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PRESENTACIÓN DE AUTORRETRATO DE MEMORIA
ANDRÉS ANWANDTER
Universidad Diego Portales, Chile
aanwandter@yahoo.com
Revista Taller de Letras, Nº 40, 2007
Llegar a escribir
algún día
con la simple
sencillez del gato
que limpia su pelaje
con un poco de saliva.
Gonzalo Millán, Virus
Ya desde su primer libro, Relación personal (1968),
Gonzalo Millán se propone una empresa, a mi juicio, no menor
dentro de la poesía chilena. Junto a otros rasgos fundamentales que
su poesía posterior
se encargará de continuar desarrollando, y entre los cuales quiero
destacar: (i) una dicción poética caracterizada por la concisión y,
por lo tanto, la intensidad, cuyo modelo viene del epigrama clásico;
(ii) un oído atento a la aliteración como recurso poético; (iii) una
imaginería doméstica, con ciertos toques del ‘pop’, confiada en la
elaboración de delicados montajes de imágenes, antes que en las posibilidades
de la metáfora, junto a estos rasgos, digo, aparece en este libro
el proyecto de elaborar un relato de la experiencia personal, una
poesía autobiográfica que esquive, sobre todo, la tentación de configurar
un ego romántico.
Ante el yo poético hipertrofiado de tanta poesía moderna,
Gonzalo Millán no opone un sujeto fragmentario y disperso, como podría
hacerlo según una opción postmoderna, sino más bien uno concentrado
y autorreflexivo, que intenta articular su experiencia a través del
lenguaje, desde una conciencia perfecta del peligro que ello supone:
Y a veces pienso que después de tanto
y tanto aire, soplo y saliva malgastados
en el intento de apagar el sol,
como me dijeron,
estará sólo la manta de la obscuridad,
ahogándome,
y nada más en torno a mi cabeza,
si lo apago.
Este peligro es, por supuesto, el encierro en la ceguera
de la mónada personal, en la falsa simplicidad del uno mismo. Se trata
de un proceso cuyo emblema es la figura alquímica del ouróboros, y
cuyas estaciones describe suficientemente una serie de textos que
me parece fundamental, como es “Dragón que se muerde la cola”:
Me diviso entrando
a una pieza
cuya puerta
cierro con llave.
Corro en punta
de pies a espiar
mis secretos manejos
y veo por la cerradura
que me mira mi ojo.
O en una versión más monstruosa, titulada originalmente
“Parásito para sí”:
Diminuta y viscosa, roja sanguijuela:
me adhiero a mi espalda blanca y me chupo,
en sangrienta ampolla me englobo, jorobado
a mí mismo me peso desangrado,
me adhiero a mi henchida bolsa y me chupo:
Diminuto y pálido, voraz gusano.
El ouróboros –la serpiente que se devora a sí misma–
es, en tanto emblema, una metáfora en libre flotación, como diría
Gombrich. Esta figura paradójica nada sobre la poesía de Millán en
diversos momentos, simbolizando ya el encierro narcisista en una duplicidad
especular, ya la salida de dicho estado. Esto último, porque el sujeto
que se autofagocita no solo se funde con su propia imagen, sino también
puede quedar vacante para recibir al otro, lo que en esta poesía ocurre
usualmente bajo la forma del amor:
Quiero decir amor
hasta perder la voz,
la entraña, el seso,
tal como todo
lo que en aire, mar
y tierra alienta
y clama por pareja.
Me prometo:
no más saña de alacrán
en círculo de fuego.
Esta salida del círculo vicioso de la persona funda,
a mi juicio, dos líneas de desarrollo que va a seguir la poesía de
Millán. Por un lado, una poesía erótica que aborda los avatares de
la recomposición de la mónada a través de la unión con el otro. El
amor, cuyo fracaso tematiza en buena medida Relación personal,
supone posteriormente, en Vida (1984), el peligro de que la
pareja se encierre y devore a sí misma, ajena al mundo exterior, como
en el célebre poema “Apocalipsis doméstico”, pero también promete
la posibilidad de reunir las “dos mitades del árbol, partido por el
rayo” y así multiplicar la vida.
Por otro lado, según el mismo movimiento de salida
descrito antes, pero siguiendo otra línea de desarrollo, la poesía
de Millán buscará en la exterioridad de los objetos los límites del
yo. Este es, a mi juicio, el sentido de su “objetivismo”. Por medio
de esta apertura, el sujeto explora su autobiografía a partir del
reflejo indirecto o deformado que de ella arrojan los objetos, lugares
y situaciones, que encuentra a su paso:
Ya no te bastan mis ojos
para corroborar tu belleza.
Buscas en las calles
ajenos espejos, otros ojos,
la cabeza de un clavo
es una luna diminuta.
Contemplas una lata
de sardinas con agua de lluvia.
Este objetivismo abre el espacio además para la elaboración
de una poesía ya no personal, sino derechamente civil, como la que
se dará en La ciudad (publicado por primera vez en 1979), y
de la cual no me ocuparé aquí.
Sí me interesa mostrar la continuidad de esta poética
de carácter “proyectivo”, orientada al exterior, a los objetos, en
los dos libros más recientes de Gonzalo Millán: Claroscuro,
publicado el año 2001, y Autorretrato de memoria, que presentamos
en este momento.
Como el mismo autor ha señalado más de una vez, ambas
entregas forman parte de una trilogía abocada a explorar las relaciones
entre poesía y plástica. Hay que decir que estas relaciones ya están
de algún modo presentes en la poesía anterior de Millán. Sin olvidar
las obras de poesía visual, producidas en forma paralela durante este
período (agrupadas justamente bajo el nombre de “poesía plástica”),
tanto en Vida como en Virus (1987) el mundo de objetos
abordado incluye también entre ellos obras pictóricas –de Durero o
de Utamaro, por ejemplo– y, más importante aun, la composición de
algunos poemas parece estar modelada por los procedimientos de la
pintura.
La intención aquí no es por cierto la mera descripción
de imágenes artísticas, sino nuevamente la búsqueda en ellas de un
reflejo de la mirada que el poeta proyecta sobre los objetos; de este
modo el iris de la liebre de Durero nos devuelve una mujer de ojos
llorosos, o el cuadro “Hércules y los enanos” de Cranach las luchas
entre bacterias y fagos.
Claroscuro sistematiza este modo de hacer poesía
concentrándose en una serie de cuadros barrocos de Zurbarán y Caravaggio,
tal y como son reproducidos en diapositivas y postales. Insisto en
que aquí no estamos ante un mero ejercicio de “écfrasis”, ni se nos
presentan analogías simples entre poesía y pintura. Los poemas buscan
más bien regular un enfoque personal del poeta sobre las imágenes,
atento a lo que ve en ellas, pero también desde y a través de ellas,
a cómo se mira mirar:
Aunque dudo que me mire a mí, me mira
esta sospechosa figura coronada de pámpanos
de uva blanca y negra, negra como sus ojos
y hojas de vides verdes, rojizas y doradas.
Aunque sus ojos impuros y hastiados no me ven
no dejan de mirarme, indescifrables me siguen.
Así como el león de San Jerónimo nos conduce a considerar
el león actual que bosteza en Nairobi ante la caída de un avión, en
Claroscuro los cuadros son en cierta forma pretextos para aludir oblicuamente
a otra cosa, es decir, para insistir desde otra perspectiva en los
temas que se han tocado antes: las duplicidades especulares del narcisismo
y el amor, los trabajos del poeta y del artista.
En Autorretrato de memoria las superficies de
reflexión no son aquí primariamente cuadros, sino los diversos procedimientos
artísticos para trabajar sobre el cuerpo, la memoria y la propia biografía,
que se agrupan desde los años 70 bajo el nombre de “auto-art”. La
materia prima con la que se componen los autorretratos pasa entonces,
de los objetos que rodean al yo devolviéndole su imagen, a los recuerdos.
Propios y colectivos, reales e imaginarios, es nuevamente la mirada
sobre estos recuerdos, la manera en que nos dejan ver en ellos y desde
ellos la experiencia personal, lo que hace de esta serie de textos
un libro conmovedor. Se trata de recuerdos en buena medida dolorosos,
lo que le da también un carácter “terapéutico” al libro. Ello, porque
hay un cuidado para abordar esta materia, a distancia a la vez del
pudor y de la ostentación.
Por todo lo anterior, Autorretrato de memoria
es la culminación de un ciclo que se inicia con el primer libro de
Gonzalo Millán. En él confluyen todas las líneas poéticas señaladas
anteriormente, pero también, como es usual en la obra de Millán, se
abren en nuevas direcciones. Quedamos expectantes ante el rumbo que
tomará de aquí en adelante su poesía, mientras disfrutamos de este
excelente libro.