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Cuentas pendientes
Por Gonzalo Maier
Publicado en Las Últimas Noticias, 30 de Enero de 2020
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Quería estar a la altura, ser un buen lector, un hombre de letras, alguien que colabore un poco -aunque sea mínimamente- para que este mundo que se calienta como una olla a presión sea un poco mejor. Igual exagero, pero esta semana tenía ganas de comentar un libro. Quería que entre tanto cinismo veraniego circulan, al menos, algún ensayo o un poemario que me parezca necesario y hermoso, pero no se pudo; no tenía nada que decir.
El asunto es un círculo vicioso: me levanto temprano, como cualquier buen columnista, y me digo "ya, escribiré sobre Fortuna, el chapbook que publicó Andrés Florit hace poco, que me parece una delicia cotidiana, dedicada al apunte y a las pequeñas comunidades entre las que uno se mueve". Lo leí de una sentada, encantado, pero después de pasar un rato frente al teclado descubrí que no tenía nada inteligente que decir. Es una lástima no poder celebrarlo en este lugar. Lo mismo pasó con el primer tomo de Irrupciones, de Mario Levrero, una compilación de columnas que publicaron hace poquito en Montacerdos. "Ahora sí que podré dejar de buscar tema para esta semana", me dije cuando lo tuve entre mis manos, porque ese libro es un lujo lleno de textos delirantes y chistosos y extrañamente personales -uno de sus mejores libros, si me preguntan-, pero a estas alturas del siglo no se me ocurre qué más decir sobre Levrero. Me gusta mucho, ya está. Es el más básico de los comentarios, pero tampoco le pueden pedir peras al olmo.
En otro arrebato de optimismo pensé que podría comentar Ocho, de Amy Fusselman, pero lo leí con tanto gusto y tan rápido que ya ni sabría qué escribir. No me acuerdo de nada. ¡Ah! Y los ensayos de Cristóbal Joannon, que salieron hace un tiempo en Mundana, pero que recién ahora pude leer a pata pelada, una tarde de sábado, como si me encontrara a un viejo ensayista inglés perdido en un Santiago demasiado caluroso. Sobra decir que también pensé en escribir una columna sobre ese libro, pero que me resigné a poco andar porque mis ideas están a dieta. Que también me disculpe Mariana Enríquez, que acaba de publicar esa novelota que no comentaré porque de tan gruesa me da susto empezar a leerla. Me han dicho que es espectacular, en todo caso, y no tengo ni la más mínima duda. Tal vez debiera hacer eso: leerla en estas tardes inclementes y reseñarla en quince días más, con citas y apuntes perspicaces, aunque sospecho que el resultado no será distinto.
Ahora que lo pienso, a la hora de comentar libros, no debiera tener una columna, sino un párrafo. Una cosita humilde: doscientas palabras y nada más. Con cualquier texto más largo ya corro el peligro de quedar al descubierto y que el mundo -o el editor del diario, al menos- sepa que no tengo nada que decir ni que opinar. Bien visto, hasta podría subarrendar al mejor postor la otra mitad de este espacio. Acepto ofertas.
Imagen: Lisk Feng