Leo una biografía de Casanova. Es gorda y está recién salida del horno. La compré con una premura algo exagerada, debo confesar, cuando supe que Leo Damrosch, el biógrafo, tuvo acceso a cartas, borradores, borrones, tachaduras incluso manchas de café que nadie había visto en no sé cuántos siglos. Comienza, eso si, con el parche antes de la herida: que en nuestro tiempo Giacomo Casanova estaría preso, aunque no queda claro si por todas o solo por algunas de sus confesiones: pedofilia, estupro, robo, estafa, violación, traición a la patria, fuga de una cárcel, suplantación de identidad y de seguro alguna otra que se me escapa. Es un prontuario respetable para uno de los primeros emprendedores de la historia: un tipo que comenzó con nada y quiso terminar con todo.
Uno de sus proyectos más interesantes, en cualquier caso, no estuvo reñido con la ley: la invención de la primera lotería estatal en Francia. Damrosch cuenta que el rey estaba corto de plata e ideas, y una noche, después de blufear un rato, Casanova le ofreció revivir las viejas loterías venecianas, pero en su improvisado plan el Estado francés vendería los números y daría los premios. Alguna que otra vez perderían, decía, pero a la larga se gana porque —ya se sabe— la casa siempre gana.
Perdonando la digresión, hay una historia muy buena sobre algunas excepciones a la regla: un matemático rumano de apellido Mande], por ejemplo, ganó catorce veces. Con la primera lotería compró un pasaje para escapar de la Rumania comunista y con las siguientes no sé qué hizo, pero las fue cosechando en varios países. A comienzos de los años noventa vivía en Australia cuando se enteró de que la lotería de Virginia, Estados Unidos, escogía seis de entre cuarenta y cuatro números. Es decir, una posibilidad más o menos en siete millones. Y como el pozo estaba acumulado y llegaba a casi veintisiete millones, la idea era sencilla: compraría todas las combinaciones posibles, a un dólar cada una.
Tal como el vino y el pan, lo simple no siempre es fácil, pero Mandel literalmente montó una empresa para acaparar ciento cincuenta puntos de venta, en los que compró casi todas las combinaciones posibles.Y ganó, por supuesto.
Casanova también. O sea, a la larga no ganó nada y murió solo y olvidado en un castillo checo, pero antes se hizo millonario —o algo parecido— gracias al éxito de la incipiente lotería francesa. Si uno mira el asunto con distancia, podría confirmar que en ese caso, como en tantos otros, se cumplió la ley y ganó la casa, solo que Casanova encontró la forma de irse a vivir en ella. Mandel, en cambio, optó por algo más bruto, pero del todo sincero: comprar la casa. Ahora, dando por cerrada esta breve interrupción, sigo con el libro de Damrosch; con permiso.
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Por Gonzalo Maier
Publicado en Las Últimas Noticias 6 de septiembre 2023