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Diálogo
interrumpido con Millán
Por
Waldo Rojas
La
Tercera Cultura, sábado 21 de octubre 2006
No
temo incurrir en el lugar común de afirmar que pocos poetas, chilenos o
no, habrán reunido en su persona, vida y obra, los rasgos de una mutua
y estrecha pertinencia como es el caso de Gonzalo Millán. Entre aquella
obra al mismo tiempo temprana y ya definitoria de un sello personal que fue Relación
Personal, y casi 40 años más tarde el reciente poemario Autorretrato
de Memoria, se cumple un itinerario que no involucra solamente las piezas diversas
de una experiencia de escritura, sino también los momentos, también
diversos, de los tramos de una existencia. Una y otra se conjugaron y se podría
decir que se conjuraron en una forma de simetría dialogante, y es tal vez
a lo que aluden figuradamente los enunciados respectivos de ambos títulos:
la "relación" es relato, por supuesto, y también vínculo
en ese caso a la primera persona de sujeto de la escritura; dicho de otro modo,
la premisa premonitoria del futuro retrato de puño y letra de sí
mismo.
Como ya se ha recordado, Millán fue el poeta más joven
de nuestra generación. Con Oscar Hahn y Floridor Pérez, entre los
mayores, Manuel Silva Acevedo, Jaime Quezada, Omar Lara, entre otros, hicimos
juntos el trayecto de los años 6o, aquel decenio del que huelga evocar
una contingencia al mismo tiempo inquietante y estimulante para los jóvenes
de entonces. La personalidad y la escritura de Gonzalo convergieron sin falla
con lo que iba siendo entonces y será más tarde el perfil de aquel
grupo de poetas, en sus coincidencias sin programa común, en la diversidad
de inspiración y el tono de sus poemas, pero sobre todo en aquella forma
de sociabilidad literaria hecha de una actitud positiva y reflexiva ante la tradición
poética chilena y también de fraternidad privada de veneraciones
excluyentes y de proselitismos tribales.
La poesía de Gonzalo Millán
es una constante interrogación sobre su relación con el otro y con
el mundo de las cosas y los seres; su palabra, al mismo tiempo elaborada y directa,
concentrada al extremo, económica de recursos, tiene la elocuencia de una
mirada indagadora y sensitiva, el chispazo puntual de su humor y el ceño
de la adustez crítica. Con esa mirada Millán vio escurrirse los
años de nuestra primera juventud en Chile, luego aquellos de sus exilios
y más tarde los del reencuentro con el país. Muchos de esos mismos
años fueron para nuestra estrecha amistad tiempo de lejanías. Pero
en cada reencuentro, en París o en Roma, en Holanda o poco importa dónde,
restablecimos como si nada aquellos viejos lazos de cercanía espiritual
y afectiva. Aunque estaba informado ya de su grave estado de salud, creí
que el tiempo me daría la oportunidad de volver a reanudar nuestro diálogo
en este súbito viaje a Chile. No pudo ser así. Me volveré
a París con sus dos últimos libros, sin el regalo afectuoso y franco
de sus dedicatorias en una primera página irremediablemente blanca.
*Poeta,
autor de Deber de Urbanidad y profesor de Historia en la U. de París I.