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Agua de la llave

Por Gonzalo Maier
Publicado en Las Últimas Noticias, 4 de octubre 2023


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De pronto, el cuestionado arte de hablar del clima comenzó a tomar un cariz político e incluso personal. Antes era puro relleno, un puñado de palabras vacías para ganar tiempo en el ascensor —"qué calor hace", "¿cuándo irá a llover?"—, pero el mundo está empecinado en dejar de ser el mismo. Por ejemplo, hace unos días el dermatólogo tiró sus guantes de goma a la basura, se arregló los bigotes ya al otro lado de su escritorio, y me dijo que no me preocupara, que lo mío era por culpa del calor, pero que no era nada comparado con lo suyo.

Hace casi una década compró un terrero en el sur para construir una casa en la que jubilar. Era un sueño campestre que tuvo desde joven, dijo cruzando las piernas y echándose contra el respaldo de la silla. Trabajó durante muchos años para alcanzarlo, pero justo cuando se acercaba a la meta las cosas se torcieron. Se enamoró de las vacas. O mejor: de una que no existía. Un día se le ocurrió que si cruzaba un wagyú, esa vaca japonesa que está de moda en los restaurantes, con una vaca cordillerana, que desde tiempos inmemoriales aguanta cualquier cataclismo, tendría una super-vaca: por un lado, sabrosísima y, por otro, resistente.

Así, su plan de jubilación y ocio se convirtió en todo lo contrario: un negocio carísimo que supuso comprar vacas, transportarlas, adaptar el campo que había comprado, contratar a un especialista en genética bovina, y qué sé yo cuántas otras cosas, que consumieron sus ahorros mientras él se sumergía alegre en la fiebre de la carne.

Para ese momento, su nueva vida como jubilado parecía un homenaje a la cultura Latinoamericana del asado, y su vaca, la próxima ganadora en la carrera de la perfección. Hablando de vacas insuperables, creo que en un pueblo del noreste de Francia la famosa vaca normanda tiene hasta una estatua. La inventaron a comienzos del siglo XIX después de cruzar varias vacas locales, logrando une heroína, más que un animal: su leche enamoró a medio mundo, les dio de trabajo a pueblos enteros y permitió que el camembert de la zona llegara a la cumbre del mundo del queso, asunto que sonará muy pedestre pero que es una de las pocas cumbres que vale la pena alcanzar.

La estatua de la vaca, quiero decir, es un homenaje al triunfo del animal, pero también del hombre que la inventa. Negocio redondo. Puede que mi dermatólogo, incluso, soñara una estatua parecida con que celebrara su idea temeraria, pero si lo hizo fue al comienzo porque luego todo se derrumbó. Primero, el río comenzó a llegar con menos agua, luego los pozos del campo se fueron secando, tuvo que cavar otros nuevos sin mucha suerte, y al final, dijo poniéndose de pie para estrechar mi mano, como dando por terminada la consulta, la crisis climática lo obligó a darles agua de la llave a los animales antes de cerrar su negocio e, imagino, sus posibilidades de jubilar pronto.


 

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Agua de la llave
Por Gonzalo Maier
Publicado en Las Últimas Noticias, 4 de octubre 2023