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A un amigo no se le dice
adiós
Sofía Salas Ibarra
Conocí a Gonzalo Millán
el año 2005, cuando él dirigió un taller de Autobiografía
para un grupo de académicos de la Universidad Católica. Al igual
que muchos de los asistentes, fue nuestro acercamiento formal a una actividad
de este tipo. Ibamos con temor y también con algo de pudor al desnudarnos
íntimamente. Sin embargo, Gonzalo supo recrear un espacio especial de encuentro,
en el cual sacábamos a relucir nuestras historias más personales.
Aquellas que hablaban de dolor, de abandono, de mentiras y ocultamiento, y también
de enfermedad y muerte.
En una de sus tareas, escribí sobre lo que
significa morir de cáncer, la despedida, la posibilidad de irse preparando
como familia para dejar ir y para irse en paz, para pedir perdón y para
perdonar. Al pie de página de mi escrito, él escribió lo
siguiente: "Sofía, me es difícil agregar algo más
a lo ya dicho (y muy bien dicho). Me mostraste (nos mostraste) con este relato
lo que significa ser un médico. Te diré que además de emocionarme
me ha sido útil lo que has escrito, por razones similares que adivinarás.
G".
En su momento, no logré descifrar la última palabra
y no pude encontrar el sentido exacto de lo que me había escrito. Al saber
de su muerte, lo releí y pude comprender que ya en ese entonces él
se estaba preparando para su despedida final.
A un amigo no se le dice
adiós, sino que hasta pronto. En la medida que permanezca en nuestra memoria,
él no habrá muerto del todo.