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Germán Marín:
Su contingente novela sobre el Norte Chico
"Tierra Amarilla",
Fondo de Cultura Económica, 2014, 134 páginas

Por Pedro Pablo Guerrero
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 25 de mayo 2014


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En la novela Tierra Amarilla, de Germán Marín (Santiago, 1934), un escritor retornado hace años del exilio y recién separado de su mujer, es enviado al interior de Copiapó por la revista donde trabaja, para escribir un reportaje sobre el chupacabras, criatura legendaria que reaparece cada cierto tiempo en la imaginación campesina y conquista, por semanas, los titulares de la prensa nacional. Los ataques atribuidos a esta criatura vampiresca, de ribetes fantásticos, diezman el ganado de los pequeños agricultores de Tierra Amarilla, zona castigada severamente por la sequía y la contaminación de las empresas mineras.

Lo que comienza como una pesquisa casi policial, donde la función del reportero es equivalente a la del detective en la novela negra, deriva rápidamente a otros temas: la soledad, los amargos recuerdos del pasado y sus efectos en un presente implacable, controlado por todopoderosos señores locales capaces de infligir terribles castigos a quienes intentan revelar sus manejos. Solo en los ambientes de la noche, junto a "choros" y prostitutas, el protagonista encuentra atisbos de verdad e incluso amor.

"Sin ser una novela policial, el personaje dice en algún momento que su libro debería llamarse 'Historia de una investigación'. Pero el chupacabras es Pinochet y el gran tema de Tierra Amarilla es el agua", dice Marín.

¿Cómo llegó a él?
—Me puse a estudiarlo hace tiempo. Reuní una enorme cantidad de papeles, noticias, incluso informes técnicos. Todos revelaban cómo se dividió ese capital que se llama agua en distintas manos. Los pequeños agricultores han ido desapareciendo, vendiendo sus tierras a las mineras o a los grandes viñateros.


"Volví muerto, agotado por el polvillo y la sequedad"

¿Cuánto le sirvió visitar la zona?
—Me fue muy útil. Cuando fui al norte tenía el esquema del libro, pero había partes que investigar. Volví muerto, agotado por el polvillo y la sequedad. Además no se puede beber el agua corriente, está contaminada; tienes que batirte con agua embotellada, que vale una fortuna: una botella cuesta entre tres mil y cuatro mil pesos. Es muy cara la vida, pero igual encuentras grandes televisores, refrigeradores, 4x4. En las calles de Copiapó no se puede andar por la cantidad de autos. Hay una situación muy distorsionada.

¿Hay también caciques locales?
—Sí, hay un gran fundo que tiene algunas características del que aparece en la novela, con otro nombre. Nadie sabe dónde se abastece de agua. Se dice que hay motobombas clandestinas en el tranque Lautaro. ¿Dónde están? Es un misterio. Nadie habla, hay mucha desconfianza, todo se soslaya. Cuando conversas con los agricultores menores solo te dicen: es mejor irse, bajar al sur. Pero uno de ellos me planteó: "¿Y qué saco con irme a Coquimbo si allá todo está en manos de los políticos?". Felizmente pude hablar con alguien de Antofagasta que me fue a buscar al aeródromo. Cuando salimos me llamó la atención que estuviera vallada una zona enorme del desierto. "La compraron los chinos durante el gobierno pasado", me informó, pero nadie tiene idea hasta dónde llega y ni para qué la van a usar. Los propios terrenos del aeródromo se los vendió al Estado un dirigente democratacristiano con la expectativa de que se iba a convertir en un aeropuerto internacional estratégico, de cara al puerto de Caldera y el balneario de Bahía Inglesa. La costa es preciosa, con un puerto pequeño, muy limpio, y un par de restaurantes y hoteles, pero nada más. No ocurrió el boom inmobiliario que se prometió. El negocio era vender ese pedazo de desierto.

¿No le da la impresión de que esta zona, que es la misma de Jotabeche en el siglo XIX, está maldita por su riqueza?
—¿Será el problema el mestizaje? Porque hay un mestizaje terrible ahí, sobre todo en Tierra Amarilla y al interior. Tú no ves al chileno que ves en la calle Ahumada o en la Estación Central. Es mucho más moreno, con otras facciones. ¿Habrá algo de eso? El mestizaje que tira para atrás. No sé, es una suposición que se me dio allá.

¿Y no será, como usted mismo dice en la novela, el sistema de propiedad de la tierra que hay en fundos como el Pucará?
—Por supuesto. Toda la estructura social es semifeudal. El señor se apropia del agua, del terreno, de las mujeres, por eso que en este fundo del libro hay una piscina llena de cabritas en pelota, que son hijas de los campesinos que trabajan ahí. La prostituta que el protagonista conoce, Azúcar, arrancó de ahí gracias a que un guardia se enamoró de ella y la dejó salir.


"El desierto tiene un imán: es la nada"

Sin embargo, a pesar de todas las cosas que le pasan, el periodista se queda varios meses en la zona.
—Sí. Yo pienso que el desierto tiene un imán. Es la nada. Te pones a caminar por Tierra Amarilla, te descuidas y llegas al desierto. Considera que el pueblo son dos corridas de casas mediadas por un camino lleno de camiones mineros. En la mañana, las mujeres barren de las casas el polvillo que llega de los yacimientos en la noche. Además está lleno de prostíbulos. Los dos que cito los inventé, pero estuve en uno y hay mucha prostituta colombiana. Se está armando un tinglado muy fuerte con la droga. Es otro Chile, un Chile duro, jodido. Incluso se está dinamitando el subsuelo. Por debajo de Tierra Amarilla hay túneles. Cualquier día se puede hundir, como dice un personaje de la novela. Y lo toman como una cosa muy natural. Mañana, si hay un terremoto, Tierra Amarilla se va a venir abajo. ¿Qué te parece? Es un país ajeno a la institucionalidad.

¿Pensó en algún momento quedarse a vivir en Atacama, como el personaje del libro?
—¿Por qué no? A la vez uno siente atracción y rechazo. ¿Sabes qué lugar me gustó mucho? Caldera. Vivir allá debe ser muy grato. Un puerto pequeño, limpio, un clima excelente, un poquito lejos de la polución, no muy lejos, pero menos que en Santiago. Pero eso sería ya el estado de un perdedor absoluto.

¿Cuáles son los tres favores que, según escribe en la dedicatoria de la novela, le debe a su esposa?
—Uno es Germán; otro, Arturo. Son mis dos hijos. El tercero soy yo. Porque gracias a ella creo que estoy vivo. Si no fuera por lo que me cuida yo seguramente ya habría muerto, por las enfermedades que tengo. No quería salir en el libro, estaba indignada con la dedicatoria hasta que le expliqué a qué me refería.

¿Y el epígrafe de César Vallejo: "Murió mi eternidad y estoy velándola"?
—Más que nada, yo me estoy sobreviviendo en este momento. Nada más. De ahí el esfuerzo de ir a Copiapó, volver, corregir, estar preocupado de mis libros. Estoy trabajando mucho para darme un poco de ánimo. Porque si no escribo, ¿qué hago? No dejo de pensar que escribir es una idiotez, como digo en la novela, pero es lo único que sé hacer.

En sus últimas novelas, "Notas de un ventrílocuo" y "Tierra Amarilla", hay una recuperación idealizada de la noche y la bohemia.
—Es la añoranza del mundo perdido, irrecuperable. Que solo quedó en la memoria y no totalmente, sino más bien en el papel secante que se usaba cuando escribíamos con pluma. Es como mirar a través de ese papel secante, porque ya no es lo mismo lo que se vivió, es otra cosa, distorsionada por la memoria y la imaginación. Eso también aparece en la novela que estoy escribiendo ahora, Punto muerto, mi último libro, creo. Sobre todo cuando son hechos del pasado, la imaginación tiene tanta realidad como el reflejo del recuerdo.

El personaje de "Tierra Amarilla" declara: "Si miraba hacia atrás, nunca la literatura en términos personales me había dado para vivir ni menos permitido la felicidad".
—Nunca me ha dado para vivir, francamente. Las liquidaciones semestrales de derechos de las editoriales no me las creo. Lo único que les creo es cuando te hacen un adelanto. Pero esos adelantos recién han ido mejorando en los tres últimos años. Antes eran miserables o no hubo. Cuando edité Círculo vicioso, recién llegado a Chile, recibí solo el 10%. Nada de anticipo.

¿Se siente parte de una "generación desalojada", como declara el personaje?
—Es verdad. En el momento que esa generación emerge y se empieza a constituir, vino el golpe y desarmó todo. ¿Qué te cabía? La resistencia o el exilio. Yo abandoné el país con mi familia.

Otros escritores hicieron lo mismo y hoy son famosos. ¿Diría que le faltó ambición?
—Sí. Yo creo que, ante lo que ocurría en Chile, tuve la decencia de excluirme voluntariamente de todo. Además dejé de escribir doce años por razones muy pragmáticas: tenía que alimentar una familia. Yo trabajaba en una editorial de ocho y media de la mañana hasta las ocho de la noche. Era un puesto de dirección, pero si no lo hacía me echaban. Además estaba en desventaja porque yo era un sudaca en Cataluña y no hablaba catalán. Tuve que limitarme todos esos años a leer y arreglar textos ajenos. Mientras mis dos hijos iban a la universidad, yo veía a otros escritores chilenos haciéndose famosos; después les dio la moda de publicar libros espantosos sobre Nicaragua.


Postura frente al Premio Nacional

En agosto dijo que no iba a postular al Premio Nacional de este año y en marzo dijo que sí. ¿Cómo explica ese cambio de parecer?
—Es cierto. Mi postulación está a cargo de la editorial Alfaguara, que es la que ha tenido interés en presentar mi candidatura, y estoy subordinado a lo que ellos están haciendo. Creo que ya consiguieron el apoyo de tres universidades. También tengo el de Fondo de Cultura Económica y de algunas editoriales pequeñas más el de otras personas. Con eso me presento, mis libros están sobre la mesa. De todas maneras, a mí me ocurre lo mismo que le pasa a la selección de Holanda: siempre llega a las finales, pero nunca gana el título.

No parece muy entusiasmado con sus posibilidades.
—Es que considero estéril y, desde luego, poco feliz dedicarle la atención al Premio Nacional. Los libros están allí, entre ellos los de Lihn y Teillier, ya fallecidos, los cuales demuestran que la suerte es grela, como dice el tango. Considero que la composición del jurado de ese premio es anacrónica y en consecuencia injusta. Cuánto mejor sería que estuviera formada por una mayoría de Premios Nacionales, protagonistas en verdad de nuestra historia literaria. Si son cinco, tres premios nacionales, una mayoría tanto en poesía como en novela, en cada oportunidad. Más un jurado de la Academia de la Lengua y otro no sé de dónde. Independiente de que el Ministro de Educación o el Ministro de Cultura participen en este jurado, pero sin derecho a voto.

 



Sus próximos libros

Ediciones UDP inicia en julio su colección de narrativa "La recta provincia", con la reedición de la novela El palacio de la risa, prologada por Roberto Merino. Alfaguara va a editar a fin de año su trilogía "Historia de una absolución familiar" (Círculo vicioso, Las cien águilas y La ola muerta). Germán Marín confiesa que esta serie de novelas, que totaliza mil 300 páginas, es las que más le interesa de toda su obra, "por lo que significó como trabajo, después de doce años sin escribir". Hueders va a reeditar, en 2015, Ídola y Cartago. Finalmente, el autor tiene inédita la novela Adiciones palermitanas, que también publicará Alfaguara.


 

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Germán Marín: Su contingente novela sobre el Norte Chico
"Tierra Amarilla", Fondo de Cultura Económica, 2014, 134 páginas
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