"Lagar" reaparece en el año
del cincuentenario de la muerte de la autora
Reeditan el libro más
oscuro de Gabriela Mistral
Leonardo
Sanhueza
Las Últimas Noticias, Viernes
24 de agosto de 2007
A pesar de la festiva y un tanto pintoresca sonajera que ha causado
la traída a Chile de los papeles desconocidos de Gabriela Mistral,
suceso que ha motivado toda clase de pataletas y ramplonerías
por parte de ministras y directoras de bibliotecas, no hay razones
para suponer que la poeta de Vicuña ha dejado de ser lo que
siempre ha sido: un misterio, un fantasma que, como ella misma diría,
permanece tapado por la "cursilería elogiosa y el denuesto
criollo".
Oportunamente, a cincuenta años de la muerte de la escritora,
Ediciones Universidad Diego Portales acaba de lanzar una esmerada
reedición de "Lagar", el último libro y acaso
la cumbre de la obra mistraliana, en el que la autora, aunque se muestra
a menudo disfrazada
de simple espectadora del paisaje latinoamericano, quema sus últimos
cartuchos librando una batalla introspectiva, autobiográfica,
angulosa y tan compleja que los poemas se vuelven vetas inagotables.
Publicado por primera vez en 1954, fecha de su última visita
a Chile, tres años después de que se le otorgara el
Premio Nacional de Literatura y tres años antes de que muriera,
enferma, en Nueva York, Lagar es todo lo contrario de la imagen
pedagógica y raramente materna que se suele ofrecer de Gabriela
Mistral: sus poemas son duros, enredados, espinudos, y dan cuenta,
como ya sucedía en pasajes de su libro Tala, de una
poeta identificada más bien con las figuras de "la vieja"
y "la loca", en cuyos vericuetos no teme indagar.
Esta nueva edición, cuya bien escogida foto de portada ilustra
este artículo, y cuyo comienzo para fortuna del lector está
libre de estudios tendenciosos o ilegibles, incluye un prólogo
pertinente de Roberto Merino, quien señala que "la experiencia
del mundo que trasuntan los poemas del libro es compleja -alerta,
erizada, contradictoria- y el lenguaje en que se manifiesta, si bien
se estructura en la austeridad, en muchos momentos se hace incomprensible".
El hecho de que el lenguaje a menudo sea difícil, sibilino,
va a la par con el mundo extraño que se va configurando. Según
Merino, el lector "sigue cayendo de un verso en otro atraído
por la inercia de las palabras encadenadas en sus medidas y en sus
ritmos, pero es probable que deba renunciar a entender para
que el poema se le transfiera en su realidad emocional".
Aunque existe una unidad dada por el tono de los poemas y por su
tensión subjetiva, Lagar no es un conjunto vertebrado
de principio a fin, sino más bien una colección de poemas
independientes agrupados temáticamente en 13 secciones, un
prólogo y un epílogo. En esa estructura, la parte titulada
"Locas mujeres" es lejos una de las más conocidas
y puede decirse que es una suerte de "corazón" del
libro, integrada por quince textos que retratan distintos tipos femeninos
que, por cierto, pueden ser asimilados a la quebrada pluralidad del
yo de Gabriela Mistral.
De esa pluralidad es testimonio el poema que abre el libro, a manera
de prólogo, bajo el título "La otra", "Una
en mi maté/ yo no la amaba./ Era la flor llameando/ del cactus
de la montaña; / era aridez y fuego; / nunca se refrescaba.":
con tal comienzo, el poema se desgrana en muchas direcciones, pero
en todas se trasluce un autorretrato flagelante y turbio, lleno de
astillas y destrozos de un oscuro conflicto interior: "La dejé
que muriese,/ robándole mi entraña./ Se acabó
como el águila/ que no es alimentada".
Adios
a YinYin
Un capítulo especialmente emotivo de "Lagar"
es el que Gabriela Mistral dedicó a la muerte de Juan Miguel
Godoy, conocido como Yin Yin, de quien aún no se sabe a ciencia
cierta si fue hijo o sobrino de la poeta, como tampoco están
libres de dudas las circunstancias de su muerte por ingesta de arsénico
en 1943, a los 18 años.
Bajo el título general de "Luto", después
de los poemas sugerentemente infantiles de la sección "Jugarretas",
seis poemas aluden al recuerdo de YinYin, de los que el primero ("Aniversario")
es el más directo: "Todavía, Miguel, me valen,/
como al que fue saqueado,/ el voleo de tus voces, / las saetas de
tus pasos/ y unos cabellos quedados,/ por lo que reste de tiempo/
y albee de eternidades".