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El gato y la mosca

Por Gonzalo Maier
Publicado en Las Últimas Noticias. 29 de Agosto de 2018


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Hace poco se cambió de casa y ahora tiene una pequeña jardinera, que para él es un jardin o tal vez una pampa. Antes, en sus primeros ocho meses, desconocía cualquier cosa que no fuera la madera falsa y triste de los pisos flotantes. Por estos dias, en cambio, pasea muy serio entremedio de las plantas, avanzando con cuidado, a ratos pegando la guata contra la tierra, quedándose quieto, bajando la cola apenas ve una mosca. Tiene los ojos amarillos y las pupilas tan contraídas que parecen una delgada línea negra. Se le ponen así cuando hay mucha luz, y hoy es uno de esos días, afuera está brillante e iluminado. Él también. Entre las caléndulas y las rudas avanza, imagino, frunciendo el ceño. Para los gatos, y mucho más para él, no hay ironía. Todo es serio. Está cazando sin metáforas ni diminutivos, tal como un león se lanza sobre el lomo de un cebra en medio de la sabana africana. Él hace lo mismo pero a menor escala, aunque eso de la escala es un problema del observador, no suyo. Él está en la naturaleza -y naturaleza, ya se sabe, hay una sola. En su caso, una jardinera de tres metros por cincuenta centímetros.

Sus presas suelen ser moscas, mosquitos, abejas, polillas. Es un placer nuevo: las sigue con la vista, aprovecha que los bichos se acercan a las flores, supongo que atraídos por el olor, y él los espera con la paciencia de un soldado en la trinchera. Quince, veinte, cuarenta minutos. El tiempo también es parte del campo de batalla, pareciera decir. Antes era un gato blanco, ahora es gris. Le gusta echarse sobre la tierra como un atleta reconoce la pista olímpica: con propiedad y experiencia. Por las mañanas, entre las seis y las siete, exige que le abran alguna ventana y da por iniciada su jornada laboral. No se come los bichos, por supuesto: lo suyo es la crueldad felina que raya en la cobardía. Les pega manotazos, salta, se dobla sobre si mismo, algo exagerado e incluso un poco dramático, así como el Rambo Ramírez. Luego retrocede y ve qué pasa. La mosca a medio morir da un aleteo microscópico, y él toma distancia, mide otra vez los peligros, vuelve a afinar la puntería moviendo la cola y ataca. La presa es suya. El gato lo sabe y lo comunica con uno o dos movimientos elegantes: es bello, valiente, más fuerte que cualquier insecto. Puede caer sobre un macetero, romper una mesa o botar un estante de libros, pero ésos son daños colaterales. En su lucha no hay misericordia y las consecuencias no existen porque es un gato cerrando el mes de los gatos. Un gato cumpliendo con su ministerio ancestral: el control de plagas. Ratones, baratas, lo que venga. Bajo ese estatuto su especie fue sometida a los humanos y él hará cualquier cosa para estar a la altura. Partiendo por echarse de espaldas sobre un sillón verde, mientras un par de moscas jóvenes revolotean en el techo y él, juraría, se hace el dormido.

Da igual, ha sido un dia largo.



 

 

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El gato y la mosca
Por Gonzalo Maier
Publicado en Las Últimas Noticias. 29 de Agosto de 2018