritor canónico y volver a la gauchesca". Link establece en esta frase, que es algo más extensa, una sutil diferenciación entre canon o escritor canónico, que puede ir cambiando, y tradición, que es en Argentina la gauchesca. En este eje, el canon se modifica pero en la tradición habría consenso. Para entender mejor esto, cuando entrevisté a la crítica Beatriz Sarlo por la publicación de su ensayo Zona Saer, dijo: "Este libro es una intervención de lo que se llama el canon, una intervención polémica, conflictiva si vos querés sobre cómo debe reordenarse la literatura argentina después de Borges". Para ella, después de Borges, entendido como el lugar de centralidad en la literatura que ha ocupado después de Julio Cortazar, viene Juan José Saer. Podría venir otro autor, admitió la crítica, pero para ella es el autor santafesino, desconocido para el gran público.
Ahora bien, el canon o detrás de cada escritor canónico, como bien señala Sarlo, las literaturas se ordenan: no es lo mismo tener un escritor como Julio Cortázar ocupando ese lugar que Borges, Saer o Aira. Tampoco es lo mismo para la narrativa chilena si ese lugar lo ocupara José Donoso, Manuel Rojas o Roberto Bolaño. En este sentido la discusión por el canon modifica la tradición, porque lleva a poner los ojos en los predecesores de quien ocupe esa centralidad y también en quienes puedan ser sus sucesores. Sin perjuicio de ello, siempre existirá una línea de la tradición que será contracanónica. En un reciente artículo del escritor Edgardo Scott sobre quién sería el número dos de la literatura argentina, cita a la crítica Laura Estrin quien planteó la existencia no sólo de un canon alternativo, sino de varios cánones. Y no sólo ella ha planteado esto, Damián Tabarovsky en Literatura de izquierda acuñó la idea de contracanon, que estaría compuesto por todos esos escritores que empezaron a escribir en los 60 y a publicar en los 70 y 80: César Aira, Néstor Sánchez, Osvaldo Lamborghini, etcétera. Y de tradición hay muchas más cosas que se podrían decir, pareciera que cada escritor tuviera su propia definición sobre el término y se viera obligado a darla. Piglia y Saer lo hicieron.
En este punto vale la pena preguntarse por qué es tan exuberante la literatura sobre tradición y canon en el país trasandino, y tan reducida en el nuestro. Charlando esto con un conocido argentino, di con una explicación bastante sencilla. Creo que tendemos a confundir tradición con canon o, para ser más precisos, cuando nos hablan de tradición pensamos que se trata de canon y viceversa; es como si ambos conceptos fueran uno en la cabeza de escritores, críticos y ciertos académicos. Pero además no tuvimos a un Borges que nos obligara a pensar en términos de tradición, sea cual sea. Y ocurre lo lógico: como nadie piensa la tradición y la tradición es imposible que se piense sola, hay escasas definiciones al respecto. Aunque si pusiéramos el ojo en quien es nuestro narrador canónico, hablo de José Donoso, podríamos darnos cuenta de las características de nuestra tradición: extranjerizante, poco afín a la poesía, resistente a cualquier sistematización. Eso es José Donoso, sus Diarios tempranos lo muestran.
La discusión por el canon es otra cosa, y confieso que me parece penosa cómo se hace en Chile. Una vez en Facebook un escritor a quien respeto intelectualmente respondió un posteo mío señalando que desconocía lo que era el canon. El, amigo y admirador de la obra de Enrique Lihn y de Edwards Bello, me dijo eso. Sinceramente no creo que desconociera lo que era, sino más bien que no quería discutir; pero el canon se discute, de lo contrario tiene poco sentido tener un canon en privado. Tengo una idea sobre el canon de nuestra narrativa: habría que sacar de esa centralidad a Donoso y poner por un rato, para ver qué pasa, a Manuel Rojas. ¿Cambiaría algo?
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Por Gonzalo León
Publicado en Punto Final, N°893, 23 de enero de 2018