Proyecto Patrimonio - 2005 | index | Germán
Marín | Autores |
"La ola muerta"
de Germán Marín
Fuera del circo en llamas
Por Camilo Marks
Revista de Libros de El Mercurio, viernes
21 de octubre de 2005
"La ola muerta" exige
bastante al lector, si bien, en última instancia, lo recompensa
en plenitud. Es un novela absorbente,
repleta de aventuras, hipnótica.
El triunfo definitivo de La ola muerta, tercera
parte del ciclo "Historia de una absolución familiar",
de Germán Marín - precedida por Círculo
vicioso y Las cien águilas- , reside en el compromiso
afectivo e intelectual que terminamos sintiendo por el protagonista
narrador, a pesar de los esfuerzos que él hace para exponerse
a una luz desfavorable, rebajarse e incluso degradarse. A lo largo
de su carrera, Marín se ha basado en gran medida en su vida
íntima al producir las obras más vibrantes y realizadas
que han surgido de su pluma; sin embargo,
nada hay en ellas que pueda sugerir autocomplacencia, lástima
por sí mismo, egolatría, afán de darse importancia,
en suma, promoción de su propia persona. Por el contrario,
el conjunto de elementos autobiográficos, aunque a veces se
relate con una subjetividad lacerada, es, por otro lado, expuesto
mediante un desapego olímpico, de manera que las revelaciones
del libro producen el ambiguo efecto de hacernos partícipes
de ellas, sin que sea posible dejar de juzgarlas. El yo hablante de
La ola muerta es Marín y otro sujeto desdoblado, especie
de socio, empleando las palabras exactas del creador; a ellos debe
añadirse el editor Venzano Torres, ya conocido en los volúmenes
previos de la serie y a quien van dirigidos los originales del texto.
La ficción, así, presenta las características
de un borrador, una crónica que se va haciendo, una fábula
en constante evolución, donde mucho de lo que se dice resulta
incierto, mudable, vacilante, experimental. Se nos entregan palabras
y segmentos de capítulos alternativos, se indica que muchas
partes deben ser corregidas o eliminadas, se sugiere la inutilidad
de ciertos pasajes; en fin, se muestran todos los pasos en la gestación
de esta novela, que es, asimismo, el examen de su propia concepción.
El procedimiento pertenece de modo exclusivo a Marín. En otras
manos, podría haber derivado en el desorden o la confusión,
pero lo que aquí aparece titubeante, dubitativo, remata en
una trama poderosamente unitaria, perfecta, sin cabos sueltos.
Los hallazgos y audacias formales de La ola muerta no deben
oscurecer el hecho de que se trata de un título absorbente,
repleto de aventuras, hipnótico, que exige bastante al lector,
si bien, en última instancia,
lo recompensa en plenitud. La acción transcurre en dos planos
temporales básicos: mediados de los años 50 en Buenos
Aires y fines de la década del 80 en Barcelona, antes del regreso
a Chile tras el plebiscito de sucesión presidencial, sintiéndose
Marín "fuera de la historia, al igual que los payasos
fuera del circo en llamas". Los acontecimientos que se desenvuelven
en Argentina ocupan la mayor extensión del tomo, describiéndose
complejas andanzas y un oscuro panorama político. Vendedor
ambulante, contrabandista, estudiante de literatura, informante de
la policía contra su voluntad, empleado de una agencia inmobiliaria,
el escritor, quien padece una soledad absoluta, se ve, no obstante,
envuelto en una enmarañada relación erótica con
dos mujeres, madre e hija respectivamente. De modo paralelo, se desarrolla
la monótona existencia en España treinta años
después; estos fragmentos poseen un tono más contemplativo,
con citas, apuntes, reflexiones en torno a la situación chilena.
La ola muerta es, además, un apasionante registro introspectivo
de la música popular, el cine, la moda, los dichos de una época
o la memoria de ella, grabados en la mente lúcida e incrédula
de Marín.
La ola muerta, por último, presenta las particularidades
sintácticas e idiomáticas de este prosista único
en nuestras letras actuales, cuyo estilo puede por momentos considerarse
desmañado o poco gracioso, aunque sea uno de los aportes más
individuales y brillantes en la novelística nacional reciente.
Cuando Marín comenta que nunca ha logrado, "como Proust,
Conrad, Faulkner, alcanzar ese aroma que es el fantasma radiante del
mundo literaturizado" parece inconsciente de haber concebido
una narración notable. Su último capítulo, que
retoma el inicio de la saga - el ferryboat American Boy navega con
los personajes de la trilogía a la desembocadura del río
Imperial- es digno de esos y otros autores de semejante calidad.