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Emily Dickinson
La poeta en el panal de abejas
Por Gonzalo León
Publicado en https://laagenda.buenosaires.gob.ar/ 21 de Junio de 2019
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No es raro que el nombre de Emily Dickinson pase inadvertido para la gran mayoría del público lector, ya que ella no hizo nada para ser conocida; es más, escasamente publicó en vida una docena de poemas pero sin su nombre. Por eso fue relativamente sorpresiva su inclusión en El canon occidental, de Harold Bloom, el libro que establece los veintiséis autores imprescindibles en la historia de la literatura, entre los que además de ella se cuentan Cervantes, Dante, Tolstoi, Dickens y Woolf. Según Bloom, Dickinson y Walt Whitman son dos de los poetas estadounidenses más relevantes en lengua inglesa.
A diferencia de la obra de Whitman, que desde un arranque tuvo adherentes y detractores, la circulación de la obra de esta poeta, que escribió cerca de dos mil poemas, todos ellos numerados, sin títulos, ha sido compleja desde un comienzo. Ezra Pound y los poetas objetivistas en el siglo XX la leyeron, pero sólo entre 1955 y 1998 se trabajó en su obra, ordenando cronológicamente sus poemas e individualizándolos. Por eso no llama tanto la atención que recientemente, entre 2017 y 2018, se hayan publicado al menos tres libros de o sobre esta poeta: Zumbido, una antología que tradujo y publicó por primera vez en Chile Ediciones Universidad de Valparaíso (UV), y que desde este año circula en las librerías de Buenos Aires; Preferiría ser amada, otra antología pero esta vez de sus cartas y algunos poemas, que editó el sello español Nórdica con hermosos dibujos y que también desde este año circula en Argentina, y Archivo Dickinson, de la poeta nacional María Negroni, que escribe como si fuera la poeta americana, y que pertenece a un singular proyecto biográfico-poético junto a otros libros suyos. Es decir que parece haber un renovado interés por Emily Dickinson.
¿Pero a qué se debe el atractivo de su poesía y por qué parece que la revaloramos ahora?
En primer lugar, como establece Enrique Winter –uno de los tres traductores de la antología– en el prólogo de Zumbido, el mayor aporte de Dickinson a la poesía universal fue “la tensión que construye entre la aparente cancioncilla y la densidad de pensamiento”. O para decirlo en lenguaje poundiano, la tensión entre logopeia y la melopeia. Pero también hay imágenes o figuras típicamente dickinsonianas: abejas, polillas, aves de todo tipo y mariposas. Según cree Winter, ella celebraba la naturaleza en un comienzo; sin embargo, luego su poesía se fue haciendo más compleja, combinando la alta cultura con la baja, por eso “sus cartas abundan en referencias a Shakespeare y a Dickens, que sumaba a su amplio conocimiento de los sermones y la cultura popular de Nueva Inglaterra”. Agrega que cuando habla de los Alpes (otras vez las alturas) “muy probablemente se refiere al proceso creativo y sus efectos”. Pero hay otra posibilidad y es que dichas alturas a las que ascendían las aves o a las bajas en las que zumbaban las abejas aludían al alma humana, o a la capacidad de elevarse de la tierra, de lo concreto, y a la creación artística. Un ejemplo es el poema 92: “Mi amiga debe ser un Pájaro – /¡porque vuela! /Mortal mi amiga debe ser –/¡porque muere! /¡Aguijones tiene, como una Abeja! /¡Ah, extraña amiga, /me dejas perpleja!”.
Los guiones en sus poemas son característicos y funcionan como pausas, cortes o señales gráficas, como esas flechas que tienen las rutas cuando advierten de los desvíos. Pero además su poesía trabaja con el erotismo y con la muerte, dos temas que los poetas han tratado desde siempre; se dice que los poemas en los que está la muerte aparecieron más adelante en su obra. Sea como sea, el erotismo cuando surge lo hace de una manera excepcional e imprevista, porque no cae en lo obvio: “Sobre mi volcán crece el Pasto /un lugar de contemplación – /una hectárea para que elija un Pájaro /sería el pensamiento General –”. Cuesta imaginar a esta poeta en ese pueblo llamado Amherst, y digo pueblo porque, a pesar de que en sus cartas hay una iglesia y todos van a misa menos ella, la vida rural es lo que uno se imagina, aquella donde los vecinos se conocen o al menos se ubican, donde los grandes espacios aún no han sido devorados por las ciudades o las megalópolis. Se trata de un lugar –el de Emily Dickinson, el de su familia y vecinos– donde la naturaleza sale al encuentro de las personas.
Por eso la naturaleza es un punto de partida en su poesía, pero salta a la vista de que en un momento pasó de la contemplación de la naturaleza (“la naturaleza es lo que Vemos”), típico acto de los lake poets que se iban a contemplar un lago, a elaboraciones donde puede hablar de todo: tanto de temas elevados (el alma, la muerte) como de otros menos solemnes, como la espera, el habla, lo cotidiano. Sin embargo, sea cual sea el tema, esta poeta se da maña para hacerlo de manera casi filosófica: “Una palabra está muerta, cuando se la pronuncia /dicen algunos –/Yo digo que a vivir recién empieza /ese día”.
Tal como ocurre con la obra de prestigiosos autores franceses, como Gustave Flaubert o Marcel Proust, donde la correspondencia es tan relevante como la parte narrativa, algo muy parecido similar ocurre con Emily Dickinson, porque en dos de estos libros ha sido rescatada su correspondencia: en Zumbido, pero especialmente en Prefería ser amada, donde todo el libro está estructurado sobre la base de las cartas y dibujos. Pero esto no es arbitrario, sucede que esta poeta solía escribir sus poemas en medio de su correspondencia a su cuñada Sue, a su mentor, el señor Higginson, a su amigo John Graves y al enigmático Maestro. No deja de ser curioso que se hayan traducido en ambos libros la carta a John Graves de 1856. Aquí precisamente habla de que es domingo pero que no irá a misa, lo más importante es que explica a qué es lo que se refiere cuando habla del vuelo de las aves o de ciertos insectos: “Nosotros – también – estamos volando – desvaneciéndonos, John – y la cantilena ‘Aquí yace’, pronto se habrá, de labios que nos están amando hora, tarareado y acabado. Vivir y morir, y ascender de nuevo en cuerpo triunfante, y la próxima vez intentar llegar más arriba, al aire más alto – ¡no es un tema para una redacción escolar!”.
Las cartas de Preferiría ser amada son muy poéticas, porque el libro buscó, tal como señala Juan Marqués en el prólogo, “recoger algunos de esos textos que han venido conociéndose como los envelope poems de Dickinson, breves poemas (algunos de dos versos, pero otros de ocho o diez…) que, de un modo a veces difícilmente perceptible, con el mismo sigilo espectacular con el que ella vivía, la poeta de Amherst escribió en los sobres de las mismas cartas, se discute si como complemento a los mismos, o como adorno”. En este volumen otra carta que se repite es la dirigida a Higginson en junio de 1869, allí dice que “una carta se me antoja muy parecida a la inmortalidad, porque la muerte está sola, sin un compañero corpóreo” y luego agrega que le gustaría que él la visitara en Amherst, porque allí se daría cuenta de que “es difícil abusar de la imaginación en un lugar tan bello”. Después hay otra carta que se reitera, pero hay que aclarar que son traducciones distintas, y que por momentos parecen textos diferentes.
Hay una gran diferencia entre un libro y otro y es que en el de cartas se llega hasta el final de la vida de Emily Dickinson, y si uno evalúa la extensión de ellas se da cuenta de que se fue apagando lentamente, desde 1880 a 1886: en este espacio de tiempo son más breves, a veces de una página, otras de dos líneas, como aquella última carta donde escribe simplemente: “Primitas, /Me reclaman”. Sin embargo la única carta relativamente extensa que aparece también está dirigida a estas primas y está fechada un año antes de su muerte; en ella manifiesta que “si tuviéramos menos que decirles a aquellos que amamos, quizá lo diríamos más a menudo” y luego se larga a contar que Vinnie había soñado con una de las primas, cosa que en el fondo motiva la carta. La otra diferencia entre ambos volúmenes es que el de Nórdica cuenta con imágenes de los envelope poems en los sobres.
El último libro es sobre Emily Dickinson y lo publicó La bestia equilatera el año pasado. Su autora, María Negroni, ya venía trabajando una veta poética-biográfica con Elegía Joseph Cornell, que trataba sobre al artista visual neoyorquino. Sin embargo, las ventajas que implicaba escribir sobre Cornell –no era escritor ni poeta– en Archivo Dickinson, por razones obvias, no están, y obligó a la poeta a dialogar de tú a tú con la poesía de Dickinson, y desde ahí intentar retratarla. A las pocas páginas se puede leer esta declaración: “Me llamo Emily. Nací en Nueva Inglaterra, un 10 de diciembre muy blanco y altivo”. No era una tarea fácil construir este Archivo, pero Negroni logró poner en los poemas los motivos de la poesía dickinsoniana: abejas, pájaros, en fin, la naturaleza. Pero también están sus clásicos guiones y de una manera original: “Mi vida es esta biblioteca de tramas no visibles. Allí me invento, busco –entre guiones– la prosodia de alguna verdad torpe”.
La mayor virtud, sin embargo, es que dialoga desde la poesía usando sus cartas, entonces aparece Vinnie (“Vinnie dice que le tengo fobia a la eternidad”), el Maestro (“Querido Maestro: / Ahora mismo –a pleno sol– el dios está clavando estrellas en el cielo”), de hecho hay poemas que juegan con este carácter dual de poema-misiva, como el llamado ‘Epístola’, donde se lee: “Querido Pájaro de Agua: /¿Estás mudando otra vez, resucitado en el cadáver /del deseo que no quiere morir? ¿O habrás cedido a la /quietud, esa aventura espeluznante?”. Otra virtud que recorre el libro es que el tema de la muerte está más claro que en la antología de Ediciones UV, y es que al ser poemas que trabajan con la biografía y la obra de la poeta estadounidense la aparición de la muerte se impone sola. Hay que recordar que muchos de las biografías tanto las reales como las inventadas terminaban con la muerte del biografiado.
Al igual que en Elegía Joseph Cornell, en este libro se pueden apreciar aspectos no tan conocidos en la vida de Emily Dickinson. Se sabe que, al igual que a Henry James (quien le dedicó un ensayo donde lo maltrataba bastante), no le gustaba mucho la poesía de Walt Whitman, pero en el poema ‘Fortaleza’ aprecia su biblioteca “dejando atrás anaqueles, con obras de Whitman, Emerson, Mr. & Mrs. Browning”. En la mencionada carta dirigida a sus primas de 1885 Dickinson efectivamente escribe de Emerson: “La Vida de Emerson, de Holmes, es deliciosamente recomendable, aunque vosotras, lo sé, y lo habéis saboreado”. Es decir esta cita de una biografía que hace Dickinson habilita el poema biográfico de María Negroni y ahí radique uno de sus aciertos, donde al igual que la poeta de Amherst se notan las lecturas. De este modo, si la propia poeta cuenta que lee una biografía, ¿por qué no imaginarla siendo sujeto de ella? El defecto de Archivo Dickinson es que sin conocer quién fue esta poeta o qué escribió queda uno un poco en el aire.
Finalmente no estoy sugiriendo que la obra de Emily Dickinson se haya puesto de moda, sino que recalco el extraño modo de circulación de ésta: desde el desconocimiento más absoluto hasta la canonización hace veinticinco años. Y en este amplio espectro, se ubica una obra que de seguro seguirá siendo revisitada, cuestionada y vuelta a valorar, porque el canon no es una fotografía fija, sino que va cambiando, adecuándose a las épocas. Mientras tanto disfrutemos de los poemas de la Dickinson y de sus aves y abejas.