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CAPÍTULO 35
¡AY, SEPTIEMBRE!
Guillermo Martinez Wilson
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Septiembre siempre fue un mes bello. El nacimiento de la primavera en esta latitud del mundo es un espectáculo. El renacer de la tierra después del letargo del invierno, para los chilenos con algo de mapuche, significaba el renacer de los brotes de todo lo bello de la tierra. Los pájaros jugaban a amarse en sus vuelos. Los cielos cambiaban de colores, las nubes siempre iban de paso dejando totalmente azul el cielo, ay... septiembre, el mes querido, el esperado, el mes de nuestras alegrías y dolores. Cuando éramos pequeños era el mes de las ropas nuevas. Se pintaban las fachadas de las casas y todo comenzaba como una fiesta. Era el renacer de los seres humanos, al igual que la naturaleza.
Sentado en una pequeña cocinería del mercado, miraba la variedad de tipos humanos que componían a nuestro pueblo, hoy en día tan variado étnicamente, que es casi imposible de definir. La selección por grupos de ingresos de los planificadores modernos, no me convencía mucho. Menos en un mes en que se celebraban el triunfo de una clase social, y la derrota de la mitad del Estado de Chile, mediante el genocidio de la mayoría los dirigentes populares y sindicales. Estaba tan ensimismado en mis divagaciones que pensé ¿Como sería en el pasado en el Santiago antiguo?
El primer once de septiembre, en el valle de Santiago en torno al peñón del Santa Lucia, antiguo cerro Huelen. Cerro en el que, posteriormente, se transformó en primer cerro afrancesado del país y, lugar, en el donde se produjo el primer enfrentamiento a sangre y fuego del nuevo Chile que nacía. Era la época en que el río Mapocho corría en dos brazos dejando el pequeño montículo como isla, primera ciudad, primer once de septiembre. Los primeros peninsulares y sus yanaconas traídos del Perú, recibieron como un aluvión, oleadas tras oleadas los ataques de los indios del valle. El cacique auca Michimalonco, agrupó los caseríos de indios de la pre-cordillera, de Rancagua, Talagante, Lonquén, Chada, del Maipo. Colo Colo, el cacique de los poblados al otro lado de los cerros hacia el norte, debió sumarse a contrapelo a la rebelión, participó en el asedio, hasta que todos retrocedieron espantados, cuando caían cabezas sangrantes desde el otro lado de las empalizadas europeas. Salvadora idea de una mujer española, la primera europea que arribó a los confínes del mundo. Ante la inminente derrota en manos de las tropas de los caciques, tomó la iniciativa de tirar las cabezas recién cortadas de los caciques prisioneros, y las de los otros cautivos: hijos y hermanos de los atacantes. Los gritos de los que les arrancaban la vida paralizó el ataque, después ver caer las cabezas con los ojos abiertos y horrorizados, hizo retroceder las oleadas de guerreros. Una cabeza rodó hasta los pies de Michimalonco, pudo ser la de su hijo o alguien de su aldea. Levantó el asedio asustado, se dispersaron como los rayos que se expanden desde un centro en todas direcciones.
En la hora del crepúsculo, el gran cacique y los más viejos debajo de maitenes y arrayanes, se miraban sin tener respuestas. Debió ser así y no de otra forma, un viejo indio, probablemente un machi, lanzó unas hojas perfumadas al fuego. Se paró y habló horas, inaugurándo la escuela retórica chilena hasta el día de hoy. Luego, después de hablar por horas; al gran cacique Michimalonco le quedó claro que la única defensa era entregarles mujeres a los conquistadores, y serían sus hijos los que poblarían la tierra. El lugar que siempre habitaron tendrían que compartirlo. Imaginé a otro guerrero, en cuclillas con un palo en la mano dibujando unas rayitas en el suelo; a cada una le asignaba un punto, después para sorpresa de los reunidos, con la punta del dedo iba marcando debajo de cada figura de puntos y rayas enumerando las nuevas marcas: “Kiñe, epu, kila, meli, kechu”. Después explicaba a sus importantes escuchas, como sería la multiplicación de hijos, de los que llegaban desde otros espacios y de sus mujeres. Si cada mujer del valle le paria tres o cuatro hijos borraba un punto. Los caciques que lo miraban seguramente entendieron su relato. Pero yó, en mis divagaciones, podía pensar, burlándome por ser de alguna manera, víctima de todos estos sucesos, -Quizás un hosco guerrero borró con el desnudo pie, el ejercicio del probable primer matemático estadístico chileno- Cuando con la cara alterada de furia levantó su maza para abatir al imaginativo futurista, todos los caciques se levantaron al mismo tiempo que inauguraban la solidaridad de la clase política para los nuevos tiempos.
El guerrero los miró con desprecio, anunció altanero su partida, y les gritó que se llevaría al menos cuatro caballos expropiados en el malón a los conquistadores. Les dijo que no había venido desde las tierras del pehuén por nada –por las huifas– El hombre, era el noble guerrero Pantilef, señor de Cauquenquir, descendiente de los nobles caciques que detuvieron los ejércitos del Inca en la orilla norte del río Maule.
Volvió a gritar. “ni un paso atrás”, él no estaba para arreglines ni componendas. Un viejo cacique que se afirmaba en un palo a manera de bastón increpó al guerrero: ¡Tú!, y tus mocetones se han dedicado más a pillar caballos y maloquear que concentrarse en el ataque principal. No podía imaginarlos como sería su lengua para estos diálogos y escenas que yo inventaba, recordé a mi castrador padre que decía ¡los que viven imaginando no llegan a ninguna parte! -No era de chileno ni es de caballeros andar imaginando cosas- Y repetía una frase que aprendió no sé dónde: “la cabeza llena de pájaros... y algo con la debilidad estratégica de los pueblos”. Una señorita me distrajo y me dijo si quería otra cerveza, ya había bebido tres. Ella me consultaba por mis amigos Julio y Fernando ¿y porque nos habíamos perdido del restauran? Se fueron mis amigos, ya no están aquí en la patria, no estarán para el plebiscito de la alegría que viene. La niña me dejo solo se retiro asustada por mi respuesta y seguí ahí sentado pensando solo acompañado de otra cerveza. Septiembre, el mes más hermoso, y el más cruel para los chilenos que quedamos vivos. Maldito martes once de septiembre, una fecha que nadie iba a olvidar en esta parte del mundo. Salí del local donde había estado tomado mi propio caldo de cabeza. Pensar en Chile era darle cuerda al rollo interior, cualquier hombre con dignidad siempre pensaría que este era un día de mierda. Recordé al general Palacios, cómo le explicaría a sus nietos... cuando con miles de soldados y tanques se tomó el palacio de La Moneda con no más de veinte guardias defendiéndolo, y un presidente ya muerto. Recordaba en los sucios titulares de esos días que mostraban al general con una mano envuelta en un paño destacándole como el héroe herido en combate. Que se pongan medallitas por la traición del once de septiembre de 1973, sí que era una vergüenza. Aquel día las calles estaban embanderadas, había rostros alegres y rostros tristes. Me volví a mi pueblo de la playa. Donde cumplía diez años de exilio
Las fiestas del dieciocho habían terminado, se habían ido nuestras visitas. Sin ir a Santiago me enteraba de los “animus”, como decía mi recordado amigo, hoy convertido en un auténtico franchute, que me alegraba la existencia con sus cartas llenas de inteligentes, y bellas descripciones; las encabezaba con la primera estrofa de un poema que prometía enviar in extenso. “Sí, nació en Chile, ¡Qué quiere que haga!” y seguía con sus disertaciones e historias.
Mis concuñados y sus hijos, muchachos adolescentes, me daban pistas de cuanto había cambiado todo.
El balneario se despoblaba de nuevo. Ese año, como nunca, había venido gente a pasar las fiestas de la independencia en calma, en familia. Las fondas se hicieron en el pueblo, y en algunos poblados vecinos. Donde uno anduviese se podía percibir que el ánimo de la gente era que la larga noche negra de la dictadura llegaba a su fin. El próximo plebiscito era el gran acontecimiento, tenía a todo el mundo expectante. Para los más viejos, como mi padre, el futuro lo veían con aprensión. Por teléfono me explicaba que era necesario poner orden de vez en cuando. Lo dejaba hablando solo. Después mi mujer Nora, quien siempre me acompañaba al teléfono, salía preguntándome por qué era tan roto, tan mal educado con mi padre.
¡Tú no escuchaste las estupideces que dice! Algo así como si no hay muertes y represión de vez en cuando, no hay orden social. Siempre provoca, siempre lo hace así. Como que el volver a un régimen humano, según él, será una vuelta al desorden. A los de mi generación en su mayoría los movía un hálito de venganza. Los más moderados trataban de hacer ver que al cambiar tan violentamente la estructura económica del país sería un error estratégico, argumentaban que por primera vez existía una nueva clase de empresarios, una verdadera burguesía nacional. Obviaban sí, que se habían hecho de capital con la compra de los bienes fiscales, de formas poco claras, y a precio de huevo.
Nadie podía alegar mucho, al decir de mi concuñado, -total todos tuvieron la oportunidad de comprar las acciones- Me daba cuenta de que era incomprendido al tratar de demostrar que en economía se había aplicado una política seguida por los torturadores del régimen; Todo le pegamos, y en este caso, todos nos repartimos la torta decían: “quien lo mato”, Fuente Ovejuna Señor.
Los sobrinos me quedaban mirando como al tío folclórico de la playa. Total, según los sobrinos, los nuevos chilenos eran, en su mayoría, exitosos y creían en sus propias fuerzas para su éxito individual. La nueva generación despreciaba a los viejos políticos por “marrulleros y estadistas de pacotilla”, la frase la inculcó el caballero que mandaba la junta militar. Recuerdo uno de los nuevos próceres que venía de Francia y en casa de Manuel y Roció, explicaba sobre la nueva economía. Según el personaje decía que la etapa de atomizar el estado estaba cumplida, terminar. El Estado dejaba de ser protector y gestor del progreso. Una política de intervención del Estado en la asignación de recursos sería inimaginable en el futuro. El mundo desde ahora sería una aldea de todos; en la nueva economía, quien asignaría los recursos seria el mercado. El Estado del futuro no tendrá nada que ver con: solidaridad, regulaciones ni menos protecciones arancelarias. El cambio estructural de Chile fue una meta, y ya estaba cumplida. Yo escuchaba en silencio, pensaba para mí que las teorías de Marx coincidían con la de los nuevos teóricos, que el izquierdista retornado citaba, lo decía con tal desparpajo como si esos señores Hayek y un tal Chumpeter, fueran sus primos. Un gobierno mundial era el objetivo pero manejado por el mercado dirigido por la burguesía financiera mundial sus agentes locales.
Yo miraba al nuevo espécimen, fogueado en universidades europeas; si era correcto lo que afirmada, podía estarme tranquilo, cuando existiera un mercado global. Tendrá que existir una racionalización económica del planeta, todos los niños tendrían su vaso de leche. El sujeto en su contradicción decía que no sabía qué hacer con los banqueros y cambistas, concluía que alguien los echara del templo. Venía con la pomada calientita, y unos dientes de poder sin principios, total, frente a un pueblo temeroso qué importaba haber sido socialista o mirista. El tiempo los renovó de tal forma que me parecía estar escuchando a Jaimito, el líder de los gremialistas. En aquellos momentos me atenía al viejo dicho: “Si no sabes, calla”, no comentes.
A las tertulias a la que asistía, los muy jóvenes, que se habían criado en un sistema rígido, dictatorial no sabían cómo debía ser el mundo en una democracia. Ellos, más bien despreciaban las conversaciones de los adultos.
Según ellos, todo el debate era -de viejos out- Así pasaba los días en calma. Paseaba con mi hijo por la costanera nos íbamos a visitar a Serafín en su emporio quien nos recibía contento.
Así pasaban mis días, en una calma provinciana. Recibía correspondencia de Julio y Fernando. Me agradaba responder escribiendo largas cartas. Los últimos días de Fernando con nosotros fueron un poco caóticos, dejó un poco desordenados sus papeles, que ahora le faltaban, y al pedirme que se los enviara hacía una selección para abaratar el costo del envío. Me entretenía buscándolos en un orden para mí desconocido. Tratando de seguir sus instrucciones, miraba varias cajas de diferentes tamaños, con distintos escritos antiguos. Con ese montón de cajas llegó a nuestra casa, más otras que se hizo enviar de diferentes lugares donde había vivido. No me había dado cuenta de lo prolífico que era mi amigo.
Hacía el trabajo de selección con cierto pudor, y algo de vergüenza, al interiorizarse de escritos ajenos; definitivamente pertenecía a una generación formada en reglas tan fuertemente inculcadas, que no me atrevería a leer una carta ajena; aún en el supuesto de que fuera la carta de un amante de mi mujer, así estamos hechos y así debemos morir, pensaba mientras recorría rumas de papeles que solo Fernando sabía su orden y el destino que les tenía asignado. Mi misión era buscar un cuaderno de tapas x donde habían unos cuentos solo de unas líneas. Cuando daba con lo solicitado me sentía como un cazador que debió desarrollar todas sus habilidades para dar con la pieza pedida, curiosamente estos escritos de Fernando me resultaban entretenidos, y por algunos momentos te sientes niño de nuevo. Otros encargos eran sobre pequeños textos a manera de ensayos sobre tal o cual autor. Por suerte tales escritos estaban en un orden, y descubrí una veta entre las páginas de un periódico del miércoles doce de septiembre de 1973. Generalmente preparaba los sobres para Francia con mucha minuciosidad sentado en la cocina, mientras Nora me miraba y comentaba de infinitas cosas que a mí en general se me escapaban. Sucesos del balneario, de Carmen, o historias de chascarros de sus hermanas. A veces me advertía: para tanta dedicación en envolver los escritos en bolsas plásticas con cinta de embalar, si lo más probable que en el correo violaran las cartas, práctica en Chile nacida en la dictadura. Yo asentía a la opinión de Nora, sabíamos, por lo demás, que todas las cartas llegaban bastante maltrechas, ya estábamos acostumbrado que así fuese. Argumentaba que yo creía que las que van al exterior no les interesaban tanto a los censores. Es igual, me contestaba Nora. Entonces les pondré una nota, señores fisgones del Correo, -se ruega dejar igual como se envía- ¡te parece!, además, agregar que estos valiosos manuscritos deben ir protegidos en hermético plástico por si el barco o avión se hunden para que puedan ser rescatados para la posteridad.
-Ni que fuera el mapa de un tesoro- querido mío, estás más loco que nunca.
Son valiosos, te leo uno antes de cerrarlos. Estos ensayos, le indiqué, el maestro Fernando los titula bajo el pomposo título Poemas Locos-Cuerdos, escucha amada mía. Esta noche estamos de poesía, perdón he leído mal- se titulan Poemas Idiotas:
“Oyes La Luna;
Quien piensa en dormir
Alguno dejo la radio encendida,
¡Prolongando el día quizás!”
Mira este, a mí me da la impresión que no es malo, malo, es casi bueno. Se llama “El espejo de los días”
“Los últimos indiecitos
En silencio, asumimos la responsabilidad de mirarnos;
Sin huir sin gritar, controlando todos nuestros músculos;
Como si lo que viéramos. ¡No fuéramos nosotros mismos!”
Este es simpático, pero no te vayas, escucha, Nora, ¡Por favor! Con cara de aburrida no se entusiasmaba para nada con estos trabajos de Fernando, -piensa en mañana-, me advirtió Nora. ¿Qué cosa? -¡Ir a sufragar, el plebiscito!- Eso está claro, iremos después del mediodía. Escucha solo este último es divertido:
“Escribe tu teléfono, aquí justo en mi frente.
Yo recordaré tu talle.
¿De ti quizás no me acuerde?
Nunca estuve, yo a tu lado,
No sé por qué me entretengo…
En pensar que te he querido”
Hay una fecha, 1978, ¿te parece? Para nada, acostémonos, mañana será otro día.