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Un extranjero del ayer
Notas de un ventrílocuo, Germán Marín. Alfaguara, 2013
Por Pedro Gandolfo
Revista de Libros de El Mercurio,
Domingo 01 de septiembre de 2013
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El último libro de Germán Marín, Notas de un ventrílocuo, trae a la mente esa afirmación del escritor mexicano Sergio Pitol (en El arte de la Fuga) -con cuya obra, por lo demás, la de Marín no deja de tener importantes elementos en común-, en el sentido de que el novelista "oye voces a través de las voces (...) lo que hace que su vida tenga una notable semejanza a la de los dementes, lo que para nada le angustia; agradece, al contrario, a las Musas, el haberle transmitido esas voces sin las cuales se sentiría perdido. Con ellas va trazando el mapa de su vida". Así, el novelista podría ser considerado, en cierto modo, como un ventrílocuo que a través de los personajes, diálogos y situaciones que pergeña, da una salida a las distintas voces que claman en su interior. Es ella, sin duda, una de la líneas de interpretación que se abren ante la lectura de esta singular obra, inquietante, amarga y, a la vez, divertida, cuyo narrador la señala explícitamente: "De acuerdo a las desordenadas lecturas hechas gracias a los libros usados que a veces adquiero en los baratillos, he descubierto que es común en el novelista escribir desde el otro, a semejanza del ventrílocuo a través del muñeco".
En un ejemplo de ductilidad narrativa, a diferencia de su espléndida El Guarén, Marín construye esta vez el relato de manera fragmentaria y abierta (de ahí el carácter de "notas") en el cual la unidad -que existe, y poderosamente- no es trazada a partir de una historia con un clímax y un desenlace, sino fundada en un tono (de una melancolía sarcástica) y en el asunto sobre el que vuelve de manera recurrente.
El narrador -un artista de "vodevil"- va contando a través de estas notas, solo en apariencia dispersas, su vida como ventrílocuo desde el esplendor del oficio hasta su decadencia actual en un arco temporal que se extiende entre la mitad del siglo pasado hasta el presente en el cual este ventrílocuo escritor, ya casi retirado, vive solitario en una habitación de un hotel cercano a la plaza Brasil, rodeado de sus muñecos, viviendo de una modesta pensión y de los vestigios de su pasado. El narrador y protagonista de este relato es un personaje complejo, complejidad que no surge de una evolución psicológica, sino de la ampliación de sus caras o facetas. Bajo el velo de una voz "modesta", la del artista "menor", fiel a un oficio antiguo (que remonta a la Grecia antigua), Marín dibuja un personaje de identidad incierta -amante, escritor, cronista, bohemio, crítico, lector, ocioso-, identidad que, por cierto, sintoniza con los distintos muñecos que emplea en sus actuaciones el ventrílocuo y para quienes él mismo redacta sus diálogos.
Uno de los puntos sobresalientes de esta obra es la minuciosa reconstrucción que el autor realiza del mundo bohemio de los 60 y principios de los 70, especialmente el de Santiago. Como un demiurgo, Marín logra convocar ante la imaginación del lector las "boites" y "piano-bar" más célebres de la época, sus faunas y rituales con una mirada más bien nostálgica y amarga, la mirada que la memoria lanza hacia los paraísos perdidos que no volverán. Los cambios políticos y sociales (incluido el golpe de Estado del 73), que apenas lo rozan tangencialmente al inicio, van dejando su huella sobre el personaje y su oficio, una huella destructiva, corrosiva, como si las distintas voces que lo poblaran fuesen extinguiéndose, salvo esporádicas, decrecientes y cada vez más lamentables reapariciones. En el curso de este decaer, sin perjuicios de las mañas necesarias para sobrevivir en tiempos de penurias, Marín logra infundir a su personaje la dignidad de un resistente en medio de un mundo en que prevalece lo que el protagonista denomina "la cultura del desalojo". Allí se comporta, en contraste con la modestia de su oficio y posición social, como un punto de vista y atalaya privilegiados, por su autoconciencia, llana lucidez y humor con pliegues y múltiples dobleces.
La prosa de Germán Marín regresa en Notas de un ventrílocuo con la solidez, calidad y elaboración que la caracteriza. Así como es posible reconocer otra vez esa aproximación oblicua y esa trama de circunloquios que desgranan su frase (la marca de su estilo), también se advierte la modulación que le conceden el personaje y sus asuntos, e incluso es posible escuchar, en la cascada de oraciones que se solapan, el ritmo quebrado de la conversación del ventrílocuo con su muñeco.
Obra sucinta y a la vez con espesor poco común, Notas de un ventrílocuo combina atributos que la colocan entre las mejores del autor.