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Las reglas del arte

Por Gonzalo Maier
Publicado en Las Últimas Noticias, 26 de agosto de 2020


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Debió ser a finales de los años 80, en un Volkswagen blanco que avanzaba a tropezones por Las Salinas, en Viña del Mar, o al menos así lo recuerdo. En la radio pasaban una canción que me gustaba y yo con cierta felicidad cantaba algo que, imagino, sonaba como "guanchu guant / guanchu guant / guanchu güei".

Al poco rato y desde el asiento delantero, mi madre giró medio cuerpo y con ironía me preguntó si ya hablaba o cantaba en inglés. En ese preciso momento, con la playa a un costado, caí en cuenta de que las canciones podían estar en otros idiomas y que el guan-chu guant no era la jerigonza propia y absurda de muchas canciones, como yo daba por hecho, sino otra lengua, una con todas sus letras.

Hasta ese momento —y ya estaba grande como para haberme enterado de la verdad— pensaba que existían canciones en castellano —como las de Julio Iglesias, que escuchaba en ese mismo auto y que aún sé de memoria— y otras que eran libres e igual de hermosas, pero que no se regían por reglas del español sino por la música y la improvisación vocal.

Vista desde hoy la idea suena tan vanguardista como pelotuda. Con algo de buena voluntad, si miro a ese niño puedo entrever un destino dedicado a la poesía concreta o a una de esas bandas de free jazz que arrasan con cualquier amago de melodía (el resultado fue distinto, por cierto, pero no tanto).

En todo caso, la idea de un lenguaje vacío o de una lengua privada para cada canción, descubro ahora, se parece bastante a las obras de artistas argentinos como Mirtha Dermisache o a algunas otras de León Ferrari, que en los años 60 llenaban hojas con una escritura que no respondía a ninguna lengua.

Escritura asémica, le dicen a esa práctica que a veces tiene gramática, pero no semántica, aunque en realidad lo importante es el trazo manuscrito, lleno de misterio. El acento en la forma —la pura forma— suele ser invisible cuando uno entiende el mensaje, pero aparece en toda su gloria cuando se mira con cara de pavo el cartel de una carnicería escrito, por decir algo, en esos generosos caracteres chinos, que gozan en volteretas y significados que siempre quedan muy lejanos. Lo que quería decir, para no irme por las ramas, es que de improviso y como en un viaje al pasado, otra vez me he pillado mentalmente en ese Volkswagen blanco hablando ahora con mi hijo. Tiene casi siete meses y compartimos sílabas sueltas y sonidos caprichosos que responden a una lengua privada que carece de significados fijos, en parte porque a su edad todo es móvil y en parte porque cambiamos de temas cada dos por tres. Y, sin embargo, durante el día e incluso en la noche conversamos a punta de sílabas, vocales y afectos, así como dos artistas conceptuales de los años 60 teletransportados, para su sorpresa, a un departamento santiaguino del año 2020.



 

 

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Las reglas del arte
Por Gonzalo Maier
Publicado en Las Últimas Noticias, 26 de agosto de 2020