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Millán: la convicción histórica
LA CIUDAD. Gonzalo Millán. Canadá, Les Editions Maison Culturelle.
Québec-Amérique Latine, 1979,121 pp.
Por Edgar O'Hara
Publicado en Hueso Húmero N°9, abril-junio de 1981
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En la excelente Antología de la poesía chilena contemporánea (Santiago, Edit. Universitaria, 1971) de Alfonso Calderón, se recogen estas opiniones que el entonces jovensísimo Gonzalo Millán había manifestado tres años antes en la revista Trilce con motivo de la aparición de su primer libro, Relación personal: "El yo, hombre, y el tú, mujer, en una relación de amor subjetiva en la que cada uno tiene necesidad del otro como cosa, constituyen el eje de la mayoría de estos primeros poemas. No creo posible realizar ahora una poesía social, entendida como preocupación y apertura hacia los demás hombres sin antes profundizar y resolver las interrogantes que me presenta el enfrentamiento con este ser que tiene la calidad de primer otro (...) Por último creo que antes de nada es preciso alcanzar ese yo que realmente es. Sólo en el momento en que el yo sea, se verá ser también al tú y al ellos, y entonces se podrá hablar de un verdadero primer paso, cuyo atrás o adelante estará por verse".
La crítica recibió con entusiasmo el libro de un poeta de 21 años (nacido en 1947) que mostraba una suerte de salto consagratorio en el dominio del verso y el tono entre intimista e irónico. No en vano un poeta mayor, Gonzalo Rojas, incluiría luego su nombre en la lista de un poema suyo que se viene convirtiendo en bola de cristal para la lírica chilena. Titulado "Al fuego eterno", el poema figura en Oscuro (Caracas, Monte Avila, 1977) y dice en sus versos finales: "Ahora/ Lihn/ tiene la palabra, Hahn,/ Millán; ¿dónde,// por dónde/vienen/los otros?"
Sin embargo, esos otros son los que el exilio, interior o exterior, dictamine. Nuevamente la historia demuestra que su curso, aunque en las manos del hombre, marca los hitos de todo sentimiento artístico. Es indudable que desde el Golpe Militar existe una literatura chilena desde ese exilio y contra la Junta. No es la única literatura —y no tiene que ser la mejor, digamos— pero sí ha merecido un calificativo adecuado: resistencia.
Hay muchos libros de poemas que testimonian lo ocurrido en el país del sur. Por lo menos dos fueron premiados por Casa de las Américas. La ciudad de Gonzalo Millán se integra a esa lista que tiene momentos de brillo y de opacidad, si hablamos en el nivel que les concierne y que es el literario. Pero lo que, a mi entender, distingue a La ciudad de otros libros de poemas es el notable trabajo que Millán ha llevado adelante por espacio de cinco años, escribiendo desde que salió de Chile (diciembre del 73) por distintos sitios (Costa Rica, Canadá) y en diversas condiciones. También es necesario indicar que Millán tiene obra inédita, anterior y paralela a La ciudad, que tal vez sea publicada en breve. Esta indicación viene al caso porque La ciudad parece ser un poema único pese a estar presentado en 68 partes, que no tendrá una continuación inmediata en la escritura de su autor.
Imagino que con el mismo rigor que ya lo caracterizaba a los 21 años, Millán debió levantar La ciudad después de arduos ejercicios estilísticos. No creo que este libro sea lo mejor de Gonzalo Millán, pero reitero la evidente fuerza expresiva que le impuso hasta casi convertirlo en una crónica tan monocorde como los discursos, decretos y existencia de los militares de su país.
El recurso de Millán es simple, pero considero que haber llegado a él debió costarle algunos insomnios. Se trata de una escritura en proposiciones (cada una es un verso) regida por una asociación nada libre de palabras clave, sean verbos o sustantivos. Mediante repeticiones crea lo que le interesa, una atmósfera: "Andan los relojes./ Andan los planetas./ ¿Cómo andamos?/ Ando a tropezones./ Ando enfermo./ Ando con hambre./ Ando sin plata./ Ando andrajoso./ Ando sucio./ Ando solo./ Ando con miedo./ Ando huyendo./ ¡Andate! me dijeron./ Andan tras de mí./ Ando por los andenes./ ¡Andando! Adiós./ Los Andes están nevados" (número 3).
Este ejemplo, que no es de los mejores, lo escogí por dos razones: el yo que habla ya no es el mismo que aludía Millán en sus declaraciones de 1968; además este poema es una excepción a la regla de distanciamiento objetivo y de una presencia social que encarna verbalmente su tragedia cotidiana. Es en este sentido que Millán clarifica un testimonio haciéndolo más vivo a través de la palabra. Quizá la monotonía impuesta al libro (salvo el poema 38, que está en cursiva y no sigue las pautas fijadas) es deliberada. Puede ser. Pero cierto es que por momentos atosiga y en algunos casos pierde intensidad. Ese era el riesgo y Millán lo sabía de seguro, quién sabe si por no ajustarse a una expresión de influencia brechtiana: "Alborea./ ¡Quiquiriqui! cantan los gallos./ El rocío aljofara las flores./ El lechero pasa al amanecer./ El suplementero reparte diarios./ Los centinelas trasnochan./ Los amantes se amanecen./ Los astrónomos trasnochan./ El tirano duerme./ El tirano ronca./ Despiertan los detenidos./ Los agentes amanecen torturando./ Relevan a los centinelas./ Se oyen alarmas de relojes./ Los madrugadores bostezan./ Las patrullas se retiran./ El bostezo es indicio de sueño./ Termina el toque de queda./ Las campanas llaman a maitines./ El alumbrado se apaga./ Las luciérnagas desaparecen./ Se apaga la luz del faro./ Raya el día./ Amanecieron paredes rayadas./ Hoy es el aniversario de su muerte./ Hoy es 11 de Setiembre./ Todos los años amanecen paredes rayadas./ Panfletos amanecen en las calles./ Los dispersa el viento./ Recuerdan los durmientes./ Los trabajadores recuerdan./ La ciudad recuerda./ Amanecen velas en su tumba./ Los soldados patean las velas./ Amanecen flores en su tumba./ Las pisotean botas de soldados./ Aniquilaron la Moneda./ Destruyeron la ciudad./ No podrán aniquilar su recuerdo" (número 47).
Son notorias las conexiones con el lente cinematográfico: los versos semejan tomas de una realidad convulsionada, hecha pedazos pero con los corazones de pie. Millán recoge en su visión todos los elementos que harán de La ciudad un caldero vivo; de allí que las asociaciones, por más raras que parezcan, cumplen una función de contexto y revierten significado sobre el poema en general. Imágenes que son síntomas de un malestar colectivo dentro de un vivir que también conoce de traiciones, complicidad, hipocresía y rutina: "Se distrae mirando por la ventana./ La ventana cae a la calle./ La calle está desierta./ El agua cae a raudales./ Aquella casa es más grande que ésta./ Esta casa es más pequeña que aquélla./ Frente a la ventana está la iglesia./ En la iglesia hay una boda./ Es imprudente tocar campanas durante una tormenta./ La lluvia le caló todo el vestido./ El novio se caló hasta los huesos./ Fue un enlace feliz" (número 18).
Pero el poeta tiene una posición y una alternativa. ¿Cómo ofrecer una alternativa en un poema? Aquí está el talento de Millán a la orden del día. Sin decirlo explícitamente, La ciudad deja entrever que su lectura política no se detiene en las fronteras de un tiempo cronológico. El conocimiento del presente alienta a la acción. Pero sólo el conocimiento del pasado —y de sus errores— puede convertirse en el arma más útil: "El río invierte el curso de su corriente./ El agua de las cascadas sube./ La gente empieza a caminar retrocediendo./ Los caballos caminan hacia atrás./ Los militares deshacen lo desfilado./ Las balas salen de las carnes./ Las balas entran en los cañones./ Los oficiales enfundan sus pistolas./ La corriente se devuelve por los cables./ La corriente penetra por los enchufes./ Los torturados dejan de agitarse./ Los torturados cierran sus bocas./ Los campos de concentración se vacían./ Aparecen los desaparecidos./ Los muertos salen de sus tumbas./ Los aviones vuelan hacia atrás./ Los 'rockets' suben hacia los aviones./ Allende dispara./ Las llamas se apagan./ Se saca el casco./ La Moneda se reconstituye íntegra./ Su cráneo se recompone./ Sale a un balcón./ Allende retrocede hasta Tomás Moro./ Los detenidos salen de espalda de los estadios./ 11 de Septiembre./ Regresan aviones con refugiados./ Chile es un país democrático./ Las fuerzas armadas respetan la constitución./ Los militares vuelven a sus cuarteles./ Renace Neruda./ Vuelve en una ambulancia a Isla Negra./ Le duele la próstata. Escribe./ Víctor Jara toca la guitarra. Canta./ Los discursos entran en las bocas./ El tirano abraza a Prat./ Desaparece. Prat revive./ Los cesantes son recontratados./ Los obreros desfilan cantando/ ¡Venceremos!" (número 48).
Sobran los comentarios a este poema que, dentro del lenguaje del libro, es uno de los más contundentes, si no el mejor. Gonzalo Millán debe sentir muy lejanas sus impresiones de la revista Trilce. No se trata solamente de la madurez vital y poética. Hay algo más profundo y fidedigno: una convicción histórica que es el aliento de una voz sedimentada en su bondad, la apasionada materia del verbo hecho justicia.