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Marín

Por Roberto Merino
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 22 de Diciembre de 2019



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La ausencia de Germán Marín de los cafés de los que era habitual se debe a las cataratas que le han disminuido la visión y también, probablemente "a la vieja edad", como declaró en una entrevista. No obstante, por estos días Lecturas Ediciones ha publicado un nuevo libro suyo, Un oscuro pedazo de vida, con el que pretende cortar definitivamente con la escritura.

Hemos escuchado anteriormente amenazas similares, que no ha cumplido, lo que no desmerece su sinceridad. Creo entender qué sucede: la tentación de renunciar es inherente a cualquier acto de creación, ya que se trata de cosas que parecen salir en cierto modo de la nada y cuya utilidad no está garantizada en absoluto.

En días convulsionados no hay cómo no pensar en Germán. La explosión social siempre ha sido uno de sus tópicos, desarrollado en la conversación con un sesgo alarmante que termina siendo humorístico. Es propio de Marín el recurso de la exageración levemente filtrada en la conversación normal. ¿Para qué? No lo sé, entiendo que para no aburrirse o porque de esta manera la realidad parece más nítida, a punto de ser comprendida en lo esencial.

Cuando nos conocimos a su vuelta a Chile, en los años noventa, yo vivía frente al cerro Santa Lucía y me dijo que, según estudios científicos que había visto, el desplome del cerro era una cuestión inminente y que probablemente sepultaría a los edificios que lo rodeaban. Luego se quedó mirándome fijo, muy serio, como calibrando el efecto del embuste.

Tras el terremoto del 2010, publiqué algo donde aseguré haber visto esa noche destellos azules en el cielo de Santiago. Germán Marin se burló de mi por un supuesto exceso de imaginación y luego, haciendo una pausa y bajando la voz, me confesó con preocupación: "Las luces, las luces azules. ¡yo también las vi!".

El orden burgués es el marco estructural de sus relatos y novelas, y por tanto, el fantasma de su desequilibrio es parte del asunto, como la imagen revelada y su negativo. La vida entera parece referida a esa estabilidad inclinada como una torre. El tejido de las emociones, el del deseo, el de la memoria es lo que el narrador Marín logra desentrañar con largas frases inestables que no terminan nunca de caer y de sujetarse unas con otras.

Las páginas iniciales de su novela Idola son una yuxtaposición de escenas de la destrucción de Santiago. Me acordé de ese fragoroso comienzo hace poco, caminando por Providencia en una tarde extraña, de calor y agitación general. Pensé que Marín se hubiera interesado mucho en la saturación medieval de las calles: en medio de la multitud, bandas de presuntos mimos con tambores y quenas, gigantes en zancos con cabeza de cartón y un perro blanco que corría en zigzag con un par de ruedas adosadas en lugar de sus inmóviles patas traseras.



 

 

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Por Roberto Merino
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 22 de Diciembre de 2019