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“EL  TRADUCTOR”
de Guillermo Martínez Wilson. Editorial ETNIKA. 2015

Rolando Rojos Redóles




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Lucien Goldman, el filósofo y sociólogo francés, dice en su obra "Para una sociología de la novela”  que la historia de este género es la búsqueda degradada de valores auténticos por un héroe degradado y en un mundo también degradado. Es lo que ocurre en las grandes novelas del siglo XIX. El héroe, un loco o un criminal, sale a buscar valores como las justicia,  el honor, la verdad, la solidaridad en un mundo que ya no se rige por tales valores, en un mundo dominado por el conformismo y los convencionalismos, un mundo, en fin, individualista. Don Alonso Quijano  es un buen ejemplo de ello. También lo son Rojo y Negro de Stendhal y Madame Bovari de Flaubert, etcétera.

La sorprendente novela de Guillermo Martínez Wilson EL TRADUCTOR encarna, de algún modo, esa prestigiosa y recurrente estructura novelesca. Salvo que, actualmente, el héroe degradado, a diferencia de los de antaño, lo es por culpa del sistema en el que está inserto, donde los síntomas modernos de la degradación no son la locura ni el crimen, sino la depresión, la angustia existencial, la rutina, la incomunicación, la soledad. El señor Astudillo, narrador y personaje del Traductor, dice al comienzo de la novela “Triste salí de casa, malhumorado por las injusticias que debíamos padecer los jubilados cada día de nuestras vidas”. Quiere cambiar la rutina doméstica con su mujer Corina, sus entretenciones cotidianas, las visitas dominicales al hipódromo y la reunión con sus amigos (“inútiles perdedores”, según su mujer) en el bar del barrio, “El Mundialero” y buscar alguna utilidad a su existencia. Por simple azar, da con un trabajo en una Universidad donde debe limpiar y ordenar un  anfiteatro en que se dan charlas, se defienden tesis, se dictan conferencias de escritores, filósofos, científicos e intelectuales. También por azar encuentra  en el rincón de un estante donde hay varios  papers amontonados, un manuscrito en inglés. “era casi un libro, escrito a máquina”  Y él, que gusta y tiene aptitudes para ese idioma, empieza a traducirlo lentamente. La primera hoja del manuscrito está rota por lo que no tiene título  y del autor sólo queda  una J.TZee. Un guiño, quizás, al Premio Nobel africano J.M Coetzee, aunque Astudillo se empecina en buscarle otros autores, incluyendo a un escritor oriental. En la página estropeada aparece la palabra “Cuento” y el año de creación 2008.  Astudillo, traduce fielmente la obra que se desarrolla en África, aunque le sorprende que el autor  “no se interesara  en los elefantes y toda esa fauna increíble y sí en los negros y los blancos  holandeses, alemanes, ingleses, franceses, españoles que “eran dueños de todo”. El contexto histórico es la colonización o conquista del continente africano por distintos pueblos europeos, y la llamada Guerra de los Bóers

Viene entonces una segunda parte de la novela titulada:  LA DAMA DEL JARDIN que corresponde al escrito encontrado y traducido por Astudillo.
 
Guillermo Martínez al componer su obra, recurre a un antiguo y prestigioso recurso literario: dar cuenta de un texto encontrado casualmente, escrito por un autor anónimo o nominado. Ya usó este recurso Cervantes  con su Cide  Hamete Benengeli, autor del Quijote. Y es un  procedimiento apreciado por Jorge Luís Borges. Lo encontramos en sus textos como: “Pierre Menard , el autor del Quijote”, en  El Aleph, con Carlos Argentino Daneri,  en “El Jardín de los  senderos que se bifurcan”, etcétera. Es lo que se conoce como metaficción o recurso metaliterario que le da mayor verosimilitud a la creación, la vuelve casi documental, histórica, con asiento en la realidad.

En esta segunda parte, es decir, en el texto encontrado casualmente por Astudillo, el narrador-personaje es el joven ítalo-africano Giovanni Angelo Clark Montale, huérfano de madre y de padre desconocido, educado en un orfanato calvinista. Giovanni, que se desempeña como aprendiz de jardinero, es contratado para cuidar y desmalezar un jardín particular que se encuentra en deplorable estado. Así es como llega a una mansión, la más hermosa de la villa de los holandeses de África del sur, construida a principio del siglo XX por la familia Van Echenvaj, donde reina la presencia de la dama  Edda Ulba, mujer solemne y majestuosa. Giovanni debe sacar de las sombras el jardín, para “hacerlo revivir con los colores que yo querría otorgar a mis desvaídos recuerdo” -según palabras de Edda. Todo esto porque pronto llegarán de Europa los sobrinos de la dama y el viejo palacio debe ser sometido a una restauración rigurosa con pintores, albañiles y plomeros para recibir dignamente a las visitas.

Giovanni establece una inusual amistad con la dueña de casa, quien lo distingue entre la servidumbre para tomar juntos el té de las cinco y, con el transcurso de los días, ir incrementando tal relación hasta, finalmente, vestir al jardinero con las elegantes ropas restauradas de sus aristocráticos antepasados y ofrecerle la mansión para que viva en ella y sirva de acompañante a sus sobrinos. Este favoritismo de ama provoca la envidia de  Millie, joven africana de gran belleza física que oficia de empleada y de Babujohn, el chofer de la refinada dama, quien, como todo lo que sucede en ese continente mágico y subyugante, está investido por un pasado misterioso y aterrador: era hijo del  brujo de un poblado.

Mientras esperan  el arribo de los sobrinos europeos, Giovanni es instruido por Miss Edda  en urbanidad y buenos modales: la forma de desenvolverse en la mesa, el uso de los cubiertos y, por las mañanas, escuchar a la dama leer sus poemas favoritos, porque- según ella- los poemas insuflan vida, alegría y avivan los sentidos.

En esta nueva vida, Giovanni tiene sus primeras experiencias sexuales con Millie, la belleza de diecinueve años, de cuerpo  suave, ardiente y oloroso  que ejerce de sirvienta en la mansión de los Van Echenvaj.

Con la llegada de los sobrinos Frederik Albert Von Tralk un joven desinhibido y espontáneo y su hermana mayor Gultru Alexandra, de veinte años, bella y de discreta elegancia, la vida de Giovanni en la mansión de los Van Echenvaj cambia radicalmente, pasa a ser el acompañante permanente del joven Frederik, “parecía  haber devenido en un muñeco de entretención para un joven rico, caprichoso.” –reflexiona el muchacho-. Y termina  satisfaciendo sexualmente la homosexualidad de Frederik.

En esta parte, la narración sufre una interrupción y el traductor nos advierte que, aunque ha sido rigurosamente fiel al texto encontrado, no traducirá ciertas páginas por encontrarlas de alto contenido erótico sexual, “a lo Celine o Henry Miller”, señala. A la vez, da a entender que, por la poca  claridad  final del texto apócrifo,  él quiere proponer un final feliz.

Astudillo traduce las dos últimas páginas del manuscrito donde  la historia ha avanzado en el tiempo. Miss Edda yace en silla de ruedas; sus sobrinos han regresado a Europa con Giovanni; la joven  Gultru espera un hijo del jardinero y la dama aristócrata, presintiendo la muerte, hace el testamento donde  deja parte de la fortuna familiar al representante de la familia en la Compañía Minera, otro porcentaje será para Giovanni que ha regresado de Europa y para Millie, la conviviente del jardinero, el resto lo lega a sus sobrinos. También establece quienes permanecerán en la mansión para cuidar el jardín: Giovanni y Millie.

Hay una tercera parte muy breve, denominada EPÍLOGO EN TINTA DE PERIÓDICO, constituido por una información periodística  que da cuenta del trágico final de la  familia Van Echenvaj y la mágica perdurabilidad del Jardín.

EL mayor desafío que presenta este tipo de estructura, es confrontar  mundos narrativos distintos. Es decir, distintos estilos, tonos, puntos de vista, lenguajes, personajes, tiempos y espacios. Y Guillermo Martínez sortea exitosamente la prueba con gran dominio de su pluma. Para el lector resulta absolutamente nítida la diferencia entre ambos mundos, es decir entre ambas historias.

El supuesto mundo real del traductor Astudillo, está signado por la rutina de los hechos cotidianos; el supuesto mundo ficticio de la Dama del Jardín está recubierto por el fino y sutil lenguaje de la  poesía.

Aquí, lo rutinario y vulgar de la vida se manifiesta en los gustos de Astudillo y de su mujer Corina, en sus pasatiempos, en sus aficiones. Astudillo es fanático de las carreras y de reunirse con sus amigos en el bar del barrio. Corina y su comadre Meche ven las comedias de la tarde y cuchichean los chismes del barrio. Allá, en cambio, las ocupaciones, los modales y los lenguajes, son otros. Hacer revivir un jardín descuidado, buscar la magnificencia de otros tiempos, cultivar las rosas amarillas y blancas del África, en definitiva, -como dice la dueña de la mansión-:“sacar de las sombras este jardín, para hacerlo revivir con los colores que yo querría otorgar  a mis desvaídos recuerdos”. ¿No es acaso, una bella metáfora de la existencia, de aquellos que algún momento de la vida desean renovarse, reinventarse, de buscar la manera de salir del estancamiento, de la decadencia y asumir un rol activo, es decir “revivir con los colores que se desea otorgar a los  desvaídos recuerdos”?.

Miss Edda Uba lee en voz alta sus poemas favoritos y a sus poetas preferidos  Novalis y Heine, para ella no hay mejor arte que el del romanticismo alemán.

 El lenguaje de Corina, por su parte, es pobre, vulgar y limitado. La comadre Meche debe aclararle el significado de la palabra “gesticulaba”. Miss Edda Uba domina el lenguaje  y acostumbra  leer tres o cuatro títulos alternados. La dama solemne y majestuosa, tiene un pasado, una historia que las palabras “colonizar” o “conquistar” no logran simbolizar adecuadamente, Mantiene, además, una postura crítica frente a su estirpe: “Nosotros -dice miss Edda- los afrikáner, los míos, a los que pertenezco en  cuerpo y alma, endurecen el trato  con los verdaderos  dueños de esta tierra maravillosa”.

Definitivamente, para el lector queda meridianamente claro que son dos mundos distintos, en alguna medida, contrapuestos, y eso se logra con el impecable dominio del lenguaje que utiliza  del autor en ambos mundos.

La novela EL TRADUCTOR  DE Guillermo Martínez Wilson es una gran novela. Novedosa por el tema, inteligente por la estructura, seductora por la prosa. Debe estar, merecidamente, entre las grandes novelas del último tiempo  y, por lo tanto, ser lectura obligatoria para quienes cultivan la buena literatura. Felicitamos a Guillermo, una vez más, por este notable trabajo literario.

En esta parte, quiero manifestar lo siguiente. Estoy convencido que la novela EL TRADUCTOR de Guillermo Martínez, está dentro de las buenas novelas chilenas contemporáneas. Sin embargo, la crítica medial no ha reparado en ella y, es muy probable, que no lo haga. Esto por supuesto que tiene una explicación: Guillermo Martínez no es para las grandes editoriales, un producto vendible o mejor, no se han interesado en construir de su obra un producto vendible. Y aquí seguiremos siendo testigo de cómo la publicidad, las gigantografías, las “criticas” de los medios, las entrevistas, siguen siendo para determinados autores que, en muchos casos, sus obras no tienen punto de comparación con el TRADUCTOR, y lo digo después de haber leído atentamente la obra de los “consagrados”  desde la perspectiva de un lector, no ingenuo, sino profesor de literatura. Esto me lleva a  saludar muy sinceramente a las pequeñas editoriales. Sin ellas,  cientos de textos valiosos, como el que comentamos, quedarían en el anonimato. Han sido y seguirán siendo, un aporte a la cultura del país, aunque tengan que luchar como David contra el Goliat de los monopolios internacionales.

Saludamos también a nuestro autor y, con justificada ansiedad esperamos sus nuevas producciones, porque Guillermo Martínez Wilson se ha ganado en un espacio entre los que gustamos de la buena literatura.      

 



 



 

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“El Traductor” de Guillermo Martínez Wilson.
Editorial ETNIKA. 2015.
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