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UNA GABRIELA PARA LUCILA

A propósito de la vida-obra de Gabriela Mistral

Por Ariel Pérez R.
La Paz, Bolivia. Diciembre de 2007

 

Texto leído durante las Jornadas de Poesía Bolivia-Chile, realizadas del 4 al 6 de diciembre de 2007, en la ciudad de La Paz, con la participación de poetas bolivianos y chilenos.

El evento fue organizado por la Unión Latina, Cámara Boliviana de Libro, Centro de Estudios Brasileños y Plural Editores. El escenario fue el Espacio Cultural de Brasil en la Av. Arce esquina Cordero. Hubo una mesa redonda 'Presencia y vigencia de Gabriela Mistral, una mujer de nuestro tiempo'. Participaron: Jaime Quezada, Gustavo Becerra (Chile), Ariel Pérez y Juan Carlos Ramiro Quiroga (Bolivia).

Ese día 7 de abril de 1889, en Vicuña -un pueblo ubicado en el norte de Chile-, se escucharon los trémulos gemidos de Petronila Alcayaga, quien, junto a Jerónimo Godoy, daba a luz una niña cuyo llanto no tardaría en transformarse en poesía.

La niña, cuyo nombre era Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, sería quien, a partir de sus 25 años, adoptaría el pseudónimo de Gabriela Mistral.

Para comenzar, digamos que existe una cierto consenso, en que la obra de Gabriela Mistral ha tenido, generalmente, tal como lo afirma Floridor Pérez, “una lectura trunca o mutilada: la del niño que salió de la escuela convencido de que ella no tuvo más preocupación que elegir “En dónde tejemos la ronda”; la del adulto que no pasó más allá que “Piececitos”, o, como lo expresa Ana Pizarro en su ensayo “Gabriela Mistral en el discurso cultural” al afirmar que: “Como sucede con todos los lugares comunes, durante muchos años de ejercicio crítico no nos preocupó la imagen de Gabriela Mistral dentro de la cultura chilena y de la latinoamericana por extensión. Ella parecía obvia”.

Y es que la imagen que de ella se construyó o que desde nuestra infancia ayudamos a construir, fue la de una maestra rural preocupada maternalmente por sus niños; la de las rondas obligadas en los liceos fiscales; la de un “nombre de monumento” –como diría Fernando Alegría-; o, llegando, incluso, a ser asociada con la implantación de un discurso centrado en los símbolos patrios o, más radicalmente, con la poesía órfica o la del suicidio. Imágenes estereotipadas, a decir de Pizarro, de “un discurso patriarcal enmarcado en el fuerte condicionamiento social de los sectores que conducían la llamada Cultura” chilena.  
 
En ese contexto, los elementos o núcleos esenciales que configuran el lenguaje y la práctica discursiva de Gabriela, tales como la presencia de la madre, el trabajo interior en la esfera de lo espiritual, su diálogo con los elementos (el agua, la harina, el fuego, la arena, la piedra, el aceite, la sal y el pan, entre otros), la muerte, la solidaridad humana y la necesidad de retornar al origen, por mencionar sólo algunos, son analizados por la crítica convencional bajo el rótulo de “motivaciones mistralianas”. Así, el mundo de lo simbólico tan pletórico en la Mistral, es reducido a una simple referencialidad de lo cotidiano, donde, por ejemplo, la presencia del arquetipo de la madre es reducido al “amor maternal”; el trabajo espiritual interior que siempre estuvo tan presente en su vida, a “una religiosidad natural, algo folclórica”; su diálogo con los elementos, a un “elogio a las materias”; la simbolización de la muerte mística, a “los traumas del suicidio”; la solidaridad humana, a “la crítica social”; y, la necesidad de retornar al origen, a la “búsqueda de las raíces americanas”.

Con esto, no estoy afirmando que Gabriela no hiciera referencia al mundo de lo cotidiano tan frecuente en su obra poética, prosística o epistolar (que siempre estuvieron integradas en su obra); no obstante, y ahí está el quiebre, no se puede ocultar el hecho de que en gran parte de la obra y de la lingüística mistraliana, la polisemia simbólica-mística está presente, como también lo estuvo a lo largo y ancho de su propio mundo de vida y de su historia. El asunto está, entonces, en no ocultar u olvidar esta realidad que, más que “ennieblar” como apuntaría la propia Gabriela, podría darnos nuevos elementos interpretativos y abrirnos hacia nuevas lecturas de la obra de quién en 1945 fuera galardonada con el Premio Nobel de Literatura y dijera de sí misma “hubiera querido vivir entre el pueblo hebreo y ser la Mujer Fuerte de la Biblia”.

¿Pero en qué contexto surge la poesía de Gabriela Mistral? A decir de Ariel Fernández, cuando Gabriela Mistral irrumpe en las letras latinoamericanas, “estaban concurriendo a una misma causa: Delmira Agustín, Juana de Ibarbourou y Alfonsina Storni, quienes junto a ella, retoman la ansiedad y el desafío que Sor Juana Inés de la Cruz lanzó en su tiempo: que la poesía femenina abriera nuevos caminos ante el barroquismo de la sociedad, pacata y machista”. Para tal fragmento, apunta el mismo autor “tiene que haber sido muy fuerte el golpe poético de Gabriela con sus “sonetos de la muerte” texto esencial y fundacional de su poética, en los que Gabriela expresa -a juicio de algunos- un mundo interior asolado por la angustia del amor perdido, o mejor dicho, expulsado de su vida al no haberle perdonado un acto de traición; la infidelidad. Angustia que, a decir de Fernández, se expresa a través de la pasión mística, para lo que Gabriela hundirá “su rostro en el centro íntimo de su naturaleza metafísica y descenderá a los infiernos, a la oscura lágrima donde yace su amado”.

Desde esta perspectiva, “Sonetos de la Muerte”, más allá de la anécdota del amor perdido, exponen a quien sepa entender los símbolos místicos que se encuentran diseminados en ellos, un rito de iniciación y, como tal, su revelación.

“Del nicho helado en que los hombres te pusieron, / te bajaré a la tierra humilde y soleada” ¿No es acaso una clara alusión a Dios, a ese Dios que Gabriela necesita desesperadamente asirse para soportar el dolor que le produjera la traición de su ser amado?, ¿No es acaso la declaración de una mujer resuelta a acercarse a Dios para hacerlo carne, o más propiamente encarnarlo, logrando así su iniciación?, o “Este largo cansancio se hará mayor un día, / y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir / arrastrando su masa por la rosada vía,...” ¿es que acaso pueden quedar dudas de que estos versos, construidos sobre la dualidad mística alma-cuerpo describen el momento de la muerte; la de su propia muerte? y aquel verso en el segundo terceto del segundo soneto “Se hará luz en la zona de los sinos, oscura;...” ¿no nos describe acaso el momento en que ella, muerta, ya portadora de la luz divina llega a encontrarse con su ser amado tal como en el segundo cuarteto del mismo soneto nos lo describe claramente? “Sentirás que a tu lado cavan briosamente, / que otra dormida llega a la quieta ciudad. / Esperaré que me hayan cubierto totalmente... / ¡y después hablaremos por una eternidad!” ... ¿Pero quién es esa Gabriela que puede llevar luz al mundo de las sombras, a la oscuridad? Desde esta lectura, la respuesta es contundente; la Gabriela iniciada, aquella que ha encarnado a Dios. ¿No estamos entonces ante el retrato de un rito iniciático descrito a partir de imágenes y metáforas extraídas del mundo místico o esotérico? La respuesta es obvia; y esta es sí.

Sin embargo, esta lectura de los “Sonetos de la muerte” es solo una de las posibles; Grínor Rojo en su ensayo “Summa mistraliana” expresa: “En esos versos, el lector percibe con claridad la figura de “una mujer que deseó y que celebra la muerte de su amado” (...) La hablante de los sonetos se ha quedado sin realizar su amor en esta tierra no por causa de su destino trágico, tampoco por causa de una espiritualidad que no tolera la carne y el sexo, sino por que ella así lo ha querido, (...) Pienso yo que la mujer de este poema mata al hombre de este poema no por sus celos violentos y acendrados, celos que sin duda ella tiene pero que nos son el factor que determina su conducta después de todo “porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna / bajará a disputarme tu puñado de huesos!” (...) sino porque ése es el único arbitrio del que puede echar mano para apropiarse de un sujeto sexual y poético que no es el que el principio de la realidad le aconseja, pero que por otro lado es el único con el que puede “imaginar” y “decir” el poema”.

Desde mi punto de vista, estas dos lecturas (la mal y despectivamente llamada canónica y la de Grínor Rojo influenciada manifiestamente por Lacan), no son excluyentes, sino más bien complementarias. Y es que no cabe duda que Sonetos de la muerte están inspirados en el “dolor del amor perdido” o “sujeto sexual eliminado a voluntad”, como se quiera ver, refiriéndome a Romelio Ureta, un empleado del ferrocarril, quién, en 1909, a los 26 años de edad, luego de mantener por tres años una relación amorosa con Lucila -relación que el mismo traicionó, y por la que nunca fue perdonado-, se suicida en Coquimbo; encontrándosele en uno de sus bolsillos, una tarjeta con el nombre de Lucila Godoy Alcayaga. A la fecha, Lucila tenía 21 años, Gabriela se expresaría posteriormente sobre este acontecimiento en los siguientes términos: “El no se suicidó por mí. Todo aquello ha sido novelería”.

Estamos pues, ante una trilogía de sonetos que, sin duda alguna, están referidos a un pasaje doloroso en la vida de Lucila; sin embargo, el pasaje referido y el dolor causado, son transformados en el sustento de un escenario simbólico en el cual, la poeta, expresa, a través de un lenguaje alegórico, un profundo misticismo y trabajo interior, tal como lo demuestran los versos a los que ya se ha hecho referencia. 

Permítanme ahora, compartir con ustedes los mentados sonetos:

I

Del nicho en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.

Te acostaré en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido.

Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvareda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.

Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!

II

Este largo cansancio se hará mayor un día,
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir...

Sentirás que a tu lado cavan briosamente,
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
¡y después hablaremos por una eternidad!

Sólo entonces sabrás el por qué no madura,
para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviese que bajar, sin fatiga a dormir.

Se hará luz en la zona de los sinos, oscura;
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir...

III

Malas manos tomaron tu vida desde el día
en que, a una señal de astros, dejara su plantel
nevado de azucenas. En gozo florecía.
Malas manos entraron trágicamente en él...

Y yo dije al señor: Por las sendas mortales
le llevan.¡Sombra amada que no saben guiar!
¡Arráncalo, señor, a esas manos fatales
o le hundes en el largo sueño que sabes dar!

“¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!
Su barca empuja un negro viento de tempestad.
Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor”.

Se detuvo la barca rosa de su vivir...
¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?
¡Tu que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!

De lo que no cabe duda, es que, metafóricamente, Gabriela Mistral nace con la muerte. Pues, cuando Lucila Godoy Alcayaga, gana los “Juegos florales”, con los “Sonetos de la muerte”, en 1914, es cuando comienza a utilizar y a darle vida al pseudónimo de Gabriela Mistral.

Como sabemos, la muerte en el mundo místico representa el fin de un período; especialmente cuando surge como el gran sacrificio o deseo propio de destrucción de los egos. Según Juan Eduardo Cirlot, este sacrificio, que se da en los mundos internos, hace referencia a la presencia de fuerzas espirituales. Manantial de la vida, la muerte mística conlleva una resurrección que se materializa en un estado superior. Así, la muerte es la suprema liberación, la transformación de todas las cosas.

Será la propia Grinor Rojo, aquella que afirmaba que “En esos versos, el lector percibe con claridad la figura de una mujer que deseó y que celebra la muerte de su amado (y que) cuando este detalle se toma en serio, la lectura canónica de los Sonetos de la Muerte, se desploma en mil pedazos”,  la que en algunas líneas más arriba del mismo ensayo confirmará la tendencia: “Sabemos que la joven Gabriela pasa desde un radicalismo anticlerical algo ingenuo, el de sus quince o diecisiete años (...) a su descubrimiento del mensaje teosófico y en general de las doctrinas esotéricas, sobre todo en los años de Antofagasta y Los Andes, de 1911 a 1917, y aun catolicismo que primero convive con el esoterismo y que se manifiesta después mucho más excluyente, pero sólo por un corto período, el que sigue su primera estancia en México...”  Recordemos que los sonetos de la muerte fueron galardonados en 1914, período en el que la Mistral se encontraba esotéricamente más activa.

Ocupémonos ahora de “Poema de Chile”, libro que fue publicado póstumamente en 1967, 10 años después de la muerte de Gabriela; y que aunque, no se trate de un libro terminal, trabajó durante toda su vida. A decir de Jaime Quezada, “Poema de Chile” es “Un recorrer geográficamente el territorio patrio (...) su naturaleza física y humana, sus valles y sus ríos, su cordillera y sus metales, su desierto y su mar, su flora y su fauna”.

Desde mi perspectiva, “Poema de Chile” es mucho más que eso, se trata de un recorrido místico interior y externo a la vez (el adentro y el afuera), en el que Gabriela Mistral, hace alarde, una vez más, del mismo recurso lingüístico que en “Sonetos de la Muerte”; me estoy refiriendo al meta-lenguaje.

En primer lugar, es importante anotar que para realizar el recorrido descrito en el libro, la Mistral introduce en la obra la presencia de un niño (recurso que Gabriela ya ha utilizado en poemas anteriores) “vamos caminando juntos / así, en hermanos de cuento, / tú echando sombra de niño, / yo apenas sombra de helecho”; con él, dialogará maternalmente, expresando esa relación de distintos modos: “mi chiquito”, “tontito mío”, “indito”, entre otros apelativos, pues, tal como ella dice “las rutas sin compañero parecen largo bostezo”. Anotemos también, que a esa presencia, se le confieren algunos denominativos adicionales además de niño, tales como “compañero” y “hermano”. En uno de los poemas llegará a decir: “¡Qué bueno es en la soledad que aparezca un Angel-ciervo!”

Pero ¿quién es este niño que aparece caracterizado de tan diversos modos? En el discurso esotérico “el niño” es un símbolo de futuro, del centro místico que despierta, de la fuerza formativa. Para nadie es desconocido que en la iconografía cristiana, los niños, con frecuencia, surgen como ángeles. A decir de Cirlot, “el niño es el hijo del alma (...) se sueña con ese niño cuando una gran metamorfosis espiritual va a producirse bajo signo favorable (...) el niño místico que resuelve enigmas y enseña la sabiduría (...) es el símbolo de la piedra filosofal (...) la identificación mística de Dios en nosotros”. Pero no puede hablarse del simbolismo del niño si hacer referencia a la IV Égloga de Virgilio “...Vuelve Virgo, Saturno domina otra vez / Y una nueva generación desciende del Cielo a la Tierra / Bendice el nacimiento del Niño...” ¿Virgilio?; sí, Virgilio el maestro, el acompañante de Dante Alighieri en su descenso por los nueve círculos en la“Divina Comedia”.

¿Pero qué es para el Dante la imagen de Virgilio? Veamos en el “Canto Primero” algunas de sus significaciones: “aquella fuente que derrama tan ancho raudal de elocuencia”, “honor y antorcha”, “ Tu eres mi maestro”, “famoso sabio”, entre otras. ¿Y cual es la relación que se funda entre estos personajes? Luego de establecer el primer diálogo, Virgilio le dice al Dante: “Ahora, por tu bien, pienso y veo claramente que debes seguirme: yo seré tu guía”.

En “Poema de Chile” el niño aparece del siguiente modo: “...saltaron de pronto, / de un entrevero de helechos, / tu cuello y tu cuerpecillo / en la luz, cual pino nuevo”  y luego Gabriela le dice al niño aparecido: “Vamos caminando juntos / así, en hermanos de cuento, tú echando sombra de niño, yo apenas sombra de helecho... / (¡Qué bueno es en soledad / que aparezca un ángel-ciervo!) (...) Naciste en el palmo último / de los Incas, Niño-Ciervo, / donde empezamos nosotros y donde se acaban ellos; / y ahora que tu me guías / o soy yo la que te llevo / ¡qué bien entender tú el alma y yo acordarme del cuerpo!”

Analicemos ahora algunos símbolos inequívocamente esotéricos que se encuentran tanto en Dante como en Gabriela Mistral; me refiero al dueto antorcha-luz, y la condición de guía de esos seres que aparecen: el Niño-(Angel-Ciervo) y Virgilio.

El símbolo de la antorcha de Dante se identifica con el sol, principio luminoso; el revelador de las cosas y constituye el símbolo de la purificación por la iluminación; es la luz espiritual que guía. Recordemos  que en “Poema de Chile” el niño aparece en la luz; símbolo del espíritu, manifestación de las siete virtudes; recibir la iluminación es adquirir la conciencia y, en consecuencia, de fuerza espiritual, pues la luz interior es la esencia divina.

¿Y la condición de guía? Simboliza el guía espiritual, el maestro. Ambos guías, ambos luminosos; los recursos esotérico-lingüísticos los mismos.

“Poema de Chile” se  nos abre con un hermoso  poema denominado “Hallazgo”, que como todo sabemos significa, además, descubrimiento o develamiento.

“Bajé por espacios y aires
y más aires, descendiendo,
sin llamado y con llamada
por la fuerza del deseo,
y a más que yo caminaba
era el descender más recto
y era mi gozo más vivo
y mi adivinar más cierto,
y arribo como la flecha
este mi segundo cuerpo...”

y más adelante continua:

“...pero ya los pies tocaron
bajíos, cuestas, senderos,
gracia tímida de hierbas
y un césped tan tierno
que no quisiera doblarlos
ni rematar este sueño
de ir sin forma caminando
la dulce parcela, el reino
que me tuvo sesenta años
y me habita como un eco”.

Así, en casi la totalidad de los poemas del libro encontraremos símbolos místicos que uno a uno van configurando un imaginario que, para aquellos que comparten ciertos código hermenéuticos con la Mistral, son muy fáciles de reconocer. Veamos sólo alguno de ellos:

En el poema “En la tierra blanca de sed” Gabriela escribe:

“Se paran, o siguen y arden,
callan y laten enteros;
y el soplo que yo les doy
no les vale, de ser fuego...

(...) Está redondo y perfecto,
está en anillo pequeño;
brilla pequeñito y quieto

(...) y el ojo a nosotros vuelto
asombrado de sí mismo,
sin voz, pero con destello
milagro tardío y cierto”.

En “Noche de metales” nos dice:

“Pero todos los metales,
sonámbulos o hechiceros,
van alzándose y viniendo
a raudales de misterio
-hierro, cobre, plata, radium-
dueños de nosotros, dueños.

(...) Y la noche se va entera
en este combate incruento
de metales que se allegan
buscando, haullando, mordiendo
lo profundo de la esencia
y la nuez dura del sueño.”

Y en el poema “Atacama” Gabriela escribe en torno a lo que llama Padre-desierto:

“No vuelvan los ojos atrás
pero guarden el recuerdo
de los que doblados tapan
sal parecida al infierno...

(...) Vamos dejando el cascajo
y las arenas de fuego,
y vamos dando la cara
a olores que trae el viento
como que, apuntando al agua,
vuelve nuestro ángel devuelto.”

Y en “Aromas”

“Cuentan entre los Arcángeles
el que da el aroma lento,
(...) –Mamá, yo nunca lo he visto
(...) –Mamá, tendrá no más que alas
y que se ve sólo en sueños...

Sí, sí, mamá, algo me pasa
Cuando al sueño voy cayendo.

En el poema La CordilleraGabriela escribe:

Vamos unidos los tres
y es que juntos la entendemos
por el empellón de sangre
que va de los dos al Ciervo
y la lanza de amor que
nos devuelve, entendiendo,
cuando los tres somos uno
por amor o por misterio.”

Y en “Niebla” nos refiere:

      “Nos acabamos en donde
      se acaba igual que en los cuentos,
      (,,,) y acaba en santo silencio;
      pero los tres alcanzamos
el apretado secreto,
el blancor no conocido,
el intocado Misterio.”

Para finalizar, “Despedida”, el poema con el que concluye el recorrido y concluye el libro:

“Ya me voy por que me llama
un silbo que es mi Dueño,
llama con un inefable
punzada de rayo recto:...

(...) Ya me llama el que es mi dueño...”

Sí, “Poema de Chile” da cuenta de un recorrido que comienza con “Los sonetos de la muerte”; me refiero a un gran recorrido; al religare, el gran retorno. Ese intento-necesidad de retornar a su origen terreno su Montegrande, más, e inequívocamente su retorno a Dios, al Padre místico. Desde mi punto de vista, la huella de este recorrido no está aún muy claramente delineada en la literatura Chilena. La búsqueda de aquellos que asumieron el mismo reto y que lo plasmaron con mayor o menor claridad en su obra esta aún pendiente. La huella es una, los caminos, dispersos. Por ahora, no podemos dejar de ver esta huella, en “Purgatorio”, “Anteparaíso”, “La vida Nueva”, “Canto al amor de Chile” y en general en toda la obra de Raúl Zurita.

 

 

Textos consultados

- Alighieri, Dante. LA DIVINA COMEDIA Clásicos Universales Edilux. Edilux Editores, Medellín, Colombia, 1989.

- Arteche, Miguel. “GABRIELA MISTRAL: SEIS O SIETE MATERIAS ALUCINADAS”  (Ponencia presentada en el “Congreso Internacional sobre la vida y obra de Gabriela Mistral”, organizado por la Universidad de la Serena, 1989.
En: www.gabrielamistral.uchile.d/estudiosframe.html

- Bianchi, Soledad. “AMAR ES AMARGO EJERCICIO” (Cartas de amor de Gabriela Mistral). S/F. En:
www.gabrielamistral.uchile.d/estudiosframe.html

- Cirlot, Juan Eduardo. “DICCIONARIO DE SÍMBOLOS”. Ediciones Siruela. Madrid, España, 1995.

- Fernández, Ariel. “GABRIELA MISTRAL: EL SENTIMIENTO ORFICO EN SU POESÍA”.  En Visión Crítica de la Poesía Chilena. Ediciones Tamarugal M.R. Santiago, Chile, 1995.

- Mistral, Gabriela. “POEMA DE CHILE”. Literatura Contemporánea Seix Barral. Santiago, Chile, 1985.

_____ “POESÍA Y PROSA”. Clásicos Juveniles Ilustrados 2. Editorial Andina S.A. Pehuen. Santiago, Chile 1984.

_____ “TALA”. Editorial Andrés Bello. Santiago, Chile, 1979.

- Pizarro, Ana. “GABRIELA MISTRAL EN EL DISCURSO CULTURAL”. En:
www.gabrielamistral.uchile.d/estudiosframe.html


 

 

 

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Una Gabriela para Lucila.
A propósito de la vida-obra de Gabriela Mistral.
Por Ariel Pérez R.