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Sin dioses ni amos

Por Marcelo Soto
La Tercera Cultura, sábado 28 de junio de 2008


La narrativa de Germán Marín es una especie de árbol donde cada parte conecta de manera azarosa y sin relaciones de poder con otras, en formas múltiples e infinitas; donde las raíces, las ramas y las hojas están mezcladas como un laberinto. El recuerdo de una fotografía de una ninfa desnuda puede llevarnos a las últimas horas de un bandido y luego saltar en el tiempo para seguir la encerrona a un grupo de extremistas y terminar o empezar de nuevo con una anécdota menor.

Tal imagen -que puede remitir al "rizoma" de Deleuze y Guattari, un modelo donde no existen jerarquías, como establece la académica Mariela Fuentes- surge luego de la lectura de Carne de perro, Conversaciones para solitarios y Lazos de familia, los tres primeros volúmenes del escritor chileno incluidos en la Biblioteca Germán Marín del sello DeBolsillo.

La aparición de estos títulos permite revisar el trabajo de un autor clave de la narrativa local reciente, dotado de una voz inconfundible, pesada y poderosa, que semeja la de un mosquito en medio de la noche: un ruido constante y perturbador que nos saca de la modorra y nos deja en permanente vigilia, al acecho, mientras los otros duermen.

"A pesar de haberse dicho alguna vez que Chile era un país de historiadores, éste odiaba el pasado, no le gustaba tener memoria de sus actos", dice Marín, obsesionado hasta el fetichismo en recuperar los rastros, los desperdicios, los nudos ciegos de la historia. No es un ejercicio agradable ni aleccionador, pero no tiene salida: la otra opción sería cerrar los ojos.

En Carne de perro, el autor nos lleva a las horas finales de los asesinos de Edmundo Pérez Zujovic, el exministro de Freí Montalva "ajusticiado" por la Vanguardia Organizada del Pueblo en junio de 1971. Arropada con una intensidad dramática comparable al Eloy de Carlos Droguett, esta novela corta es uno de los más lúcidos relatos que se hayan escrito sobre el terrorismo en el país y posee una contundencia que deja sin habla, al punto que se le perdonan los excesos panfletarios del último capítulo.

Lazos de familia tiene una apariencia menos desafiante, pero de todos modos en ciertos pasajes pone los pelos de punta. Se trata de una serie de viñetas, textos cortos escritos a partir de fotografías y otros cachivaches; la clase de cosas que se van amontonando en armarios que nunca abrimos, porque al hacerlo pueden salir a la luz momentos o vidas que no quisiéramos recordar.

Conversaciones para solitarios es un conjunto de relatos cuyas partes pueden ser irregulares, no obstante la suma prácticamente no tiene parangón en la literatura local de la última década en su capacidad para adentrarse en las tinieblas del pasado reciente. Quizá sólo Bolaño ha llegado tan lejos.

Los antihéroes de Marín son tipos sin amos ni dioses -anarquistas, delincuentes, terroristas-, tipos que la historia dejó de lado y que no tienen posibilidad de redención ni segundas oportunidades. Como si viésemos nuestro rostro reflejado en aguas pestilentes, el golpe militar de 1973 es la pesadilla que vuelve una y otra vez, como un agujero que succiona la última gota de humanidad.

En la obra de Marín todo está enlazado y todo vale, pero al mismo tiempo nada importa. La certeza de la muerte acecha, igual que la derrota. ¿Qué nos queda ante el vacío? Marín parece aún dispuesto a apostar sus fichas a la literatura, que en su caso significa recordar, revisar el pasado hasta sacarlo de sus casillas, hasta que reviente. La explosión deja una estela que permanece en la memoria del lector como una supernova.

 

 

 

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Sin dioses ni amos.
Por Marcelo Soto.
La Tercera Cultura, sábado 28 de junio de 2008.