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Gonzalo
Millán:
Palabras sublunares
Por
Alejandra Costamagna
En El Mostrador, 10 de
Julio 2007
Diarios de vida ha escrito muchísima gente. Reflexiones acerca
de la muerte abundan en la historia de la literatura. Pero es bastante
inusual dar con la bitácora diaria del desahuciado que no se
limita al lamento; que al saber que la muerte está ahí,
pisándole los talones, los pulmones, la rutina, la garganta
y el genio, empieza a redactar una suerte de epitafio dilatado en
sus ratos libres (que son casi todos sus ratos, en verdad), en el
límite, rabioso, melancólico, sarcástico, y termina
cuatro meses y doce días después sólo porque
el desenlace así lo indica.
Veneno de escorpión azul es el libro póstumo-testamento-diario
de muerte-poemario terminal del poeta chileno Gonzalo Millán,
que acaba de ser publicado por Ediciones Universidad Diego Portales.
Millán supo que tenía cáncer al pulmón
y se largó a escribir. "Ahora me preocupo sólo
de mí, me olvido de los otros. Me interno en el ensimismamiento
porque veo con alarma que el barquero aborda su nave", escribe
al inicio del diario, una mañana de mayo de 2006 en que toma
sopa de arvejas y no sabe bien contra quién enfurecerse, a
quién reprochar la interrupción del hilo del relato.
Un día de escritura torcida, con la palabra muerte como súbita
muletilla, mirando por la ventana al vecino que afeita el prado, con
motivación cero, citando a Ennio, a Rilke, a Beckett.
Morir no es fácil, se adelanta a decir Millán. "No
basta/ con rendirse y darse por muerto./ El fin pide tu colaboración/
y complicidad". Y de a poco empieza a colaborar sin voluntad,
a hacerse cómplice. Teme la tos en las mañanas. Sueña
que los demás se van y él se queda porque no puede encontrar
documentos, pasajes ni plata. Despierta cada vez más temprano.
Quiere fumar y el humo lo ahoga (a estas alturas no va a dejar el
vicio). Fumar hierba le da más tos. La solución es la
galleta con cannabis. Un amigo le hornea unas cuantas y el efecto
es puro alivio. Galletas como una hostia pagana. En adelante los apuntes
se llenan de galletas: galleta al desayuno, a media mañana,
después de la siesta, de noche, de pie, frente a la ventana,
solo, escribiendo, mirando el Mundial de Fútbol, Argentina
2/ México 1, en la casa de su mujer, en la cama de su mujer,
en el último viaje al litoral central.
"La supervivencia de los que tienen más de 60 años
me saca pica, la muerte de los menores de 60 me consuela", confiesa
a los 59. No sabe que si llegará a los 60. Mejor comer galletas
y masticar ideas: "No tengo derecho a quejarme. Cosecho lo sembrado.
Las semillas del placer engendran tubérculos venenosos".
La pregunta es cómo enfrentar la muerte: "acaso si viví
como un loco, ¿me toca morir como un cuerdo virtuoso?".
La relación está clara: intensidad versus duración.
Pero la enfermedad avanza, y ya casi no hay dónde elegir. Insidiosas
y vagas ideas de suicidio que nunca se concretan. Pronto descarta
quimioterapias y radioterapias, y se queda con el veneno del escorpión
azul, una droga cubana que le entrega Pía Barros y que Millán
bebe con más obsesión que esperanza al final de sus
días. El combate del escorpión contra el cangrejo, como
él lo denomina con humor solapado: "Somos una mayoría
del cuerpo condenada a la muerte por una facción rebelde, suicida".
Millán sabe que quedan pocas horas; que para todo corre ahora
la última vez. Habla y fuma, sin embargo. Y escribe (cómo
no) como si fuera a morir mañana. Apuntes cada quince, veinte
minutos en el fin del invierno. La cabeza que no se rinde: "Cortar
el cordón de la gravedad con el despegue arremetedor. Partir,
echarse el pollo, virarse, irse siempre con el elástico, sin
saberlo". A tres semanas del desenlace, abandona el veneno cubano.
El cangrejo se impone. "El veneno del escorpión azul no
sirvió de nada", anota. "El resultado del scanner
indica el crecimiento y avance del cáncer al pulmón.
Es la confirmación de una condena de muerte". Tres días
más de escritura. Citas a Marcial, a Virgilio, a los queltehues
que gritan en los prados nublados. A punto de cumplir 60 años,
gana el cangrejo. "¡Qué sé yo si habrá
luz y sombra o nada! Hasta aquí llego yo con mis palabras sublunares".