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Germán Marín
"Uno le teme más
a las palabras que a los hechos"
Por Alvaro Matus
Revista de Libros de El Mercurio, viernes
30 de septiembre de 2005.
Con la publicación de
"La ola muerta", el autor concluye su trilogía
autobiográfica, el singular proyecto que lo llevó a
narrar desde los orígenes de su familia hasta el momento en
que el joven Marín
emprende un desgarrador viaje a Buenos Aires.
No debiera causar extrañeza que la obra de Germán
Marín ocupe un espacio único en nuestra narrativa:
el resentimiento posee un latido propio. Historias como las de un
retornado que
repasa sus visitas a una mansión familiar que años más
tarde fue centro de torturas (El palacio de la risa), de los
asesinos de Pérez Zujovic soportando el asedio policial (Carne
de perro) o de una banda que realiza videos pornográficos
en Santiago (Ídola) son buenos ejemplos de la propuesta
radical de Marín, un autor que ha hecho de la amargura y el
descreimiento un arte. Por las páginas de sus libros se adivina
a un hombre que, a sus 70 años, mantiene esa mueca de malestar
característica de los jóvenes rebeldes o de los adultos
no domesticados. Se advierte, también, que ha pasado por las
experiencias más diversas: fue discípulo del padre Hurtado
en el colegio San Ignacio, subordinado de Pinochet en la Escuela Militar
y alumno de Borges en la Universidad de Buenos Aires.
Cuando llegó del exilio traía en sus maletas un proyecto
inusitadamente ambicioso: 1.700 páginas de una autobiografía
escrita mitad con recuerdos y mitad con ocurrencias. Porque Marín,
como alguna vez dijo Canetti, comparte la idea de que "el escritor
vive de la exageración y se da a conocer con malentendidos".
Ante la negativa de los editores de publicar un libro tan extenso,
el autor, cual carnicero, decidió filetear el mamotreto. Así
nació la trilogía "Historia de una absolución
familiar", cuyo primer tomo, Círculo vicioso
(1994), narraba el encuentro de su familia paterna, latifundistas
empobrecidos, con la de su madre, formada por inmigrantes italianos
que venían a "hacerse la América". El relato
era cruzado por las observaciones, citas y referencias documentales
que realiza el narrador de la novela, de nombre Germán Marín,
en el Diario que escribe desde Barcelona. Por si fuera poco, a esa
voz se suma la de Venzano Torres, editor del libro. En Las cien
águilas (1997) la estructura es la misma, pero la acción
se centra en su paso por la Escuela Militar.
VIENE LA OLA
Sentado en un café del Parque Forestal, a pasos de la oficina
que ocupa como editor de Random House- Mondadori, Marín no
disimula la ansiedad que le provoca la publicación de La
ola muerta (Sudamericana), que llega a librerías a comienzos
de octubre y con la que cierra su trilogía autobiográfica
(los dos volúmenes anteriores serán reeditados el próximo
año).Fuma un cigarro tras otro y toma varios cafés.
Su voz aguardentosa ayuda a crear un clima de complicidad que favorece
las confesiones. Las suyas. Y las del protagonista de esta nueva novela,que
es Marín a los 17 años, después de ser expulsado
de la Escuela Militar, vagando por salones de pool, cines de barrio
y la Biblioteca Nacional. Después pasa por el internado Barros
Arana y estudia arquitectura, hasta que finalmente revienta: agobiado
por la opresión familiar y el vacío vocacional, el díscolo
muchacho parte a Europa. Pero queda varado en Buenos Aires, donde
trabaja en una discoteca, se enamora, ve más películas
y estudia literatura en una universidad inoculada por el peronismo,
el anarquismo y cuánto "ismo" sonaba en los 50. Todo
esto aparece en La ola muerta, la historia del declive moral
de este adolescente cuyo desamparo corre paralelo al que Germán
Marín, treinta años más tarde, transmite a través
de las anotaciones de su Diario. Un ejemplo: "Si se tratara de
apoyar la justa causa del pueblo chileno con un activismo semejante
al que desarrollan Antonio Skármeta y Ariel Dorfman, como me
ha echado en cara cierto crítico y profesor de nuestros lares,
G.R., de paso por Barcelona, prefiero continuar en la retaguardia
dedicado a escribir estas bagatelas". Más adelante: "Por
suerte me secunda ante la psiquis de ser un escritor anónimo,
perdido en la multitud, que no espera nada ni que tampoco solicita
algo. Es una forma de resentimiento, de desconfianza, de rechazo,
en que la oscuridad es un amparo".
- ¿Qué siente cuando le dicen resentido?
- Hay mucha gente que lo toma como un agravio, pero yo lo considero
una verdad. Asumo el resentimiento como una herramienta de conocimiento,
de donde se
pueden tener visiones más penetrantes de la realidad, con menos
facilismos, menos perdón.
- ¿Tiene que ver esto con que era un autor prácticamente
inédito cuando escribió esta trilogía?
- Para nada. Lo de autor desconocido, incluso, me gustaba. Y ahora
sigo siendo un autor con un público chiquitito. Cuando publiqué
Círculo vicioso hubo una reacción muy positiva
de la crítica, me dieron el premio del Consejo Nacional del
Libro y después la beca Andes, pero yo sigo viviendo de lo
que gano como editor, más una que otra colaboración.
Y no me preocupa, porque soy un tipo de pocas apetencias: dos pares
de zapatos al año y tres comidas diarias.
- ¿Pero siente que ahora es famoso?
- Pero es una fama que no está acompañada de dinero
o de vida social. Ni siquiera porque trabajo en una editorial voy
a lanzamientos de libros. No me interesa la chimuchina, que es desgastante
y no da nada. Siempre digo que detrás de cada canapé
hay un escritor chileno.
- ¿Qué diferencias hay entre el personaje de "La
ola muerta" y usted, considerando que se llaman igual y comparten
muchas experiencias biográficas?
- Es mi doble, un recurso que me permite jugar con mayores perspectivas
de narración. Cuando el yo narrativo es uno solo, estás
condenado a seguir un solo camino, pero si lo multiplicas o lo conviertes
en más voces tienes más perspectivas de narración.
Las magníficas novelas de Vargas Llosa son desde ese punto
muy rígidas. Parten con "él" y de ahí
no salen más. Romper el juego aceptado del yo o de una tercera
persona inamovible me da más posibilidades.
- ¿Le interesa el tema del doble?
- Siempre, incluso desde el punto de vista individual. De chico
me llamaban la atención objetos tan simbólicos como
los espejos. Me gustaba mirar a una persona a través del espejo,
estando ella a dos metros. Me producía una sensación
rara. Quizá eso respalde muchas cosas, porque además
tengo una inclinación de mirón. Ahora mismo, por la
ventana, estoy registrando a la gente que pasa y trato de explicarme
quiénes son. Veo a un mozo, una niña, un cura. Todo
ese variopinto humano me llama la atención. Es algo que también
está relacionado con la soledad y desvinculación que
sentía en Barcelona, una ciudad que todos encuentran muy hermosa
pero en la que yo me aburría soberanamente. En la novela digo
que me estoy constituyendo en el turista más antiguo de este
país. Como nunca me sentí incorporado, empecé
a descubrir entretenimientos para un hombre solo. Por ejemplo, ir
mucho a la estación de Sanz, donde yo me sentaba los días
domingos a ver el paso de la gente. Era como mi función de
cine. La otra cosa, a propósito, era ir a los cines de barrio.
Iba a unos muy pelientos, con olor a water, en que el público
le gritaba a la pantalla, porque los españoles son muy dados
a integrarse a la ficción. Cuando iban a matar a alguien escuchabas
"hijo de puta" o "cuidado, cuidado".
- ¿Y hay relación entre el voyerismo del personaje
y el suyo?
- Indudablemente. A mí me encantaría ser violador
de cartas ajenas y lo que digo en la novela es verdad: había
una tremenda librería de viejo en España que tenía
cajas de correspondencia y las vendían a precio de huevo. Yo
pasaba dos o tres horas, y al final compraba algún libro para
justificar mi presencia. Las mejores cartas son las de mujeres. Son
más locuaces, más verídicas, más dinámicas
o más apasionadas. Los hombres son burocráticos. También
me gusta escuchar conversaciones ajenas. Voy mucho a un café
de señoras que está en Ricardo Lyon con 11 de septiembre.
¡Escucho cada cosa! La forma descarnada en que hablan de sus
maridos. Son como prostitutas legales; están con el marido
porque les da auto y comodidades, pero lo odian.
- La caída moral del protagonista es uno de los aspectos
más atractivos del libro. ¿Hay autores que lo hayan
inspirado, como Céline, Walser o Arlt?
- No, pero sí hay un antecedente literario cuando el muchacho
se convierte en soplón de la policía. Ahí me
acordé mucho de El conformista de Moravia, donde un
personaje detestable traba amistad con un dirigente italiano para
venderlo. Eso me golpeó. La idea del soplón, del que
está encubierto, me ha parecido siempre fascinante. Yo sabía
que dentro de la Facultad había policías, pero no supe
nunca quiénes eran. Por eso escribí del muchacho, tomándose
un café con los amigos y sacando información. Pero él
no quiere ser sucio, no quiere cagar gente. Entonces, traduce lo que
le dice su amigo más comprometido. Es ahí cuando tiene
su primera alegría literaria, porque la policía le acepta
su primer informe. Eso me gustó.
- ¿Sintió la tentación de abuenarse con el
personaje, tomando en cuenta que es Germán Marín?
- Los malentendidos me tienen sin cuidado, así que me da
lo mismo que algunos piensen que todo es autobiográfico. Ahora,
eso no significa que no me haya costado escribir ciertas partes. Por
ejemplo, cuando se masturba frente al calzón o cuando empieza
la relación con la madre de su pareja.
- ¿Siente pudor cuando escribe?
- Lucho contra eso, y por lo mismo, el tipo que escribe el diario
repara varias veces cuando se empieza a autocensurar. Estoy siempre
con eso de ir más allá de mis propias inhibiciones.
Lo que ocurre es que nadie se atreve a destaparse en forma tan descarnada
ni veraz, porque la persona queda casi indefensa. Pero a mí
no me da miedo. Creo que al final supero el pudor. Incluso en la novela
el autor dice "métete más, anda más allá",
porque hay cierto temor a las palabras. Uno le teme más a las
palabras que a los hechos.
- El narrador siempre está reflexionando sobre los personajes
y hasta de la falta de tensión del relato ¿Qué
motivación hay tras esos comentarios?
- Es por la desconfianza ante la escritura misma. En una parte
cito una carta en que Rubén Darío le dice a Valle Inclán
lo interesante que sería escribir un libro con todos los monstruos
afuera, esos que aparecen en la primera escritura. Yo he tratado de
mantener vivos los monstruos: las cosas ilegítimas, los errores,
las dudas, incluso sobre el modo en que está hecha esa escritura.
Por eso coloco frases como "corregir", "leer tal documento
para mejor informarme" o "no, esto que he escrito sobre
el Barros Arana no es novela". Es algo que le pasa al escritor
en su ejercicio íntimo, porque nadie escribe tan ordenadito
como aparece en el libro.
- ¿Cuándo descubrió que el mejor camino era
novelar su propia vida?
- Cuando vivía en Barcelona me di cuenta que la única
forma de escribir era apoyándome en esa suerte de ficción-biografía,
en elementos de tipo real que me acompañaban. Yo además
quería hablar del Golpe sin hablar del Golpe directamente.
No que fuera la crónica de una ignominia o la épica
de la Unidad Popular. Era más que eso. Quería estar
atravesado o cruzado por esa experiencia. Fue así como empezaron
a aparecer cada vez más elementos autobiográficos, contaminado
esto, indudablemente, con todas las licencias que me permite la ficción.
- ¿Es verdad que éste es su último libro?
- Eso lo dije en un momento en que estaba muy mal de salud, cuando
mis achaques terminaban con oxígeno. Pero ahora lo veo diferente.
Estoy dedicado a unas cosas que publico en "Fibra", en una
sección que se llama Lecciones de Cosas. Analizo objetos. Un
abanico, un bidet... Están bien como ejercicio, pero no sé
qué va a salir de eso. De todos modos, creo que La ola muerta
no sería mi último libro.
- El conflicto de alguien que no quiere asumir los valores que
rechazó de joven es uno de los nudos de "La ola..."
- Sí, que no se vaya a cumplir la parábola del hijo
pródigo.
- ¿Es algo que lo complica aún?
- Claro, yo no quería volver a mi situación de origen
para aceptar esos valores que había rechazado. Creo que la
novela es un rechazo a todo eso. Y en mi vida creo que también
cumplí, porque nunca fui el que se esperaba de mí. Por
ejemplo, a los 16 años le digo a mi papá que quiero
aprender a manejar. Él me queda mirando y me dice: ¿quieres
aprender a manejar? Sí, papá. Mira Germán, tú
no tienes claras las cosas, yo te estoy educando para que mañana
tengas chofer. ¿Te queda claro? Sí, papá. Por
lo tanto, no aprendí a manejar, a la espera de tener chofer.
Y el chofer nunca apareció, por supuesto, y hasta el día
de hoy no sé manejar. En el fondo defraudé todo. Esa
es la verdad.
Personalidad múltiple
Es altamente probable que Venzano Torres sea producto de la imaginación
de un autor que no tolera la vida sin vidas prestadas. Porque la propia
no basta, como bien lo demostró Fernando Pessoa al crear a
sus múltiples heterónimos. De Venzano Torres, el crítico
encargado de la trilogía de Marín, se sabe poco. A fines
de los 60 trabajó en las revistas "Cormorán"
y "Punto Final", además de escribir el relato "Último
resplandor de una tarde precaria". Después de su exilio
en México, se radicó en un pueblo cerca de Ovalle.
Ante la imposibilidad de ubicarlo personalmente, Marín le
hizo llegar al crítico esta breve entrevista que aquí
reproducimos:
- ¿Cómo es su vida en Las Mollescas?
- Una vida de trabajo y estudio, al lado de mi novia, la arqueóloga
Sonia Cuevas. En las mañanas voy a terreno y en las tardes
me dedico a escribir, dedicado hoy a una biografía novelada
de la quiromántica Regina Orrego, famosa en los años
60, pero de un triste y escandaloso final, al ser sorprendida, junto
a su amante boliviano, de fotografiar a señoras en prácticas
supuestamente esotéricas.
- Usted se ha dedicado a la crianza de caballos, investigación
de aguas minerales y al cultivo de gardenias. ¿Hay alguna relación
entre ellas y la literatura?
- En cada una de las actividades que he desarrollado ha habido
siempre un propósito oculto de rendir homenaje a uno u otro
escritor de mis preferencias. En la crianza de caballo a Faulkner,
en la investigación de aguas minerales a Carlo Emilio Gadda
y hoy, en el cultivo de la gardenia, a Óscar Hahn.
- ¿Calificaría a Marín como un autor llano
o se muestra más bien celoso con sus textos? ¿Tiene
arranques de divismo?
- La personalidad de Marín es llana y celosa a la vez,
como lo demostró en el relato "La noche que bailé
con Ava Gardner", perteneciente a uno de sus libros, que cansado
de ser descreído de su historia en rueda de amigos, legalizó
dicho episodio a través de la ficción y hoy, según
me cuentan, es aceptado como real. Por otra parte, nuestro autor puede
ser acusado de malhumorado, chismoso, alcohólico, obsesivo,
resentido, orgulloso, mitómano, pero jamás de tener
arranques de divinismo. Es pesimista de corazón.
- Usted ha trabajado en la obra de Huidobro y Blest Gana, dos
autores que forman parte de la historia de nuestra literatura. ¿Cree
que Marín ocupe un lugar similar?
- Al no creer en el Panteón de los Ilustres, dificulto
en ver a Marín algún día allí, aunque
tal vez a él le agradaría parecer en el Petit Larousse.
- ¿A qué otro autor nacional vivo editaría?
- Me complacería pergeñar una antología de la
new generation chilena, hecho no sólo de la selección
de ciertos poetas y narradores, sino que, además, conformada
por una serie de autores, medio talibanes, dedicados a la crónica,
el género emergente en nuestras letras actuales.
Imagen: Dig. sobre
dibujo de Francisco Javier Olea