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La buena Letra

Por Gonzalo Maier
Publicado en Las Últimas Noticias. Miércoles 4 de Diciembre de 2019



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Hace unos dias, en medio de una clase, unos alumnos mc contaron que desde comienzos de año los silabarios ya no están diseñados para que los niños que entran al colegio aprendan la vieja letra manuscrita —redondeada a punta de cuadernos de caligrafia, con cada signo enlazado al siguiente, en una continuidad que se remonta quien sabe hasta dónde—, sino pulcras e higiénicas letras de imprenta. Si me preguntan, así es como caen los imperios: en la ignominia y sin alharacas, a punta de detalles en apariencia minúsculos como cambiar un tipo de letra por otro.

Ni siquiera hay que ser creativo para imaginar esa reunión de tecnócratas en un edificio del centro de Santiago, con asesores de camisa y corbata argumentando que la lectura digital, que las pantallas, que la eficacia de las letras de imprenta y quién sabe qué otra zarandaja. No es que sea un romántico o un melancólico de los apuntes manuscritos, pero desde lejos se huele que ganó el mismo argumento que usaron para borrar o reducir las horas de educación cívica, de historia, de filosofía, y para jibarizar la vida hasta convertirla en una planilla Excel que incluso quita las ganas de almorzar con vino tinto durante la semana. La elección de la letra de imprenta, quiero decir, vale como el corolario de ese país eficiente y aburrido, dirigido por gráficos y porcentajes, que nos trajo hasta donde estamos.

Mario Levrero, el escritor uruguayo, tiene un libro en el que precisamente pretende cambiar su personalidad mejorando la caligrafia. Es la inversión de ese principio grafológico tan dudoso que asegura que cada letra da cuenta de aspectos distintos de su autor, qué sé yo: delirios de grandeza si la raya horizontal de la r está muy arriba, falta de confianza si la f se desinfla por abajo, cosas de ese tipo. Un ejercicio —medio irónico, medio pelotudo, vaya a saber uno— con el que Levrero pretende convenirse en una mejor persosa gracias a los poderes terapéuticos de la caligrafia. Esos poderes, hasta donde recuerdo, también estaban presentes en algunos castigos del colegio, como cuando alguien debia escribir hasta el calambre una misma oración, repitiéndola una y otra vez, con la mejor letra posible, tal como un mantra o un rezo destinado a corregir algo.

Desde hace unas semanas, a todo esto, no es raro encontrarse en la calle con grafitis trazados con letra manuscrita. Son raros porque por lo general se escriben con letras de imprenta e irregulares, con un pulso inestable, pero ahora aparecen también algunos con una caligrafia elegante y estilizada a la que evidentemente se le ha dedicado tiempo y ganas. Mi favorito es una frase de Gabriel Mistral que hoy está en varias paredes y que, de cierto modo, resume muy bien el asunto del cambio de letra e incluso el estado del país (y, si me apuran, del mundo): "Menos cóndor y más huemul", dice.



 

 

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La buena letra
Por Gonzalo Maier
Publicado en Las Últimas Noticias. Miércoles 4 de Diciembre de 2019