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El desconocido de la foto
Por Gonzalo Maier
Publicado en Las Últimas Noticias, 7 de octubre de 2020
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A nosotros, los chavistas, nos pasa cada uno o dos años. No hay una fecha fija, por supuesto, pero siempre es igual. Estamos desconcentrados, entregados a la vida cotidiana, paveando por culpa del trabajo o de las obligaciones, que se encaraman una encima de la otra, hasta que de pronto caemos en cuenta de que Luis Chaves, el poeta costarricense, acaba de publicar algo nuevo. Pueden ser poemas o alguno de esos libros raros que saca de vez cn cuando. Da igual. La sorpresa suele ser la misma y, al menos yo, Tercer Secretario de la Internacional Chavista, recuerdo algunos de sus poemas y las cosas se vuelven un poco más ligeras, casi adolescentes, diria, porque hay un Chaves nuevo en el horizonte.
Y en eso estaba hace unos días: deprimido frente a los cuadraditos de Zoom, hundido en las dos dimensiones del teletrabajo, fantaseando con sumarme a alguna guerrilla que me prometa algo de vida al aire libre, cuando vi que Los Libros de la Mujer Rota publicó un
Chaves doble. Venían Asfalto, A Road Poem, un libro de hace unos años, que nunca circuló por acá, y La marea de Noirmoutier, un relato nuevo, al menos en español.
La mesa estaba, como se ve, servida para mejorar este octubre, que recién comienza y que promete ser largo, pero las cosas no salieron como pensaba. Ya en la primera página —"la cabina poblada por una calma parecida a la de sentarse a fumar en una mecedora, solo que sin mecedora y sin fumar"— entendí que lo que venia por delante eran dos relatos de viajes que, a estas alturas, me parecen un género maldito que media entre la ciencia ficción y la depresión. Eran carreteras y aeropuertos para un tipo que ya ni siquiera mira por la ventana, sino la pantalla de un computador.
Y así fue como el exceso de afuera me noqueó antes de empezar la segunda página. Dejé el libro sobre una mesa y se me ocurrió que mi gusto por Chaves tal vez tenga que ver con eso: no diré que con los viajes, pero si con
una sensación de extranjería que no se limita a los espacios sino a los amigos, los amores, las historias del pasado.
"Extrañamiento" le decían los formalistas rusos a esa sensación rara de no reconocer lo familiar, de saber que se está frente a algo conocido, pero sin saber por qué. La última vez que viajé, a todo esto, me dediqué a jugar al más provinciano de los juegos: a encontrar la Alameda de Buenos Aires y la Vicuña Mackenna de Montevideo. Alguna vez encontré la calle Huelen en Varsovia y otra, hace muchos años, la viñamarina Arlegui en Sao Paulo.
Hay algo así de feliz e irónico en los textos de Chaves. Me pregunté si podria encontrar un buen ejemplo para citarlo acá, pero la duda estaba de más porque bastaba abrir el libro en cualquier parte: "En la vieja billetera moldeada por la nalga, la fotografía de épocas mejores. Los dos en un parque de otro pais. La foto en la que para siempre ella mirará, no a él, que la abraza, sino al desconocido que la tomó".