El cuento que inicia el libro de Guillermo Martínez Wilson, y que da nombre al conjunto, es una alegoría casi platónica de sombras en un lugar «que siempre estaba iluminado» y que «parecía la mandíbula abierta de una bestia gigantesca». Un bar con copetineras y seres siniestros, más que bajos, que se mueven de acuerdo al devenir de las llamas. Mundo irreal, pero lleno de espectros dependientes de sujetos reales. El escenario del tugurio y Jacqueline, la «mujercita aberrante», que «ama lo aberrante». Martínez Wilson, admirador de la prosa sardónica y descarnada de autores como Isaac Bashevis Singer o Saul Bellow, aquí entona su ritmo para organizar una puesta en escena que no se detiene ni menos se devela gratuitamente al lector desatento. Esto porque, a pesar de que lo narrado pareciera obedecer a la simpleza de los hechos, mucho más hay entre las brumas de humo y cigarrillo, bajo las cuales se monta el espectáculo. Sombras de las que no hemos podido salir, como el protagonista, quien está tullido y debe ser conducido a los diferentes cuadros representativos de algo que se enquistó en el cerebro de quien observa, y que ocurrió mucho antes: «visión de toda clase de monstruosidades que ocurrían cuando la gente se volvía loca en periodos de dictadura». Otros cuentos: «Quiebra», en que la alegoría del descalabro por la rotura, en este caso económica, se descubre en la búsqueda de un pasado de modernidades detenidas, como los viejos trenes ya desaparecidos, y en donde los «bajos», esta vez sí, sobreviven construyendo sus rucos o tapándose con lo que sea. «Cuidado con el gato», donde la anécdota de un ascensor fuera de servicio obliga al protagonista a subir las escaleras, para encontrarse con la farsa de un lugar que ya no existe. Sacando el autor sus mejores armas para realizar el contrapunto entre una solterona y sus gatos, y quien cuenta la historia, que solo desea cumplir su trabajo en una oficina en que hasta lo erótico depende de un espacio normado por un horario; y un cometido ajeno: el de cobrador. Otro cuento interesante es «Migas», un casi homenaje a aquellos relatos dulces y duros de Nicomedes Guzmán, en que el hambre y la precariedad son rotos solamente por la comprensiva ayuda de los pares. Esta vez entre un repartidor de pan y una mujer que se niega a abandonar su casa, a pesar de los malos tiempos que corren. Esto apenas como una muestra, porque dentro de todas estas narraciones, Guillermo Martínez Wilson da un paseo anacrónico, como es nuestra historia, no reciente ni pasada, sino que permanente, en un Santiago en que aún ocurren estas cosas y seguirán ocurriendo. La procesión de muchos que aquí se refleja en unos pocos. Espejo recurrente y alegórico.
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VASO VACÍO, de Guillermo Martínez Wilson. (Editorial Cuarto Propio. 2022)
Por Gamalier Bravo.
Niño Diablo. Número 86, año 6