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Una pequeña obra maestra
El Guarén, de Germán Marín. Fondo de Cultura Económica, Santiago 2012. 80 pgs.
Por Pedro Gandolfo
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 3 de junio de 2012
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El Guarén, la última entrega de Germán Marín (1934), es un notable ejemplo de novela breve, ya que en sus concentradas 80 páginas logra construir un mundo entero y verosímil, y desplegar, con todos sus matices y ambigüedad, la interioridad de su protagonista, William Araya, alias "El Guarén", quien llega a ser guardaespaldas de un empresario en los años posteriores al gobierno militar. La novela es, sin duda, una derivación del edificio narrativo que Marín viene irguiendo a partir de su trilogía Historia de una absolución familiar, pero que posee autonomía y se inserta en una rama de lo que el autor en la "addenda" de la novela denomina "historia anónima del mal". William Araya es, en efecto, uno de esos nombres "olvidados bajo la cadencia de los días", un héroe derrotado, menor, insignificante ante los ojos "objetivos" de cualquier mirada histórica o política. El Guarén, que lleva el subtítulo irónicamente literal de "Historia de un guardaespaldas", contradice, pues, la convención de la biografías, ya que se concentra en una vida mínima que pasó sin pena ni gloria y que nadie, salvo el autor y el lector, puede calibrar: la buena literatura es así el único instrumento óptico para percibir en su real medida los valores relativos, para llamarlos de algún modo, de las distintas personas y grupos de la sociedad. El autor practica aquí un cierto ajuste de cuentas, una mirada que no sólo es testigo y registro, sino también que pone las cosas en su lugar, que sin asomo de moralina muestra las inconsistencias morales ocultas de "la gran historia patria".
Los logros de este libro se concentran en su capacidad de relatar, sin que parezca faltar nada, la vida entera del protagonista en poquísimas páginas con concreción, densidad y singularidad. El ejercicio de "la vida imaginaria", al estilo de Marcel Schwob o del Jorge Luis Borges de Historia universal de la infamia, es un desafío que Marín supera con madurez y sapiencia describiendo atmósferas con verosimilitud escalofriante y proyectando sobre el protagonista esa sombra de fatalidad y condena que, en literatura, se puede encontrar, por ejemplo, en algunos personajes de Joseph Roth.
Un segundo plano en que la novela de Marín funda su éxito es en la elaboración de un convincente y original narrador: "El Guarén" no es sólo lo que el propio protagonista cuenta de su vida, sino que es -sobre todo- la manera en que lo cuenta; es decir, su escritura. Marín fabrica un narrador que es el protagonista del libro y dentro del cual sólo se sienten ecos sutiles del autor. La novela, para representar a William Araya, asume una voz -difícil de caracterizar- que podría semejar, en alguno de sus giros, a un informe o discurso en que se mezclan el tono de un militar y el de un carabinero en retiro, con su atildada corrección y ciertos asomos de retórica, tono escritural que da cuenta cabal del esfuerzo de "descentramiento" del autor, de su esfuerzo por ponerse en el lugar de otro, y que produce, en el plano de la escritura, un narrador ficticio (sólo existente en el relato), pero posible, y que opera como una ventana privilegiada para que el lector acceda al penumbroso mundo representado. El Guarén, para decirlo de otro modo, se halla escrito de esa hipotética manera que podría ser la que un personaje como "El Guarén" (lo cual es improbable) emplearía para escribir un libro como éste.
La historia de El Guarén es una suerte de breve epopeya, porque lo que Marín narra de su antihéroe es el ascenso -más que social- moral de un personaje oscuro e insignificante, redimido existencialmente por el amor. "La guareniada" de William Araya alcanza, en el momento de su inmolación, ribetes casi irónicamente homéricos, pues su personalidad se agiganta y amplifica, a contrapelo de su miserable historia, en su gesta final.
La prosa cadenciosa y de periodo largo y sinuoso de Marín (siempre presente aquí y allá) se adapta a los requerimientos del narrador de esta novela. Marín introduce a ratos un velado sarcasmo en los detalles de la trama, en los modismos y giros lingüísticos que emplea y en la estructura general de la novela. Después que se cierra el relato de su vida -que el propio "Guarén" cuenta- parece otro narrador, un narrador en tercera persona, que da cuenta de manera cruda, sin anestesia ni ornamentos, de la reacción que los personajes secundarios de esta novela (esos personajes que la "moral" suele considerar como superiores) tuvieron al enterarse del final de El Guarén. El autor, activamente, sella el relato, empleando aquí todas sus atribuciones. El contraste seco, ostensible y directo entre las expectativas y nobleza del protagonista y la indiferencia y mezquindad de su entorno provoca un impacto mudo, hondo y persistente en el lector.