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TICS DE MARÍN

Por Álvaro Bisama
Publicado en Revista de Libros 18 de noviembre de 2005



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1) Discutibles datos pop sobre Germán Marín: uno, Marín bailó con Ava Gardner, lo que lo emparenta con Sinatra, aunque en cierto modo Marín se parece más a Johnny Cash. Dos, y aquí deberían poner ojo los periodistas de rock en vez de los críticos literarios, es que Marín califica como uno de los primeros DJ chilenos en salir a mezclar pistas afuera. Ambos hechos son, por cierto, impresentables e inevitables.

2) Marín, como Couve y mejor que Couve, termina por enterrar a ese Chile que mortificaba al pobre José Donoso en Coronación. La diferencia es que a Donoso lo carcomía una suerte de culpa de clase algo decadente. A Marín, como Wacquez o Buñuel, la cosa más bien le divierte porque lo entiende —a través de toda su obra como pura y deliciosa y efectiva revancha.

3) Una confesión fetichista de Marín: le gusta la palabra "biombo". Si lo entrevistara James Lipton y le hiciera la manida encuesta de Proust, seguro que la menciona. Fijo. No es raro. Marín es un coleccionista de palabras extraviadas, de artefactos rotos, de citas citables al borde del abismo. De palabras como "biombo que son como piezas de baquelita y porcelanas desmigajadas y tupidos velos rasgados". A esos objetos —los singles programados en su cabeza, libros que lee vorazmente, el parpadeo de su visión perpetuamente erótica— se encomienda como si fueran reliquias. El camino, el laberinto por medio de esos objetos es la única forma de salvarse del olvido, de hacerse cargo del pasado. De soportar el presente. De, por supuesto, utilizar a la literatura para vengarse de todo y de todos.

4) Marín, lanzando una boutade, en alguna entrevista: "Es que la memoria es una puta muy engañosa".

5) Marín como un arqueólogo de fotogramas espectrales dado su eterno lamento por los cines perdidos y ese parafraseo constante de cintas ya olvidadas. Hay una moraleja en eso: de nuestra película colectiva lo único que queda son proyecciones de filmes desaparecidos, momentos muertos y frases rotas.

6) No sé por qué, pero pienso en el fantasma de Mao. O mejor dicho, en ese Mao pintado por Warhol.

7) Germán Marín lee en esa lengua muerta de la que Lihn no pudo despegarse jamás. Una lengua que padece de una erudición anacrónica, elegante y a la vez profundamente vulgar, como si tratara de una enfermedad crónica. Lo interesante es que es también un método, una forma de lectura, un modo que desconfía de sí mismo, que se pone obstáculos, que se detiene en lo nimio. Marín lee caóticamente, al azar, no ordena, recuerda canciones, salta de un libro a otro. Rehúye intencionadamente de una definición formal de canon, como si fuera el pintor ciego de un paisaje agotado. Marín lee vorazmente y sin orden académico alguno. De hecho, su forma de leer es una rebelión contra el modo lector de la academia. Así, para él, el acto de la lectura es lo único que se mantiene firme en los ajustes que hace respecto a su propio pasado.

8) Rápido. Germán Marín debería dirigir una película porno.

9) Paradojas de Marín. Su ejercicio de cinismo es tal que llega a ser enternecedor. Su hastío es melancólico. Su misantropía, una forma de romanticismo. Su repulsa por la Historia —así, con mayúsculas, como un inmenso edificio al que demoler— un amor incondicional por la extraña idea que sostiene de país.

10) Marín siempre escribe sobre el pasado. Me gustaría ver qué diablos hace —como lo más parecido que tenemos a J. G. Ballard secreto— ahora con el futuro.





 



 

 

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Por Álvaro Bisama
Publicado en Revista de Libros 18 de noviembre de 2005