Nadie sabe muy bien cómo ni por qué Horacio Piña llegó a ser un artista contemporáneo chileno. De joven nunca dio luces de tener un talento o sensibilidad especial, ni grandes motivaciones, ni una vocación irreprimible, ni una mente genial, ni ideas vagamente plausibles. Es más, siempre careció de cualquiera de las fuerzas vitales que pueden determinar el surgimiento de un artista verdadero. Su mediocridad y su confusa capacidad creativa, sin embargo, no han sido un obstáculo que le haya impedido moverse como pez en el agua en la cadena que une galerías, bienales, museos, ministerios, fundaciones y mecenas. Se las ha arreglado de lo más bien para postular a cuanta beca se topa en el camino y conseguir plata en esa burocracia para llevar una vida de artista y hacer de eso una rutina: viajar mucho, exponer sus ocurrencias en los lugares más insólitos, codearse con el personal del mundillo artístico y, sobre todo, comer ravioles como contratado.
No faltará el suspicaz que piense que el tal Piña es una caricatura malintencionada de algún conspicuo partícipe de la escena artística nacional, o de varios, o incluso de todos (salvo las excepciones de rigor), pero hay que advertir que cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia. No hay nada que temer al respecto. Es sólo un personaje ficticio, protagonista de la nueva e hilarante novela breve de Gonzalo Maier, titulada simplemente Piña y recién publicada por Literatura Random House.
El relato, que se equilibra sin grandes trepidaciones entre una festiva tomadura de pelo y una severa reflexión sobre los tejemanejes del arte contemporáneo, se desencadena cuando la reputada y temida crítica chilena de arte Ingrid Mora muere y se transforma en un fantasma empecinado en atormentar a Piña con su presencia póstuma, trizándole de una vez y quizás para siempre su monótona pero apacible vida. No es un fantasma metafórico, sino un espectro de esos que atraviesan paredes y se les aparecen a los vivos para penarlos. Es un fantasma que al parecer viene
a decirle en la cara lo que pensaba en vida: que era un pobre figurante sin gracia alguna, un triste impostor impotente, un deslavado embaucador de gente sin gusto.
Piña ha interrumpido su tranquila rutina para montar una instalación en Chile y, de paso, continuar con sus hábitos de holgazán bien situado: en este caso, pasar unos días de placer en una casa que le prestaron cerca del balneario de Matanzas, entre surfistas y juventudes igualmente despreocupadas. Es ahí donde se entera de la muerte de Mora, que al parecer es la única crítica que hasta entonces le ha cantado las claras y lo ha puesto en su lugar. De ahí en adelante la vida en Chile se le vuelve insoportable, pues la finada se le aparece en todas partes, empujándolo a una decisión radical: huir, irse del país, tomar el primer avión a Alemania, tratar de reconstruir su ahora ansiada monotonía de artista latinoamericano en Berlín. Pero todo indica que Piña está condenado, incluso después de abordar su vuelo de fugitivo, porque huir de un fantasma es imposible.
Chacareros delatores
El relato de Maier va dibujando, entre risa y risa, los dolores más íntimos del pobre Piña, que son básicamente los de ser un sujeto sin ton ni son y haber forjado una vida de hojarasca que de pronto empieza a desmoronarse. El fantasma de la crítica Ingrid Mora se le aparece incluso mientras él come un chacarero en una fuente de soda, y la escena lo retrata: empieza a sentir repugnancia por la carne y hasta por los porotos verdes que está engullendo. Incluso los detalles dichos al pasar lo señalan de cuerpo entero: Piña es la clase de sujetos que no entiende (o no sabe o le da lo mismo saber) que agregarles mayonesa a los chacareros es una conducta de lo más cerril, grotesca y falta de respeto con una de las más grandes invenciones del arte culinario chileno.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Gonzalo Maier publica su nueva novela: "Piña"
Literatura Random House, 2022, 124 páginas
Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias, 17 de enero de 2022
ha arreglado de lo más bien para postular a cuanta beca se topa en el camino y conseguir plata en esa burocracia para llevar una vida de artista y hacer de eso una rutina: viajar mucho, exponer sus ocurrencias en los lugares más insólitos, codearse con el personal del mundillo artístico y, sobre todo, comer ravioles como contratado. 