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Isolda Montecinos, al lado del capo de Arturo Aguilera, Pepe Cuevas y mi "campera" tapando los libros (2011).

 

FILSA

Por Gonzalo León
Publicado en revista Punto Final



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Por varios años estuve atendiendo el stand de La Calabaza del Diablo en la Feria Internacional del Libro de Santiago (Filsa). Recuerdo esto porque hace poco un editor chileno que vive hace diez años en Buenos Aires y que tiene una editorial de textos filosóficos me preguntó por mail que había que hacer para estar presentes ahí, sugiriendo que había que pertenecer a una secta secreta o pagarle al mafioso de turno. Mi respuesta fue un resumen de mi experiencia con el sello del cual fui editor desde 2007 hasta 2012. No hace falta, le dije, y le conté cómo en 2007 intentamos organizar presentaciones y firmas de libros. Hoy, por lo que entiendo, las condiciones para editoriales independientes son otras, pero en esa época a la Cámara del Libro que dirigía Eduardo Castillo no le agradaba que una editorial independiente con el nombre de La Calabaza del Diablo alquilara un stand y estuviera en el pabellón destinado al espacio infantil. Pero no teníamos más dinero, así que a metros de nuestro puesto veíamos a los chicos saltar, gritar, correr. La gente de la producción de Filsa era bien buena onda, desde las productoras hasta el locutor de las actividades, Vitorio, y les gustaba que organizáramos firmas con autores nuestros.

Una tarde de sábado fue Claudio Giaconi, que había publicado Etc. gracias a la gestión de Claudia Apablaza. Giaconi, a quien había conocido en 1998 y que les había presentado a los editores de esa época del sello, Jaime Pinos y Marcelo Montecinos, estaba molesto. No por firmar libros, sino porque se iba a perder Cantinflas en la tele. De ahí que intentara no perder de vista a Apablaza, ella tenía auto, eso aseguraba que, de no haber tráfico, llegara a su cita. Tan raro como su gusto repentino por Cantinflas estaba el hecho de que hubiera publicado poesía. Para entender esto había que tener en cuenta dos cosas: por ese tiempo quería publicar una novela que había extraviado hace mucho pero que él intentaba rastrear algunas partes en revistas que en su mayoría habían desaparecido, y por otro lado también quería publicar una obra de teatro que transcurría en Central Park en Nueva York, donde vivió muchos años. Eso lo sabíamos los que conocíamos a Claudio. De ahí que la gente que se acercó a conversar con él se extrañara por el libro de poesía. Ah, es poesía, susurraban sorprendidos.

Después de esa experiencia en la que la gente encargada de la programación sólo nos aceptó una actividad, el domingo al mediodía con Elvira Hernández, José Ángel Cuevas y Bruno Vidal, se puede decir que con Marcelo y Nicolás Cornejo, los otros editores, aprendimos a manejarnos. La otra editorial independiente que hacía lo que nosotros era Mago. El resto aún no daba señales de vida. El 2007 tuvimos una ganancia de $5.000 (US 10) y recuerdo que festejamos en mi departamento, no gastando ese dinero, sino el nuestro. Habíamos pensado que saldríamos para atrás. Al año siguiente programamos actividades: no sé por qué nos manifestábamos contrarios a organizar presentaciones, queríamos que la gente conversara, porque creíamos que había escaso diálogo entre los escritores, críticos, la escena literaria en general. Pero en las conversaciones no se conversaba mucho, los poetas de hecho preferían leer sus poemas, y casi no se vendían libros, por lo que en 2009 el plato fuerte eran las presentaciones; con eso, como nos explicaba Marcelo Montecinos, se pagaba el stand, el resto era ganancia. En teoría.

No sólo el aprendizaje fue nuestro, sino que intentamos compartir este know how con otras editoriales (y autores), que se resistían, con justa razón, a participar. En el puesto tuvimos libros de muchas editoriales (chilenas y extranjeras) y en algunos casos coorganizamos actividades. Quien más horas pasó al frente del stand fue Nicolás Cornejo. Tantos problemas tuvimos cuando él se fue a Londres que tuvimos que “contratar” a alguien, pero Nicolás hacía todo gratis y conocía la dinámica; no era un gran vendedor, pero siempre estaba, leía lo que vendía, podía conversar con autores porque él era uno, aunque aún inédito.

El futuro de la narrativa chilena en 2011 o cosas que pasaban alrededor de Filsa. De izq. a der.: Simón Soto, Pablo Toro,
Mauricio E. Valenzuela, Diego Zúñiga, NN, Rodrigo Olavarría

Recuerdo que una vez se acercó César Aira y le preguntó: Tú eres Galo Ghigliotto. No, respondió, soy Nicolás... Eeeh, yo soy César… y Galo me dijo que iba a tener un libro para mí. De lo que hablaba César era de uno de los primeros títulos de su editorial, Cuneta, Yo era una mujer casada. Nicolás, quien las editoriales independientes deberían erigirle un altar en cada feria, fue sincero como siempre: No me dijo nada, pero aquí lo tienes. No sólo le pasó un ejemplar o los que le tenía que pasar, sino que disculpó a Galo, en fin lo hizo quedar bien. Cosas como ésta sucedieron por montones. Por las tardes, cuando no tenía nada que hacer en La Nación Domingo (ni escribir, ni tener que ir a un lado), me pasaba por la feria y con Nicolás le tomábamos el pelo a la gente que pasaba por el pabellón infantil, que lentamente se estaba llenado de otro espíritu. Ofertas, ofertas, grité un día. Y dos personas se acercaron al puesto. Cuál es la oferta, preguntó uno. Dos libros en quinientos pesos, dije. Y la persona dijo que quería dos. Es broma, le contesté, cómo se te ocurre que dos libros excelentes de autores chilenos van a estar a quinientos. La gente por lo general no se ofendía, sino que se avergonzaba y luego nos preguntaba de qué iban los libros. A veces el vendedor no está para vender, sino para enseñar.

La última vez que estuve en Filsa fue en 2012 y, pese a que muchas editoriales habían ido a la feria del libro de Guadalajara, aún estaban en el mismo pabellón. Hoy me llegaron noticias de que estarán en un pabellón más visible. En el programa oficial muchas tendrán sus presentaciones. Y no sólo eso, hay además una cooperativa de editoriales independientes. Salud por eso y que vendan muchos libros.




 

 

 

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