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Dios veló sobre mí, no mis compatriotas
EPISTOLARIO AMERICANO. Gabriela Mistral y su continente
Das Kapital Ediciones/ 2012, 281 páginas

Diamela Eltit
The Clinic, 06 Junio, 2012

 

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La producción literaria y cultural de Gabriela Mistral continúa profundizando un largo camino de inserción en el imaginario social chileno. Su trabajo poético respondió parcialmente a las demandas epocales que exigieron que su letra tuviera como protagonistas a la maestra y a la madre. Pero, en otro vértice de su obra, más subversivo y mucho más complejo, escribió a la “otra”, ese sujeto femenino que se desmarcó de las convenciones dominantes para dar cuenta de otras subjetividades fundadas en la poderosa fuerza del deseo.

Contra la figura oficializada de la Gabriela Mistral materna, está su poética que festeja con una alucinada crispación su esterilidad y se entrega a la gloria destructiva de su no maternidad: “Bendito mi vientre en que mi raza muere”, o que celebra la venganza cuando la muerte del amado se erige como liberación pues le otorga un triunfo macabro que se acerca a la pulsión gótica: “Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,/ ¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna/ bajará a disputarme tu puñado de huesos!”. O el poema angustiado y abiertamente devorador hacia la madre: “O te busco, y no sabes que te busco/ o vas conmigo, y no te veo el rostro/ o en mi tú vas, en terrible convenio/ sin responderme con tu cuerpo sordo”.

La obra rotunda de Gabriela Mistral transcurre entre los filos inestables del doblez. No se trata de una simulación sino más bien de formas culturales conservadoras que penetran capilarmente y que coexisten con agudas rebeldías. La producción de Mistral está cruzada por sumisiones pero también por infracciones que producen destellos de una lucidez deslumbrante. Anclada en la ambigüedad, la figura sociocultural de Mistral y su obra poética continúan habitando como zonas irreductibles.

No resulta vano señalar que Gabriela Mistral realizó una de la épicas culturales más asombrosas de la historia literaria chilena. Nacida en el siglo XIX, criada en un ámbito de mujeres, escolarizada por su medio hermana, sin educación formal de ninguna índole, vivió su infancia a los pies de una montaña del Valle del Elqui (habría que pensar no más las condiciones aisladas ese valle y las dificultades de desplazamiento a finales del XIX y en los primeros años del XX). Pero ella consiguió efectuar sucesivos desplazamientos y logró ocupar altos cargos educativos en liceos chilenos. Soportó el desdén y los conflictos laborales y literarios que su figura provocaba. Su vida cambió radicalmente cuando desde la provincia viajó a México invitada por el intelectual y Ministro de Educación José Vasconcelos para participar en la reforma educacional de su país.

Así se inició un viaje sin retorno. La condición nómada que marcó su vida está impresa en su vasta correspondencia, “redes” que permiten entender el agitado deambular mistraliano y las energías que cruzaron al mundo cultural hispanoamericano de la primera mitad del siglo XX. Gabriela Mistral no volvió sino fugazmente a Chile. Un país que fue su material de escritura, especialmente el Valle del Elqui, pero un espacio humano en el que jamás se sintió cómoda por las formas agresivas y conspirativas que caracterizan el mundo cultural chileno.

El Premio Nobel de 1945, el primero para el mundo latinoamericano, no afectó su nomadismo y aumentó aún más su trabajo epistolar. Las cartas son parte de su producción literaria porque, en general, abordan temas, aristas, detalles literarios y, a la vez, permiten observar los contextos políticos en que se movió el siglo. Las cartas de Gabriela Mistral suman ya una serie de volúmenes que permiten pensar las articulaciones y las tecnologías en que se cursaron los saberes y los poderes culturales. La publicación de la correspondencia ilumina las estrategias de inserción de Mistral en un ámbito fundamentalmente masculino al que ella respondió con una solvente cultura y su excepcional inteligencia.

Desde el punto de vista político ella se definió como obrerista, antioligárquica y muy cercana a la Falange que más tarde dio origen al Partido Demócrata Cristiano. Eduardo Frei Montalva y Radomiro Tomic fueron jóvenes interlocutores constantes con los que tejió una cercanía que se mantuvo a lo largo de los años. También hay que considerar que parte importante del siglo XX se caracterizó por la pertenencia de los artistas a los partidos políticos como también por una radical conexión entre los intelectuales y el Estado. En cambio hoy las emergencias literarias e intelectuales se fundan en el cruce programado entre el mercado y una intensa gestión mediática.

Das Kapital, la emergente y valiosa editorial chilena (que cita la obra fundamental de Carlos Marx) publica “Epistolario americano” en edición a cargo de Gustavo Barrera, Camilo Brodsky y Tania Encina. El volumen recoge cartas escritas por la poeta a diversos personajes del mundo cultural y político como también una selección de epístolas de destacados intelectuales hispanoamericanos. Los autores señalan que para la organización del libro debieron escoger entre aproximadamente 15.000 cartas que forman parte del legado entregado al Estado chileno por la heredera de Doris Dana, que fuera la albacea de Gabriela Mistral. Los autores de esta selección dicen en su prólogo que buscan dar cuenta de actores culturales y políticos que forman un mosaico territorial plural de los dilemas de una época.

Y, efectivamente, la multiplicidad de cartas que recoge este libro, permite volver a recorrer el tiempo marcado por el pacifismo que generó el fin de la Segunda Guerra Mundial o la situación de dependencia de Puerto Rico. Aunque el libro no consigue definir con claridad una estructura porque no existe un hilo temporal o conceptual que permita emprender la lectura de una “narrativa” epistolar, el texto recoge cartas notables que están allí para evidenciar problemas que afectan al mundo literario. En ese sentido resulta interesante constatar la perdurabilidad del agudo e inmerecido drama que atraviesa a los autores como es no sostenerse económicamente de la creación literaria (obviamente exceptúo de esta condición el bestsellerismo). La creación literaria es uno de los pocos oficios que pueblan el sistema social donde los autores nunca consiguen vivir de lo que hacen y se refugian en trabajos alternos, lo que origina la doble y hasta triple labor.

La misma Mistral fue castigada por el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo con un prolongado veto para ejercer el servicio diplomático. Sólo pudo subsistir escribiendo artículos, y así le escribe a la poeta cubana Dulce María Loynaz en una carta sin fecha: “Yo no había hecho nunca periodismo, dear”, o así le señala a Radomiro Tomic en 1951: “Dios veló sobre mí, no mis compatriotas”.

Y hay una carta muy importante a Pablo de Rokha de 1943 donde explicita la diferencia de sus posturas y, a la vez, muestra su capacidad lectora: “Su poesía me gusta en la violencia del fuego y del metal fundido y que me duele y me dezasona en sus tiempos de barro hirviendo”, pero a la vez se reserva “la lealtad de decirle mis opiniones pues siempre creí que se ofende a cualquier colega de oficio con la adulación y la falsía”.

El “Epistolario americano” invita a leer las redes culturales de parte del siglo XX para comprender mejor el XXI. Y especialmente entender los avatares de una mente privilegiada y polémica que aseguró en su carta de 1951 a Tomic: “Yo he cuidado de mi decencia civil toda una vida”.



 


 

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